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Mes: marzo 2012

El hashtag mató al titular

Los manuales de estilo periodísticos son muy estrictos a la hora de redactar titulares. La lectura de un artículo periodístico comienza con ellos, tienen que reducir una pieza informativa a la mínima expresión, no tienen porqué ser frases completas, no tienen que hacer referencia a títulos de películas o libros (O eso intentan los correctores de estilo), tienen que ser impactantes, originales, atractivos, no pueden superar cierta extensión, etc.

Desde luego que la Prensa e Internet nunca se han llevado demasiado bien, ni desde el punto de vista del modelo de negocio ni desde el punto de vista de la composición de los textos. Escribir para Google es una de las críticas achacables a esa transición, matando los dobles sentidos, acabando con la riqueza del lenguaje e intentando ser lo más descriptivo posible para ser localizado en el maremágnum de las páginas que pueblan la Red. El redactor parece constreñirse más en el hiperespacio que sentirse libre en un lugar donde la dictadura del espacio disponible, de las líneas o los caracteres, es prácticamente inexistente.

Sin embargo, actualmente, la dictadura la marcan otros y son estremadamente extremadamente crueles con los usos y costumbres que hace un año nos hubiesen parecido imposibles. Google comienza a declinar en su capacidad para difundir noticias y fomentar su consumo. La Red impone su ritmo incluso a las empresas que nacieron de ella. La empresa de Mountain View parece incapaz de seguirle el ritmo a una sociedad que acelera ad infinitum el consumo de noticias e informaciones. Los periódicos se han dado cuenta y comienzan a escribir para otros.

El Hashtag no nació de Twitter, lo crearon sus usuarios intentando agrupar las informaciones sobre un mismo tema. Fue espontáneo, pero Twitter lo adoptó como un elemento más de su propio ecosistema informativo. Actualmente, el hashtag asalta el medio impreso, sus titulares. En esta ocasión, el medio busca la generación de ruido, que el titular se desplace a Twitter que genere debate, que pueda ser monitorizado y evaluado, que el ruido redunde en la lectura de su artículo, que el titular y el hashtag sean uno. El lector del medio impreso menos avezado no entenderá qué es eso, una almohadilla junto a un nombre (#nimileurista), pero esos textos están destinados hacia una generación joven copada por una crisis económica que les impide su desarrollo personal y profesional. Una generación que usa Twitter de forma intensiva y que el periódico busca que comenten el reportaje y los que le seguirán al primero.

Desde luego que el hashtag no matará al titular, simplemente se metamorfoseará en el nuevo lenguaje comunicativo de la Red y de sus usuarios más intensivos. La información buscará su salida en las nuevas formas comunicativas, perseguirá la forma más eficiente de ser difundida, como si de la Evolución se tratase. La información aún quiere ser libre.

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Ahogar la I+D+i, matar el futuro

No hay mejor asesinato que aquel que parece un accidente o una muerte natural, aunque en este caso no parece importar que se haga en plaza pública y a la vista de todos. Fue a finales del siglo XX cuando en España muchos se llenaron la boca con expresiones como “sociedad del conocimiento” o “economía post-industrial”. La tecnocracia nos traería los parabienes y una sociedad de progreso; sin embargo, de aquellas charlas, de aquel intercambio de ideas, de aquella apuesta por las palabras mágicas investigación, desarrollo e innovación, poco se ha sabido posteriormente. No existió tal cambio. Puede que la apuesta decisiva se la llevase otra fiebre más provechosa en el corto plazo, fundamentada en la especulación pura y dura, que en cualquier caso arrasaba con el futuro.

Decía Miguel Unamuno “¡Que inventen ellos!” como máximo estandarte a la complacencia española para innovar poco. Claro que aquel país, hablamos de principios del XX, todavía no podría considerarse ni moderno ni siquiera europeo y a ello iban Unamuno y Ortega y Gasset. Aquel país, atrasado, pobre; se negaba a despegar por su incapacidad de apostar por un futuro, conformándose con sestear junto a los restos de un Imperio amortizado.

