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Mes: julio 2010

¡Que no cunda el pánico! El servidor está caído

Toda persona que gestiona un sitio web se ha enfrentado a la situación, que invariablemente de la empresa con la que tiene contratado el servicio de alojamiento más tarde o temprano se da, de introducir la dirección URL de su dominio, darle al “Intro” y que no pase nada. Bueno, sí, que el navegador de un error tipo “El sitio web es inalcanzable”. Es entonces cuando dependiendo de si el sitio web se encuentra alojado en un servidor compartido o dedicado, al administrador de la web le entra la preocupación o simplemente piensa para sí mismo “Ya pasará”.

En el primer caso, si es compartido, en general, se trata de webs con bajo tráfico y es bastante frecuente que se dé la situación de encontrarse el servidor caído. Si el servidor es dedicado, es bastante probable que la página web soporte bastante tráfico y se desee que la web se encuentre disponible las 24 horas del día. En realidad, miento, esto es cierto a medias. Todos los administradores se ponen nerviosos, aunque algunos lo llevan mejor que otros, mientras un frío pensamiento atraviesa sus mentes: ¿Qué estará pasando en aquellos ordenadores remotos que no sirven las páginas web?

En ocasiones, ese “corte” en el servicio se trata de que un servidor ha dejado de funcionar por la razón que sea. En otras, es  nuestro proveedor de acceso el que decide suspender nuestra cuenta debido a que hemos sobrepasado la cantidad de datos que habíamos contratado. Este último caso es el más descorazonador de todos porque demasiado frecuentemente la suspensión de cuentas suceden sin previo aviso. Así, la suspensión te deja un tanto desamparado e intentando entender qué sucede, hasta que abres tu cuenta de correo electrónico y allí tienes el mensaje explicativo, aunque no te den otra opción a pagar más y contratar una tarifa superior.

Es entonces cuando el administrador debe tomar una decisión, mientras recibe algún correo de los visitantes habituales de su sitio web preguntándole o avisándole de que aquello no funciona. El administrador no dispone de muchas alternativa, salvo buscar otra opción más económica en otro proveedor (con el esfuerzo de migración que esto supone), pagar una tarifa superior mediante sus recursos propios económicos al alojamiento que lo ha suspendido o confiar que los fieles le ayuden a salir del atolladero y poder afrontar el pago (No sería la primera vez que sucede).

Sin embargo, no hay nada peor para la reputación de un sitio web que un visitante se encuentre constantemente con el servidor inactivo y la información que necesita sin poder ser recuperable. Si hablamos de un sitio web de referencia la coyuntura se torna en dramática, y si ya damos el siguiente paso y nos referimos a una web profesional que se financia a través de su publicidad contextual, afiliaciones y patrocinios, ya es insostenible.

Lo peor de todo es que esta realidad es obviada y, en más de una ocasión, en sitios webs donde jamás debería suceder. De hecho, en diversas ocasiones, he intentado acceder a un sitio web de un medio de comunicación que ante los picos de tráfico que suceden entre las 8 y las 10 a.m. se encuentra colapsada y sin poder gestionar tal cantidad de tráfico… Y esto sucede durante los últimos meses. Pero esto no es lo peor que me he encontrado, en ocasiones, visitándola a las 9:15 a.m. continuaba sirviendo los contenidos del día anterior, cuando la franja de mayor actividad de los medios es precisamente a esa hora. En ese sitio web, obviamente, parece no cundir el pánico.

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El mal sueldo del blogger

El periodista Pepe Cervera lo tiene claro, un periodista y un blogger no son, ni por asomo, lo mismo. En su texto,  muy recomendable en su lectura por cierto, Cómo destruir una federación de blogs, aborda el enfrentamiento que tienen los bloggers de una red de blogs anglosajona, ScienceBlogs, con los administradores de la misma porque habían decidido crear un blog patrocinado por PepsiCo para financiar la red. Los bloggers rebelados por la violación de una plataforma creada para la difusión de la Ciencia han comenzado a abandonar la publicación de sus sitios webs, creando otros blogs fuera de ella. Para Cervera, los bloggers y los periodistas se encuentran en planos distintos, los bloggers y los periodistas no son lo mismo:

Para poder razonar esta afirmación hacen falta definiciones, a ser posible claras, ya que hay cierta confusión terminológica. Y es que ser un blogger no tiene nada que ver con escribir un blog, ni ser periodista con trabajar en un medio de comunicación tradicional. El blog no es más que un formato de publicación en la Red, y dentro de este formato se puede ser blogger o periodista. Un medio de comunicación no es más que un tipo de empresa, y en ella se puede ser blogger o periodista. El factor decisivo que diferencia la actividad de quien practica el periodismo de aquel que practica el blog no es el formato ni el tipo de empresa, sino la razón por la que se escribe. Un periodista escribe para comer; un blogger escribe por amor al arte.

