No hay mejor asesinato que aquel que parece un accidente o una muerte natural, aunque en este caso no parece importar que se haga en plaza pública y a la vista de todos. Fue a finales del siglo XX cuando en España muchos se llenaron la boca con expresiones como “sociedad del conocimiento” o “economía post-industrial”. La tecnocracia nos traería los parabienes y una sociedad de progreso; sin embargo, de aquellas charlas, de aquel intercambio de ideas, de aquella apuesta por las palabras mágicas investigación, desarrollo e innovación, poco se ha sabido posteriormente. No existió tal cambio. Puede que la apuesta decisiva se la llevase otra fiebre más provechosa en el corto plazo, fundamentada en la especulación pura y dura, que en cualquier caso arrasaba con el futuro.
Decía Miguel Unamuno “¡Que inventen ellos!” como máximo estandarte a la complacencia española para innovar poco. Claro que aquel país, hablamos de principios del XX, todavía no podría considerarse ni moderno ni siquiera europeo y a ello iban Unamuno y Ortega y Gasset. Aquel país, atrasado, pobre; se negaba a despegar por su incapacidad de apostar por un futuro, conformándose con sestear junto a los restos de un Imperio amortizado.
Muchos decenios después en un contexto socioeconómico completamente distinto, Europa nos abrió las puertas hacia la modernización y este país se puso en marcha. La actualización española dentro de su ámbito geopolítico y económico se realizó sobre las inversiones europeas y americanas, pero el esfuerzo fue doloroso con la liquidación de industrias obsoletas y poco eficaces, abriéndose el camino hacia la modernización y la mejora de procesos industriales. Cabe recordar que la I+D no sólo consiste en el desarrollo de nuevos productos, de nuevos servicios, también pasa por la mejora de procesos y de la productividad, no debemos olvidarlo. Desgraciadamente, esta transición no provocó que la I+D se convirtiese en una apuesta de futuro clara, parecía tratarse de una oda por un mantra aparentemente impuesto y en cuanto tuvimos la oportunidad de sestear, de mirar hacia otro lado para el beneficio rápido, nos pusimos a ello.
Sin embargo, no todo se malgastó, la base se construyó a conciencia. Se desarrollaron las infraestructuras para la modernización y maduración de la ciencia española, las empresas se abrieron tímidamente a la apuesta por la I+D y algunas ellas adoptaron la innovación en sus procesos como una apuesta hacia la internacionalización y globalización de sus productos. Son muchos los profesionales que se marcharon al extranjero para formarse, bebieron de otros lugares, de su forma de pensar y proceder. A su vuelta, parecía que se les despreciaba, empujándoles a marcharse de nuevo, como si su esfuerzo hubiese sido en balde. Conscientes de ello, se les trató de captar de nuevo, con un sistema moderno y renovado, con mejores condiciones laborales, no podría haber de nuevo una nueva fuga de cerebros.
Sin embargo, la crisis ha calcinado cualquier estructura anterior. Volvemos al “que inventen ellos”. El futuro de la sociedad post-industrial se lo lleva este mal sistémico de un esquema económico gripado, mientras la I+D+i es herida de muerte por el apalancamiento y el estrangulamiento financiero. Parece que la I+D+i nunca fue nuestra apuesta de futuro, fue un bonito espejismo. Ya no se trata de malos presagios, ni de recortes o ajustes presupuestarios, son hechos casi consumados.
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