Este fin de semana documenté una fotografía de un libro que se consideraba como el más pequeño del mundo y que como podréis imaginar apenas se podía entreabrir con las uñas. Aquel libro se trataba de una Biblia y mientras archivaba la fotografía, creía que en sus hojas tan sólo se podrían albergar algunas letras o acaso palabras. Sin embargo, andaba muy equivocado y, contemplando detenidamente aquella imagen, comprobé que en aquel libro se podrían entrever párrafos enteros de texto de, por supuesto, imposible lectura a simple vista. En aquel momento, podría haber pensado que aquel era todo un hallazgo, casual eso sí, digno de un texto para esta bitácora, pero pequé de completo ingenuo. Por lo visto, el asunto de los libros en miniaturas sucede como en el caso de las reliquias religiosas, todas dicen ser lo que tal vez ninguna llegue a ser.
Por ejemplo, con una simple búsqueda en Internet, aparece el bibliotecario Mark Palkovic de la Universidad de Cincinnati afirmando poseer el libro más pequeño del mundo. El documento tiene unas dimensiones de 9 x 9 mm con un total de 30 páginas y con tres ilustraciones a color, obviamente, sus textos no pueden ser leídos a simple vista y además tenemos un problema de definición he ahí el principal problema de todo libro pequeño. Si nos atenemos a la definición de la UNESCO de libro, Mark no poseería uno, ya que debería tener al menos 49 páginas, por lo que se trataría más bien de un folleto. Es decir, que porque algo posea forma de libro no deberíamos aceptarlo como tal ¿o tal vez sí?
Por otro lado, si existiese el libro más pequeño del mundo, no sería probablemente único ya que los libros disponen de tiradas de X ejemplares. Así sucede con este ejemplar número 16 del Chamaleon de Chekhov que tuvo una tirada de 100 ejemplares, 50 en inglés y 50 en ruso, por lo que la búsqueda del libro más pequeño se quedaría en la búsqueda de los libros más pequeños del mundo.