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Mes: mayo 2016

El futuro de la biblioteca según los bibliotecarios del MIT

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Los bibliotecarios del MIT (Massachusetts Institute of Technology) celebraron unas jornadas en las reflexionaron sobre los distintos desafíos a los que se enfrentan las bibliotecas en este siglo XXI. Al contrario de lo que podría pensarse, no existe una versión pesimista del futuro de las bibliotecas. Ya que éstas todavía tienen una función preeminente en la sociedad en la que se sitúan. El objetivo de la biblioteca se fundamenta en “ahorrar el tiempo al usuario”, algo que podría parecer disuelto cuando todo el mundo lleva una conexión a internet en el bolsillo. Sin embargo, ese acceso inmediato también debe ser alimentado. En el caso del MIT, cuando se anunció el descubrimiento de las ondas gravitacionales, los servidores de la biblioteca debieron ser reforzados, mientras se habilitaba un sitio web con materiales de apoyo para que los medios y los ciudadanos de a pié pudiesen consultar con profundidad ese tema.

Por lo tanto, si creemos que tras la digitalización la biblioteca, tal y como está concebida, está acabada. Lo más probable es que nos equivoquemos, ya que no debemos olvidar que la biblioteca como ente se ha adaptado durante siglos tratando siempre de mantenerse como el lugar donde las personas y la información interactúan.

Ni la sociedad ni la información son entes estáticos. Evolucionan durante el tiempo atendiendo a los desarrollos propios de la Humanidad. Así, durante su existencia, las bibliotecas acogieron a tabletas de arcilla, a rollos de papiro, códices de pergamino y hasta a las nuevas formas de transmitir información como fueron los discos compactos. La sociedad también evolucionó gracias a la lucha contra el analfabetismo y la educación obligatoria, a que las universidades se alejasen de su carácter elitista para hacerse más inclusivas, a que los hábitos de lectura evolucionasen y a que la comunicación se transformó para adecuarse al ámbito electrónico.

Y, a pesar de ello, uno de los mayores problemas a los que se enfrentan las bibliotecas actualmente es la conservación de los objetos digitales debido a su obsolescencia. Sin embargo, también se debe tener presente que no todo se encuentra ni va a poder ser digitalizado, es por ello que los profesionales de la información no deben olvidar que también deben dedicarle recursos a los materiales impresos. Qué se debe almacenar y qué no, qué debe ser restaurado y cómo, tratando de ser lo más respetuoso con los materiales y que sea sostenible medioambientalmente.

Además, no todas las ramas del conocimiento se enfocan en los mismos materiales. Así, por ejemplo, las ciencias suelen preferir la difusión digital, mientras que las artes todavía prefieren los materiales impresos. También se debe considerar que algunos documentos, como en el caso de las publicaciones periódicas, ocupan mucho espacio y finalmente pesan mucho, lo que hace resentirse tanto a las estructuras de los edificios como a los cimientos.

Otro de los problemas es transmitir los fondos digitales que puede llegar a poseer una biblioteca. Aunque las colecciones digitales puedan ser inmensas, no pueden ser visualizadas y el cómo se transmite al usuario y cómo se puede representar la profundidad del conocimiento también es importante.

Por otro lado, y como ya señalamos en un artículo anterior, los edificios se convierten en lugares centros comunales, de intercambio y de encuentro cultural. Deben ser lugares donde la gente quiera pasar mucho tiempo. Cada vez hay más necesidad de crear pequeños espacios de colaboración, donde se debata, sin olvidar que sigue siendo un refugio para los estudiantes donde buscan la tranquilidad y el silencio que no encuentran en otros espacios. Aunque la figura del bibliotecario gruñón que manda callar es un tanto ofensiva, todavía es necesaria y justo lo que algunos usuarios necesitan.

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Sci-Hub, la mayor (e ilegal) biblioteca de investigación de Open-Access del mundo

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En los últimos años, la batalla sobre el acceso al conocimiento científico-técnico se ha recrudecido. El movimiento sobre el acceso libre, universal y gratuito al conocimiento se ha visto espoleado principalmente por la página web Sci-Hub que ofrece material descargable que hasta ahora sólo podía ser accesible mediante pago. Actualmente, los servidores de Sci-Hub almacenan cerca de 50 millones de documentos a los que se añaden más cada día, según los usuarios hacen uso de su buscador. Hay que señalar que estos contenidos se agregan sin el permiso pertinente de los que poseen su copyright. El crecimiento de esta página web ha provocado que los grandes medios de comunicación ya hayan comenzando a hacerse eco de esta página y The Washington Post ha tratado de ofrecer un poco de luz sobre quién está haciendo uso de la misma: todo el mundo.

Debajo de esta piratería de la propiedad intelectual, se encuentra una lucha más compleja y profunda que nos debe llevar a la década de los años 70. En esta década se produjo un incremento importante de las publicaciones seriadas científicas, pero que derivó en algo mucho más relevante con la popularización de Internet que debería hacer mucho más sencillo el conseguir rebajar los costes.

Como nota aclaratoria, debemos tener presente que los científicos que publican en estas revistas no son retribuidos por los artículos que finalmente acaban siendo publicados, sino que lo que realmente buscan es el prestigio para obtener financiación para las instituciones para las que trabajan y para sus propios equipos. Sin embargo, las editoriales pueden llegar a cobrar hasta $10.000 por suscripción para alguna de estas revistas, mientras que los científicos obtienen sus ingresos gracias a las administraciones públicas que todos mantenemos gracias a los impuestos. La pregunta es evidente si los científicos trabajan por el bien común, financiados por las administraciones públicas, ¿por qué esa información no es libre y gratuita?

Tal y como señalábamos, desde los años 70, los precios de las revistas académicas comenzaron a subir más que la inflación. Peter Suber, en su libro Open Access, afirmaba que «en el año 2000, Harvard tenía suscritas 98.900 revistas, mientras que Yale tenía 73.900.» La mejor biblioteca de investigación de la India, Indian Institute of Science, tenía suscritas 10.600 revistas, mientras que muchas bibliotecas subsaharianas no disponían de ninguna. Pero no es que las universidades pobres no puedan permitirse una suscripción o un acceso a los papers de su interés, es que las propias universidades de los países desarrollados han tenido que acometer planes de recortes en las mismas por la continua alza de los precios. Empezando por Harvard.

Para contrarrestar esa continua barrera que suponía el continuo incremento de las revistas, surgió el movimiento Open-Access en 1990. Los propulsores del mismo eran conscientes de que Internet podría reducir los costes de producción y distribución, a la vez que ofrecían una solución a esas diferencias de acceso a la información. Por ello, surgieron iniciativas como PLOS ONE como una forma de facilitar ese acceso. Sci-Hub se la contempla como un ala radical de este movimiento y es que su máxima responsable Alexandra Elbakyan espera poder acelerar la adopción del Open Access.

Las publicaciones científicas contemplan el movimiento con consternación y denuncias. La revista Science publicó recientemente una editorial (My love-hate of Sci-Hub) defendiendo el modelo de negocio de las revistas. Entre otras, las editoriales se defienden afirmando que la publicación on-line es tan cara como la impresa (se necesita contratar a ilustradores, comunicadores, editores y técnicos) y que las revistas aseguran la calidad de las publicaciones científicas y las hacen convenientes para los lectores.

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