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El documentalista camaleónico o el proceso del cambio

Cuando alguien se dedica a una profesión para la que previamente se ha formado y de la que tiene experiencia, puede presuponerse que un nuevo puesto de trabajo dentro de su área no supone un gran cambio, sino apenas un pequeño reajuste para adaptarse al nuevo medio.

En nuestro caso, las funciones estándar de un bibliotecario/documentalista podrían sintetizarse en: buscar o recoger información, organizarla o clasificarla para su recuperación y, finalmente, ofrecerla a nuestro usuario final, de la forma en que pueda resultarle más útil. Pero una formula tan sencilla como ésta, ante un nuevo trabajo, puede complicarse hasta límites insospechados y, sin alejarte realmente de ella, obligarte casi a partir de cero.

Cuando nos enfrentamos al reto de un cambio de trabajo debemos pasar por una fase de reconocimiento del terreno y adaptación a éste más o menos larga. Esto dependerá de nuestro bagaje personal, pero también de los escollos que tengamos que sortear o de las personas que nos allanen el camino.

La mayoría de las veces, ese escollo puede consistir en aprender un programa de catalogación en una biblioteca o de gestión de la información en una empresa. Y, según mi parecer, las herramientas informáticas son quizá el menor de nuestros problemas. Como profesionales de la información comprendemos la lógica de estos programas: sabemos cuál es su finalidad (almacenar la información), qué tenemos que darles (datos que clasificaremos según un criterio establecido) para que nos den lo que queremos (información pertinente), y sólo necesitamos saber cómo (la idiosincrasia del programa). Seguramente bastará con empaparnos del manual de instrucciones y, con suerte, contar con la ayuda de algún compañero conocedor del programa.

Ya son palabras mayores cuando hablamos de un sistema de catalogación o clasificación diferente al que estamos acostumbrados, o la utilización de un tesauro, porque esto nos obliga a reorientar nuestra proceso mental de análisis de la información. Pero es el entrenamiento el que nos hace eficaces y eficientes y, en este caso, es nuestro único camino.

Un cambio importante que se ha ido produciendo en las últimas décadas y que nos afecta a la hora de desarrollar nuestra labor es la aparición de nuevos soportes documentales. Incluso conociendo el ámbito de trabajo –una biblioteca, un archivo de empresa, un medio periodístico- y conociendo el sistema de gestión que debemos utilizar, trabajar con un soporte diferente puede darnos más de un quebradero de cabeza.

Empezando con el primer caso que he mencionado, para las bibliotecas la inclusión de documentos de audio y vídeo supuso para empezar afrontar (por poner un ejemplo obvio) problemas de almacenamiento, al requerir un mobiliario especial; pero también la necesidad de ofrecer a sus usuarios los medios técnicos para acceder a ellos (reproductores). Y esto fue lo de menos, ya que a raíz del préstamo de películas y música en las bibliotecas públicas surgió una serie de complicaciones legales por derechos de propiedad intelectual que con los libros no se había planteado hasta entonces.

El cambio del documento en papel al documento digital está resultando mucho más traumático. A los complicaciones de un almacenamiento con la garantía de seguridad informática necesaria, se añaden aspectos legales sobre la autenticidad y validez legal de dicho documento. Cuando la información digital resulta tan fácil de modificar, convencer a los interesados (empresas – clientes, administraciones públicas – ciudadanos) que un documento electrónico no ha sido manipulado y que su valor legal es el mismo que tendría un original en papel no siempre es factible. Nueva normativa al respecto, la firma electrónica y otros medios técnicos intentan solventar estas reticencias, pero creo que principalmente se trata más de una cuestión de concienciación.

Pero me he alejado un poco del tema al hablar de soportes de información, ya que son las instituciones para las que trabajemos las que tienen que lidiar con estos problemas.

Así que volviendo a lo que nos atañe, un nuevo formato puede modificar nuestra forma habitual de realizar nuestras funciones, pero éstas vienen a ser en definitiva las mismas: recoger información, tratarla y servirla. Quizá en el caso de un documentalista especializado en medios de comunicación pueda resultar drástico el pasar de trabajar en un periódico, donde la información es exclusivamente en papel o al menos textual, a trabajar en un medio audiovisual, donde este tipo de información requiere un análisis completamente diferente. Pero repito lo dicho, tenemos las habilidades necesarias para enfrentarnos a ello y sólo necesitamos entrenamiento.

Desde mi experiencia, quizá lo que más incertidumbre ocasiona en un nuevo trabajo sea precisamente lo que no tiene que ver directamente con nuestras funciones (la tríada mágica que no paro de repetir). Empezar a trabajar en un área del que poco o nada sabemos –entrar en el mundo empresarial por primera vez, o en un ámbito científico del que apenas tenemos unos conocimientos básicos- puede resultar tal vez la barrera más difícil de superar. En estos casos nuestra formación y experiencia poco pueden ayudarnos.

Y si además los astros se conjugan de tal forma que ni siquiera podemos aprovechar la experiencia o seguir la huella de nuestro predecesor en el puesto de trabajo ya que nos encontramos en un terreno sin abonar, una institución en la que somos los primeros profesionales de la información que asumen un trabajo nuevo para ambas partes, nuestro desamparo puede ser desesperante.

Entonces todo son trabas: un medio que desconocemos, unas fuentes de información que nos son extrañas, que no sabemos si existen o cómo llegar a ellas, unos datos que no sabemos cómo procesar porque apenas llegamos a comprenderlos. ¡Un auténtico calvario!

Llegado a este punto queda claro que la única solución es llegar a entender sea como sea el mundo en el que desempeñaremos nuestra labor. Y en estas ocasiones, como en muchas otras de la vida, los contactos personales pueden ser nuestra tabla de salvación. Antiguos compañeros de estudios o de trabajo que han tenido que desenvolverse en campos similares y que pueden aportarnos su experiencia en la misma situación. Pero también amigos o conocidos que ni siquiera pertenecen a nuestra profesión y que, precisamente por eso, pueden ofrecernos la información que tanto necesitamos e iluminar un poco ese empedregado camino: regalarnos una clase elemental del ámbito científico en el que tenemos que trabajar, darnos a conocer fuentes de información o herramientas que nos serán útiles, recomendarnos a las personas que pueden orientarnos o ayudarnos a establecer contactos. En definitiva, ayudarnos a conocer el terreno que pisamos.

Pero ese camino de adaptación a un nuevo trabajo no tiene porqué se siempre así de espinoso… a veces lo es más.

Publicado en Profesión