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Mes: noviembre 2015

Cuando el smartphone casi me lastima el pulgar

thumb_hurt

La culpa puede que fuese mía por viajar. Mientras esperaba en el aeropuerto de Roma la salida de mi vuelo, me percaté que no tenía nada en el móvil para matar las cuatro horas que me esperaban para tomar el avión. No tenía WiFi, ni obviamente datos, y tras comprobarlo, ni un mísero juego con el que matar el tiempo. Sí, llevaba un Kindle pero la espera era demasiado larga para que mi cabeza aguantase cuatro horas seguidas de espera. Así que a mi vuelta, para tratar de evitar el aburrimiento de las esperas de nuevo, me dispuse a instalar algún juego en el teléfono móvil.

Parecía sencillo, buscar un juego, descargarlo y olvidarlo. Sin embargo, al final, acabé medio enganchando a un juego de estrategia que se denomina “Toy Defense.” El juego no es ninguna maravilla gráfica y es bastante sencillo. La mecánica es simple, colocas una suerte de soldados de plástico en modo emboscado, mientras pasan los enemigos. La dificultad estriba en saber colocar tus tropas y su potencia de fuego respectiva.

Lo tuve instalado durante una semana. El lunes pasado, en el autobús, mientras me llevaba al trabajo, me empezaron a dar pequeños espasmos en el pulgar derecho cuando estaba consultando un programa de gestión de RSS. Los tics en el dedo se prolongaron durante todo el día, afectando ocasionalmente algún mensaje de texto que enviaba por Whatsapp (nunca me sentí más torpe a la hora de escribir en un teclado) o incluso en el uso del ratón del ordenador ya que el dedo me movía ocasionalmente el puntero. Me parecía increíble que estuviese aquejado de algún tipo de síntoma relacionado con el uso intensivo de las nuevas tecnologías, pero todo parecía señalarlo.

El síndrome del túnel carpiano me parecía uno de los mayores peligros que como “oficinista”, si se me permite, podía sufrir. La perspectiva de sufrir una lesión en la mano que me incapacitase trabajar me parecía terrible y más teniendo presente que una compañera del periódico en el que trabajé hace unos años lo había sufrió. Afortunadamente, los espasmos se fueron mitigando a lo largo de la jornada y no pude evitar googlear si había algo parecido al episodio que había experimentado.

Por fortuna para mí, la tenosinovitis de estiloides radial o como les gusta llamar a los anglosajones “thumb smartphoneno fue a más (ojo que no soy médico y obviamente los síntomas desaparecieron al día siguiente por lo que esto es simplemente una presunción) y lo solucioné desinstalando y olvidando el jueguecito de marras. Mi pulgar dejó de quejarse a pesar de seguir usando el Whatsapp, Twitter, Facebook, etc. en el teléfono móvil y de forma habitual. Aunque esto me recordó que los hábitos tecnológicos a veces obligan nuestro cuerpo a esforzarse en situaciones para las que no fue necesariamente diseñado. Además de que uno ya va teniendo cierta edad para ocuparse y preocuparse en batir al enemigo virtual de plástico a través de un objeto de metal de cuatro pulgadas y media.

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¿Llegaremos a necesitar una Enciclopedia Galáctica?

Salvando los conocimientos de la raza. La suma del saber humano está por encima de cualquier hombre; de cualquier número de hombres. Con la destrucción de nuestra estructura social, la ciencia se romperá en millones de trozos. Los individuos no conocerán más que facetas sumamente diminutas de lo que hay que saber. Serán inútiles e ineficaces por sí mismos. La ciencia, al no tener sentido, no se transmitirá. Estará perdida a través de generaciones. Pero, si ahora preparamos un sumario gigantesco de todos los conocimientos, nunca se perderán. Las generaciones futuras se basarán en ellos, y no tendrán que volver a descubrirlo por sí mismas. Un milenio hará el trabajo de treinta mil años.

Fundación de Isaac Asimov

Parece ser que la realidad siempre puede superar a la ficción. La noticia que anunciaba que se jubilaba el último ingeniero de la misión Voyager podría haber pasado por anecdótica pero tenía mucha más enjundia de lo que podría parecer en un primer momento. Porque no es que se jubile el último ingeniero de una de las más exitosas misiones de la NASA, es que nadie en la NASA es capaz de hacer en 2015 lo que se hacía en 1970. Es decir, el software y la programación del hardware de la sonda Voyager es tan arcaico que nadie se atreve a tocarlo y a pesar de los intentos de intentar “formar” a la inversa a ingenieros jóvenes de hoy en día parece que no ha dado sus frutos teniendo que recurrir a los ya muy jubilados originales ingenieros de la misión.

La noticia me ha parecido fascinante, recordándome que la Humanidad ya olvidó anteriormente saber interpretarse así misma. Así, por ejemplo, el lenguaje egipcio fue completamente olvidado y sólo el descubrimiento de la Piedra de Rosetta pudo ayudar a recuperarlo. También, el famoso fuego griego (del que se inspiró G.R.R. Martin para recrearlo en sus novelas de Juego de Tronos) cuya composición era tan valiosa que se nos olvidó cómo fabricarlo. O simplemente, los iconos de los disquetes en los programas de edición que siempre entendimos que se referían a “Guardar” que pierden su contexto cuando, obviamente, ya son pocos los que los utilizan.

Si estos dos ejemplos parecen anecdóticos, deberíamos preguntarnos: Cuántos conocimientos habrán caído en el olvido. Y no sólo hechos, lugares, sino técnicas y formas de hacer las cosas. Cuántas empresas olvidan técnicas porque sus ingenieros senior se jubilan y son reemplazados por junior.

En la novela de Asimov, breve y muy entretenida, la creación de una Enciclopedia Galáctica es tan sólo una estratagema para evitar el colapso del Imperio. Los científicos habitantes del Términus, encargados de recopilar todo el conocimiento disponible, descubren que sus conocimientos son una ventaja competitiva irrefrenable ante las ansias expansionistas de otros planetas y que no dudarán hacer valer llegado el momento.

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