Desgraciadamente, los tiempos han cambiado y los bloggers ya no suelen antender con tanta fruición ese amor al arte, son tiempos de crisis y el bolsillo vacío aprieta los viejos esquemas. Una amiga lanzaba en Twitter una pregunta: ¿Cuánto cobra un blogger? Puede que un conocido suyo parado se plantease dedicarse profesionalmente al mundo de la blogosfera, puede que ella misma se encontrase dispuesta ante una necesidad y necesitase de un dinero extra. Desgraciadamente, la respuesta es que poco, muy poco.

El artículo Asalariados del blog que se publicó a principios de año en el diario El País nos puede dar una pista sobre cuánto puede cobrar un blogger por texto. Mi amiga consideraba que eso no era pagar a nadie, de 0’5 a 1 euro por post, era llanamente explotación.

Puede que mi amiga tenga razón. Escribir un texto, que no se trate de un mero “corta y pega” de una nota de prensa, puede llevar entre media a una hora. Si el texto se encuentra mucho más elaborado, por ejemplo, de una extensión que sobrepase las mil palabras, puede que el tiempo de documentación y redacción se dilate mucho más. ¿Un euro por una hora o incluso dos de trabajo? ¿Quién puede dedicarse profesionalmente a esto? Tendríamos que volver al razonamiento de Pepe Cervera, a alguien que le guste escribir sobre los temas que le gustan, ganarse un pequeño sobresueldo y poco más. Alguien que trabaje por amor al arte.

Sin embargo, la reflexión de Cervera también debería preocupar a la segunda profesión citada. Si a un bloguer se le paga a un euro la pieza de información (dependiendo de qué casos, ojo), ¿cuánto les llegarán a pagar a los periodistas en un futuro? ¿Serán los medios de comunicación capaces de soportar la competencia cuando los costes de esta competencia son tan sumamente bajos? ¿Podrán los periodistas competir en igualdad de condiciones con personas, algunas de ellas expertas en la materia y que les sobrepasan en conocimientos (a algunos de ellos), que se dedican informar por simple gusto?

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El ocaso de Feedburner (y de los Feeds)

Una de las “maravillas” que popularizaron los blogs es la sindicación de contenidos a través de sus distintos formatos. La posibilidad de recoger los contenidos de innumerables web sin tener que visitarlos uno a uno cada día a través del navegador (o hora tras hora dependiendo de la web), nos permitía leer las nuevas actualizaciones de sitios web de publicación irregularde forma automatizada. Para los usuarios más avanzados de la Web, la implementación de los RSS en las webs supusieron un avance en la lucha contra la infoxicación, aunque más de uno acabaría sepultado de nuevo por ella por su falta de mano izquierda a la hora de gestionar aquella avalancha.

Hoy en día, la sindicación, uno de los estandartes de la Web 2.0, languidece mientras la recomendación impone su reinado. Twitter o Facebook redirigen muchísimo tráfico, mientras los Feeds nunca llegaron a ser asimilados por el gran público posiblemente debido a que permanecía un tanto ajeno a sus posibilidades. En el apogeo de la blogosfera, Feedburner se erigió como el mejor servicio externo para la distribución de feeds y muchos bloguers lo abrazaron en primer lugar porque disminuía la presión del tráfico en sus servidores, en segundo porque ofrecía estadísticas y en un tercero porque permitía la suscripción a través de email.

El futuro parecía caminar hacia la distribución de los contenidos a través de esta vía y Google apostó por ella, desarrollando su propio agregador vía web (Google Reader), además de ofrecer su abrazo del oso a la compañía que mantenía Feedburner adquiriéndola. Sin embargo, desde entonces no se produjeron mejoras significativas en el servicio desde Mountain View, salvo la posibilidad de incrustar publicidad en los Feeds.

