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Mis relecturas imposibles

Cuenta Gabriel García Márquez que, yendo a visitar a un amigo, se detuvo en una librería del aeropuerto para comprarle como regalo Cien años de soledad. El hecho es que durante el viaje, Gabo se entretuvo releyendo su obra hasta descubrirse corrigiéndola sistemáticamente a lápiz. Finalmente, decidió que aquel galimatías de letras apretujadas ya no podía ser entregado como presente por la cantidad de anotaciones confusas que contenía y se disculpó ante su amigo por ello.

En nuestro más que humilde caso, dicen aquellos blogs centrados en dar consejos a los que mantenemos uno, como Blogmundi, que una de las actividades que todos los escritores digitales accidentales deberíamos realizar es precisamente eso, la relectura de nuestros textos. Sin embargo, en mi lugar, esa actividad constituye una tarea imposible de acometer y no precisamente por pereza, sino más bien por el pudor más absoluto.

Y es que me he percatado que releerme representa un acto de redescubrimiento, tender un puente hacia un yo que dejé atrás, ¿mucho más sabio? ¿más ingenuo?, que escribía creyendo lo que aseveraba sin tenerlas todas consigo. En ocasiones, de forma accidental puesto que como ya he dicho no es una actividad que me resulte agradable, releo esos viejos textos, percatándome que entonces sabía más – ¿En serio escribí sobre esto?- y que aquel conocimiento parece haberme abandonado como un fardo latoso e innecesario. Qué gran error.

Pero, lo peor de todo, es el pudor. Encontrar mi anterior yo más audaz y descarado, posiblemente inocente y apasionado, que, necio, se atrevía a justificar algunas ideas sobre las que lo desconocía todo esperando que la Espada de Damocles cercenase sus argumentos (Algo que siempre espero) y que sin duda aquellas palabras merecían. Y, por supuesto, darse de cuenta de los textos mal redactados, los giros imposibles, las comas mal situadas, los enlaces no resueltos, las palabras huérfanas de significados abandonadas en frase inconexas, los más que sinsentidos, las ideas mal expuestas, y las equivocadas, la agresividad no taimada, el desconocimiento impúdico, las locuras irreflexivas, la sagacidad desmañada, la escritura desmedida…

En definitiva, mis relecturas imposibles por mi más absoluta, y santa, inconsciencia.

Publicado en Cajón de sastre

9 comentarios

  1. bea bea

    bonito post…

  2. Felipe Remedo Felipe Remedo

    Perdona que te lo diga pero estás lleno de complejos. Se nota en todos tus posts.

  3. ¿Dónde quedaría el espacio para la creación sin el miedo? ¿Sin los complejos que aseguras que yo poseo? ¿Qué haría yo sin ellos? ¿O ellos sin mí?

    ¿No es acaso el miedo, la destemplanza, la inconsciencia, la ignorancia la que nos impulsa a escribir, a compartir? ¿Cuál es el impulso primigenio, primitivo de la escritura?

    ¿Su objetivo? Fijar conocimientos, para que nada se pierda, aunque algunos escritos lo mereciesen y otros no puede que no tanto.

    Querido Felipe, cuando escribes te expones como cuando hablas y he aquí que yo lo hago, comparto con vosotros mis desventuras narrativas y tecnológicas, cuando me equivoco y cuando me hacen callar. ¿No es acaso la inseguridad un miedo muy humano? ¿Qué es el sentimiento que nos hace humanos, sinónimo de falibles?

    Felipe no creas todo lo que escribo porque hay margen para la literatura y la creación, el tintineo de unas palabras juntas que parecen evocar otros sentimientos ajenos. La verdad y la mentira, en este texto, me las reservo.

    😀

  4. Así es todo en la vida, uno mira hacia tras y duda de si se trata de la misma persona que es ahora, probablemente no lo sea.

  5. Hola Marcos,
    Casualidades de la vida, hoy estuve revisando mis entradas antiguas. En realidad, pretendía asignar etiquetas a algunos posts que no las tenían, y para ello tuve que releer entradas de hasta hace dos años. He sentido exactamente lo mismo que tu, aunque mis contenidos no se parezcan en nada a los de Documentalista Enredado. El caso es que, de todo lo que yo hablo, no se nada, así que ya te puedes imaginar…
    No se puede expresar mejor ni con mayor sinceridad esa sensación, por eso te agradezco esta entrada tan honesta y clara que nos has regalado.
    Un cordial saludo,
    F.

  6. Hola Marcos. Poniéndome al día, o intentándolo, con la blogosfera, acabo de leer este post. Y como siempre, me parece magistral. Lo mismo o parecido me pasa a mi….pero yo soy incapaz de explicarlo como tu lo haces. Tio!!! eres un poeta.

  7. Hola Lara,

    Ahora me toca a mí ponerme al día tras las vacaciones, que siempre son cortas, gracias por tus comentarios, pero lo de poeta… Bueno, es exagerar!

    jajaja

    😀

  8. Rubén Cruz Sasal Rubén Cruz Sasal

    Tengo ante mí las palabras que Emilio Lledó le ha dedicado recientemente al lenguaje y a la poesía, y destaco que «las líneas del poema nos enfrentan a un uso del lenguaje absolutamente libre [..en el que..] vislumbramos la propia historia enhebrada en un tejido de significaciones inesperadas, de sentidos imprevistos, provocadores y enriquecedores».

    Bien, pero una cosa es autocorregirse en una posterior lectura de un texto propio, donde hay riesgo de traicionar sentidos imprevistos, sugeridos una vez y ya olvidados, y otra muy distinta es repasar con ojo experto las erratas e inconexiones no buscadas y que se nos cuelan entre los dedos al teclear. Esta segunda acepción de releer es imprescindible, porque cada vez que tropezamos con una de ellas cedemos un poco a la tentación de abandonar y, porque que nos lean es un acto gratuito y libre, hemos de agradecer el gesto de prestarnos atención y ser correctos (en la forma tanto como en el fondo, porque no hay fondo sin forma).
    Por otra parte, es lo que haríamos (¿?) con cualquier correo electrónico que redactemos.

    Por cierto, la cita está publicada en El País, Babelia, 22 de noviembre de 2008, «La palabra más libre». Siento que mis conocimientos no alcancen a establecer vínculos con páginas.
    Quien se tome la molestia de leer el texto completo, descubrirá un poeta verdadero.

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