A raíz del artículo publicado hoy en el diario El País, El videojuego es parte de mi escuela, os dejo un texto de Vicente Verdú que es bastante probable que encontréis interesante relacionado con la lectura y la cultura de lo audiovisual.
Hace relativamente poco los educadores más finos, ajenos al fenómeno audiovisual, continuaban diciendo que con «cultura» se podía ir a todas partes, pero sinceramente su cultura procedía casi en exclusiva de los libros. Según su parecer, había tantos libros por leer y tanta ciencia escrita que dentro de las bibliotecas se encerraba todo, y las librerías, como sucursales del templo, eran sagradas; los libreros, pequeños sacerdotes, y los escritores, profetas. Esa fue nuestra fe. La cultura culta reproducía los caracteres de la devoción, el sacrificio, la tenacidad, la meditación, el éxtasis tal como se demostró en el fervoroso centenraio del Quijote, reproducción fidedigna de un Año Santo donde mediante el texto se alcanzaba el jubileo.
Nuestros antepasados más egregios lo fueron gracias a los libros y nosotros crecimos desde la página impresa y con la página impresa. ¿La radio? ¿La televisión? ¿La fotografía? ¿El cine, incluso? Estos medios (hoy llamados «de comunicación» más que de cultura) constituían elementos del entretenimiento, no fuentes del saber, en sentido estricto. El saber -una vez más- se hallaba guardado en los libros y aspirar a más significaba servirse más de ellos, fuera en un convento o en una prisión, en una buhardilla o bajo un almendro.
En el contexto del anterior capitalismo de producción (con ahorro, aplazamientos, acumulación de capital, represión sexual) la lectura era esencial; servía para creerse rico sin gastar, viajero sin tomar el tren, adúltero sin escándalo social, hombre de letras como sinónimo de sabio, Pero ahora ese expediente ha terminado y no, obviamente, para perdición de la humanidad.
Antes la lectura lo enseñaba y lo curaba todo, nos engrandecía moralmente, nos humanizaba, nos abrillantaba y terminaba conduciéndonos, incluso, a la Revolución. La lectura fue para nosotros, los lectores de toda la vida, como el bálsamo de Fierabrás. La humanidad mejora, según la antigua ortodoxia educadora todavía en nómina, si lee. En ocasiones se mostró tolerancia hacia los que veían una televisión (documentales, telediarios, series históricas, debates), pero ¿cómo comparar cualquiera de esos pasati8empos con la incandescencia de las líneas de un libro?
El libro en la leyenda ilustrada es el viaje interior, la reflexión, la conciencia de sí, lo insigne, la libertad, la rebelión. Todo ello sin distinguir, frecuentemente, si se trata de un buen libro o no y por lo general refiriéndose a la novela sobre la que no han podido recaer mayores regalías.
A la población de un país se la tiene por ignorante si su mitad no lee ni un solo libro al año. Pero ¿cómo sostener esta simpleza en el complejísimo estadio audiovisual? Sólo los ciegos y los sordos culturales podrían hacerlo. En este supuesto, la fata de visión se junta con las pocas ganas de escuchar. De esta manera, el videojuego, por ejemplo, no importa cómo sea, siempre empobrece, pero el libro, no importa cómo sea, enriquece. Este simplismo que detesta lo que no conoce se cree, obviamente, representante de la cultura superior. Pero efectivamente no sabe. Quienes no hemos practicado con los videojuegos hemos supuesto que su dificultad residía en la rapidez de manipulación y la coordinación entre la vista y el moviviemnto de las manos. La verdad, sin embargo, para la mayor parte de los videojuegos, es que su interés y complejidad se encuentran en el desciframiento de las reglas, que van aprendiéndose a lo largo del proceso.
Leer un libro es siempre seguir una historia prefigurada mientras que el videojuego imita fielmente el avatar de la vida, con secuencias que se crean y conforman a partir de la acción del jugador. Por comparación al viedojuego, que requiere acción constante, el libro se presenta ante los nuevos consumidores jóvenes como un ocio demasiado pasivo y sumiso.
Con el videojuego son protagonistas de la intriga, del enredo, mientras que con el libro se sienten sólo contempladores de lo que vaya pasando. Indudablemente el libro posee ventajas superiores en cuanto potenciación de la imaginación y creación de universos interiores, contribuye a desarrollar la concentración y es, sin duda, el mejor medio para la transmisión de determinadas informaciones. Pero todas estas cualidades son, probablemente, las que inducen a rehuirlo en la cultura más veloz del consumo y las que, al cabo, sustituidas por las características del videojuego, están creando otra mentailidad y otras destrezas. Diferentes habilidades, en suma, para percibir y elaborar decisiones sobre una realidad diferente.
Los jóvenes descifran mejor la heterogeneidad de las grandes ciudades modernas, son menos capaces de leer un libro intrincado pero más raudos y perspicaces en la interpretación de superficies promiscuas, físicas y virtuales, o ambas a la vez. Los chicos, en fin, tal y como ha evolucionado el mundo, no pierden el tiempo en los videojuegos: ganan y pierden a la ver para acomodarse a la cultura que les corresponde.
VERDÚ, Vicente. Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: La primera revolución cultural del siglo XXI. Barcelona: Debolsillo, 2007. Pág. 29-31