Actualmente, el abandono parece total. Además de que algunos suscriptores nos han informado que las actualizaciones por email en ocasiones no llegan a su destino, los picos de lectores que muestran las estadísticas del servicio fluctúan de forma dramática, suponiendo en ocasiones más del 50% de los mismos. Ni siquiera el servicio parece fiable a la hora de aportar estadísticas y las alternativas apenas existen. Es probable que a muchos administradores les toque volver a nuestros feeds nativos, aquellos que nuestros sistemas de gestión de contenidos nos otorguen olvidándose de Feedburner, puesto que si empieza a tener caídas, el servicio dejará (aún más) de tener sentido.

Los feeds pasarán a ser meros enchufes de las webs de Social Media o afines, desvirtualizando su concepción de la web productora de contenidos hacia la persona interesada, encaminándose hacia la máquina (Las webs, Facebook, Twitter, etc.)

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El modelo iPad es el camino para la alfabetización informacional

A principios de los años 90, mi padre trabajaba en una empresa aseguradora que adquirió un servidor que estaba valorado en un millón de pesetas de aquel entonces. Mi padre estaba más o menos orgulloso de aquel mastodonte y, en una de esas visitas que realizamos los hijos cuando somos jóvenes y donde soy semiidolatrados por los compañeros de trabajo de nuestros familiares, recuerdo perfectamente la máquina IBM encerrada en su cuartito cruzada por innumerables cables a través de los cuales servía datos y cálculos al resto de terminales “tontos” de la oficina. Obviamente, eran otros tiempos, los terminales no solían disponer de interfaces mediante punteros e iconos a pesar de que ese sistema de interacción con el usuario lo comercializaba Apple con éxito desde mediados de los años 80. Claro que eran otros tiempos, las innovaciones tecnológicas tardaban unos pocos años en llegar a este lado del Atlántico y su asimilación era más lenta. Es curioso que actualmente un pequeño desfase de semanas en la comercialización de cierto producto tecnológico parece situarnos casi en la segudna división del Globo.

Cuando la consola de comandos pasó a mejor vida, a mi padre le costó dar el salto. Resistiéndose a utilizar el ratón, usando las combinaciones de teclas para ejecutar acciones y las teclas de desplazamiento para moverse en menús de programas diseñados para MS-DOS o Unix. Hoy en día, no ha podido resistirse al cambio radical que ha sufrido la informática de consumo en los últimos tiempos y sorprendentemente mantiene, en la medida de lo posible y con el soporte técnico de su hijo, una pequeña página web. Su siguiente paso es dar el paso a Facebook, pero eso lo dejaremos para Agosto.

Sin embargo, mi madre siempre se ha negado a sentarse delante de un ordenador. Desde aquel clónico con un procesador 286, un IBM PS2, que inauguró la mesa del despacho de mi antigua casa, hasta los distintos ordenadores que han ido poblando los rincones de mi casa a lo largo del tiempo, incluyendo los tres portátiles que hoy habitan mi casa, reiteradamente se ha negado a asomarse a Internet, aunque alguna de sus hijas se haya ido lejos y la comunicación con ella se haya hecho un poco más complicada. Y no se trata de que no tenga una miente inquieta, que la tiene; sin embargo el teclado, el ratón, los tiempos de espera cuando cargan los programas, la aparente complicación de los ordenadores con sus cuelgues, la han mantenido alejada de todo aquello que tuviese cierta relación con la informática. Hasta hoy.

La discusión sobre el gadget del momento también ha afectado a mi familia como habrá asaltado algunas de las conversaciones durante alguna comida familiar. Mi hermana consideraba que era un cacharro inútil, capricho de ricos y un nuevo movimiento de marketing de Steve Jobs que empujaba a los fansboys a gastarse de nuevo el dinero. Yo no lo veía así, desde luego. A pesar de las críticas, de la falta de cámara, de la falta de multitarea, de la falta de puertos USB, Jobs nos guiñaba el futuro. Es posible de que se trata de una tragaperras sobre la que debemos gastarnos el dinero para mantenerla útil, pero un aparato sencillo de usar y sin muchas complicaciones que rompía con la barrera de entrada que hasta entonces había supuesto a las personas más mayores.

Tanto es así que no me sorprendió que mi madre, tecnófoba por naturaleza que se niega a utilizar un teléfono móvil para no estar controlada en ningún momento por nada ni por nadie, me dijese que si finalmente adquiría un iPad se lo dejase probar. Una pantalla táctil, un diseño atractivo, una interfaz sencilla y sin teclado ni ratón y mi madre ya parece dispuesta a dar el salto a la Red. He ahí porqué el iPad, y las tablets que la seguirán, están cambiando el futuro no sólo para los más jóvenes, sino también para los más mayores.

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