Así que un amigo te habló del suyo, o puede que lo leyeses en alguna revista, es posible que ya hayas visto algún libro sobre ellos en la biblioteca o en las librerías; por lo que te dispones resuelto a adentrarte en la blogosfera, término que todavía no llegas a comprender. Consideras que es bastante sencillo mantener una bitácora, incluso ya has escogido el título, (tratando de ser lo más original posible) la temática, la orientación que le vas a dar, ese sutil enfoque que sólo crees que tú conseguirás (O puede que no, simplemente quieres poseer un blog). Tres temas tienes ya en mente, tres temas que confías desarrollar en breve.
No entiendes mucho del funcionamiento de la Red, pero eso no te va amedentrar ahora. Frente al ordenador, compruebas varios sistemas de publicación, algunos son más atractivos que otros, pero prometen más, por lo que no lo dudas y finalmente te das de alta tras cumplimentar un breve formulario. La selección del diseño te lleva un momento, puesto que decides probar varios, aunque seguramente lo volverás a cambiar en breve, ya que el primero no te ha llegado a convencer. Pero tu necesidad va más allá del diseño y lo que realmente esperas es inaugurar tu blog. Existe una primera entrada por defecto que obvias borrar, simplemente no sabes cómo hacerlo, compones la tuya propia y, de repente, ahí estás saludándote a ti mismo porque nadie más conoce la existencia de tu bitácora, pero en ese momento no importa demasiado.
Es probable que aparques tu blog ese día, ya es suficiente por hoy y ya lo retomarás… O no. Tu weblog se convirtió en uno de esos blogs fantasma que se iniciaron pero fueron abandonados nada más nacer, o puede que le dediques aquellos tres temas que tenías pensados, o simplemente la constancia, algo necesario para cualquier blog, no sea uno de tus puntos fuertes. No te culparás por ello, seguro, pero no importa, en realidad no eres el primero, ni serás el último ni el único.