Muchos decenios después en un contexto socioeconómico completamente distinto, Europa nos abrió las puertas hacia la modernización y este país se puso en marcha. La actualización española dentro de su ámbito geopolítico y económico se realizó sobre las inversiones europeas y americanas, pero el esfuerzo fue doloroso con la liquidación de industrias obsoletas y poco eficaces, abriéndose el camino hacia la modernización y la mejora de procesos industriales. Cabe recordar que la I+D no sólo consiste en el desarrollo de nuevos productos, de nuevos servicios, también pasa por la mejora de procesos y de la productividad, no debemos olvidarlo. Desgraciadamente, esta transición no provocó que la I+D se convirtiese en una apuesta de futuro clara, parecía tratarse de una oda por un mantra aparentemente impuesto y en cuanto tuvimos la oportunidad de sestear, de mirar hacia otro lado para el beneficio rápido, nos pusimos a ello.

Sin embargo, no todo se malgastó, la base se construyó a conciencia. Se desarrollaron las infraestructuras para la modernización y maduración de la ciencia española, las empresas se abrieron tímidamente a la apuesta por la I+D y algunas ellas adoptaron la innovación en sus procesos como una apuesta hacia la internacionalización y globalización de sus productos. Son muchos los profesionales que se marcharon al extranjero para formarse, bebieron de otros lugares, de su forma de pensar y proceder. A su vuelta, parecía que se les despreciaba, empujándoles a marcharse de nuevo, como si su esfuerzo hubiese sido en balde. Conscientes de ello, se les trató de captar de nuevo, con un sistema moderno y renovado, con mejores condiciones laborales, no podría haber de nuevo una nueva fuga de cerebros.

Sin embargo, la crisis ha calcinado cualquier estructura anterior. Volvemos al “que inventen ellos”. El futuro de la sociedad post-industrial se lo lleva este mal sistémico de un esquema económico gripado, mientras la I+D+i es herida de muerte por el apalancamiento y el estrangulamiento financiero. Parece que la I+D+i nunca fue nuestra apuesta de futuro, fue un bonito espejismo. Ya no se trata de malos presagios, ni de recortes o ajustes presupuestarios, son hechos casi consumados.

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Bibliotecas, esos cementerios de libros olvidados

En el libro de ficción “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón se describía un cementerio de libros olvidados que por su fuerza poética encandiló a todos los lectores de la novela. Sin embargo, a veces, nos olvidamos que la realidad supera la ficción y los cementerios de libros olvidados o que quieren ser olvidados por sus autores son, en realidad, las propias bibliotecas.

En el texto “El libro que Martin Amis no quiere que leas” se nos muestra uno de estos ejemplos que rescatamos aquí.

¿Quién no ha renegado alguna vez de su pasado? Martin Amis era joven -estaba en la treintena-, le gustaban los videojuegos y, probablemente, no le venían nada mal unos ingresos extras mientras terminaba Dinero, por eso escribió Invasion of the Space Invaders: An Addict’s Guide to Battle Tactics, Big Scores and the Best Machines, cuyo prólogo firma Steven Spielberg. Al parecer, el británico siempre ha sido reacio a hablar de esta obsesión de juventud por los videojuegos y el libro estaba descatalogado. Había rumores de su existencia pero, por lo demás, caso cerrado. Hasta ahora. El periodista Mark O’Connell descubrió un ejemplar en una biblioteca de Dublín y no ha escatimado en páginas escaneadas […] para a) despejar de una vez por todas las dudas de la existencia del libro y b) argumentar que en esa obra de juventud se pueden encontrar las claves para entender las posteriores novelas del autor de Campos de Londres. El desenlace da para varias moralejas y un desacierto: a Amis le falló el olfato cuando predijo que los días de Donkey Kong, el primer gran éxito de Shigeru Miyamoto, «tenía los días contados».

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La distopía imposible de “Farhenheit 451”

El fin del libro como objeto físico, reconocible y universal parece acelerarse. Añadiendo a la crisis profunda del modelo de negocio de la Prensa, las enciclopedias, banderas de la Ilustración, desaparecen de las imprentas, mientras que el libro electrónico va apartando lentamente al libro tradicional de las grandes centros de lectura universales como son los vagones de metro. La Enciclopaedia Britannica sobrevivió al envite de la Enciclopedia Encarta con la llegada del CD-Rom y el DVD, pero poco a tenido que hacer con el gran depósito del conocimiento que es Internet en su globalidad y la Wikipedia en particular.

Sin embargo, la Britannica, de la que se cuenta que Jorge Luis Borges fue capaz de leerla de la A a la Z y aquellos que trataron de emularlo se quedaron a medias, ha sido capaz de adaptarse a los usos del hipertexto, reconvertirse y, aunque sus grandes libros quedarán como otrora dinosaurios del mundo analógico cogiendo polvo en los anaqueles de las más variadas bibliotecas, sobrevivirá convencida de que su valor añadido no podrá ser nunca superado. Veremos.

