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Esta fotografía no es como tú la tomaste

Uno de los debates recurrentes, o inacabables más bien, de la fotografía es sobre la verdad. Es decir, cuánta realidad y verdad puede contener una imagen fotográfica. Por no extenderlo, el debate suele acabar con la conclusión que la fotografía es «una» verdad, pero nunca toda ella.

Primera fotografía de la historia «Vista desde la ventana en Le Gras» Joseph Nicéphore Niépce (1824)

En un mundo inundado de imágenes, esa realidad se retuerce un poco más, puesto que el objetivo de la fotografía es documentar para exponer, mostrar una experiencia aparentemente satisfactoria (un viaje, una escapada, un restaurante, una posesión), aunque esa experiencia ni siquiera sea vivida por ti. Y, dentro de todo ello, se añade la ecuación de la tecnología y sus instrumentos de venta, demostrando que para ser mejor, no tienes porqué ser todo exactamente igual a lo que viviste o fotografiaste en su momento.

La fotografía nació obviando cierta verdad por necesidad, por las limitaciones tecnológicas de ese momento (1827). Eran imágenes en blanco y negro, con largos tiempos de exposición, por lo que era difícil representar la «verdad»» si no era de manera estática con objetos inmóviles o personas que debían permanecer lo más quietas posible durante varios minutos y con cierta estética impostada (y monocromática). El color llegaría pronto a la fotografía (1861), sin embargo y de nuevo por necesidad técnica y económica no se popularizó en la profesión que registraba la historia (fotoperiodismo) y se mantuvo en blanco y negro hasta bien pasado el siglo XX. De hecho, predominantemente, hasta mediados de los 70 la fotografía artística era en blanco y negro o no era. Pero la fotografía en color se utilizó mucho en el sector de la publicidad, un mundo que no necesariamente trata de mostrar la realidad que era denostado por los fotógrafos «de verdad».

Hoy, esos debates suenan caducos cuando las posibilidades son infinitas. La magia de los teléfonos móviles y sus sistemas fotográficos de hoy es que nos muestran una realidad algorítmica. Disponen de mecanismos de procesado que tratan de «engañarnos» sobre sus virtudes saturando las fotografías y mejorando el contraste. Cuanto más color, mejor y, sólo hay que revisar las distintas versiones fotográficas de la montaña del arcoiris o de los siete colores de Perú (Vinicunca). Alguno se habrá sentido un tanto decepcionado.

Pero más allá de las capacidades de megapíxels y los zooms ópticos o digitales de unos modelos u otros (difíciles de llegar a comprender para una persona media sobre la cantidad última de megapíxeles), cuando todos los teléfonos son iguales los argumentos de venta deben de ir por otros derroteros… Retorciendo un poco más el registro fotográfico, claro.

Algunos apuntan a potencia bruta, como la capacidad de fotografiar la Luna con alto nivel de detalle (aunque el teléfono hiciese un copia y pega de otra imagen de alta resolución), otros con que te puedas quedar con las mejores poses de distintas imágenes (Google Pixel pensando en los selfies) y, claro, con la IA es posible hacer zoom infinito inventando detalles de las fotografías. La fotografía y la tecnología sobrepasan el debate, aunque cada vez la consciencia del color, el encuadre o el tipo de toma, se comienza a delegar en una caja negra que sabe perfectamente lo que podríamos estar buscando.

Publicado en Tecnología

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