Lo primero es reconocer que puedo ser uno de los pocos lectores compulsivos que no haya leído todavía El Código Da Vinci de Dan Brown. Uno de los bombazos editoriales de este año. La verdad es que adquirí la novela, aunque no para mí, sino para mi hermana que no salía de la imaginería de Harry Potter y Tolkien haciendo un bucle que yo no llegaba a entender. Así pues, buscando que al menos refrescase sus lecturas compré el libro en julio para que leyese las 600 páginas que lo componen. Simplemente, lo devoró. Posteriormente, otra de mis hermanas, después de acabar sus viajes por media España, regresó a casa en Agosto y como entre sus pobres estanterías no hallaba nada de su interés, procedió a leerse el Código dos veces seguidas produciéndole, para qué negarlo, una total incredulidad. Pero, ¿será verdad lo que cuenta? Preguntaba completamente sorprendida.
Y aunque estamos en octubre y todavía no haya comenzado a leer el segundo libro de Dan Brown, el primero, Ángeles y Demonios, lo acaban de editar en España; tampoco tengo excesiva prisa. Parece que ha surgido un interés notorio en la sociedad sobre las sociedades secretas antiguas que se prolongan hasta hoy en día y tras el Código Da Vinci se han publicado varias obras paralelas para desentrañar los secretos del libro, para refutarlos, para ridiculizar sus errores o simplemente a rebufo del éxito, la publicación de obras similares y afines. Claro, que en el país galo, este éxito aumentará las visitas al Louvre y otros lugares de París. Sinceramente, el Código da Vinci es una novela y el autor puede deformar la realidad para tratar de ajustarla dentro de una trama que es ficción, persiguiendo tener un impacto mayor sobre el lector.
Así pues, dejando el best-seller americano a un lado, me he dispuesto después de terminar Berlín, la caída de Anthony Beevor, a leer El Último Catón de Matilde Asensi. Ayer lo comencé a leer y hoy estoy escribiendo un post. Pero ¿no se merece un apunte en este blog lo siguiente?:
«En segundo lugar a José Miguel Baeza por su inestimable auxilio en las traducciones de griego y latín y por ser el mejor documentalista del mundo: es capaz de encontrar el dato más extraño en el libro más extraño.»
Aunque es probable que nadie se lea los apartados de agradecimientos de los libros, al menos, un documentalista ha recibido una definición por parte de una periodista: «es capaz de encontrar el dato más extraño en el libro más extraño». Además, os aseguro que el libro promete. Cuando lo acabe, ya hablaremos.