Mientras tanto el terremoto que ha supuesto el desembarco de Amazon en el comercio electrónico en España, provoca que el sector editorial deba desperezarse asustado porque el queso se lo lleve el gigante norteamericano. Su política de convertir la adquisición de un libro electrónico en una tortura, fracasa cuando el Kindle parece funcionar bien en España. Además, el hecho que el precio del libro en este país casi se encuentre casi congelado (No se puede ofrecer un descuento mayor del 5%), no supone mayor barrera para la superación en el mercado de un producto que comienza a languidecer. El papel, ese producto que ha servido para transmitir la información durante tantos años, dispone de duros competidores transformados en tabletas, móviles y ebooks.

No me sorprendería que dentro de unos años aquellos jóvenes que se acerquen a “Farhenheit 451” , uno de mis libros distópicos favoritos, no alcancen a entender el simbolismo del libro como objeto transmisor del conocimiento. El sacrilegio que actualmente supone su quema y su desprecio. Sin embargo, no deberíamos sorprendernos de ello. Hoy en día, no es difícil encontrarnos con muy jóvenes que no entienden porqué el icono “Guardar” se representa por un Diskette (o Floppy Disk), objeto que no conocen; así como algunos se sorprendan de que sus padres lean ese objeto llamado “periódico”. Ray Bradbury no pudo imaginar un mundo sin libros físicos, es bastante probable que las futuras generaciones se sorprendan de que alguien se alarme de la quema de un objeto tan limitado y desconectado.

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De troyanos y sitios web

Desde hace unas semanas, me he encontrado con la desagradable sorpresa que algunos blogs que administro se encontraban infectados por un virus troyano. Este troyano sólo parecía afectar al navegador Internet Explorer directamente intentando instalarse engañando al internauta mediante una interfaz que aparentaba estar escaneando su disco duro y anunciando una serie de problemas, mientras que Chrome o Firefox parecían estar seguros. Tras tratar de intentar aplicar varios remedios, sin que resultasen efectivos, la única salida que me restaba era el formateo completo y reinstalación de todo el sitio con todo lo que ello implicaba. Este trabajo, dependiendo de la antigüedad del sitio y de cómo esté configurado, puede ser más o menos costoso, pero en el caso de este blog fue titánica.

En primer lugar, realicé una copia de seguridad de todo el sitio infectado. Como sabéis, WordPress funciona con la combinación de ficheros en PHP junto con una base de datos en mySQL, y en este caso el troyano se insertaba en todos y en cada uno de los ficheros PHP del sitio. La única solución pasaba por hacer una copia de seguridad en local, volver a subir una instalación limpia del mismo, cambiar todas las contraseñas (FTP, bases de datos y usuarios). Sin embargo, en el caso de “El Documentalista Enredado”, utilizaba un plugin de caché que multiplicó exponencialmente el número de páginas a bajar. Mis prisas por desactivar el sitio y tratar de ponerle remedio de la forma más rápida posible, no me permitieron percatarme que debería haber limpiado la caché antes de ello. Para entonces el mal ya estaba hecho y aunque el proceso de borrado fue más o menos rápido, me encontré con directorios que disponían de hasta 50 niveles por un error del plugin que cacheaba las páginas. Imagináos tener que ir entrando en 50 carpetas consecutivamente, simplemente el sistema se colapsaba anunciando que el número de conexiones simultáneas se había excedido.

El blog desapareció durante cinco días. No fue accesible excepto la navegación de ciertas carpetas aunque no era de mi agrado. Sin embargo, durante este proceso, me pude dar cuenta de la cantidad de “basura” que se ha generado durante el transcurso de los ocho años que este sitio web ha estado activo. Por otro lado, dentro de las carpetas de las imágenes también existían ficheros creados por el troyano ex professo para infectar de nuevo el sitio por lo que tuve que revisar las carpetas una a una.

Ahora mismo todo parece estar bien, el blog vuelve a estar limpio y funcionando, y más allá de la incomodidad de regenerar contraseñas (aunque siempre es recomendable cambiarlas cada seis meses), me percato de que antes algo que habría sido un reto se convirtió en un fastidio absoluto. Imagino que las cosas han cambiado.

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