Cuando hablé con ella, puede que haga un año, se me rompió el corazón. Había hecho todo lo que se suponía que debía hacer. Durante toda su vida, se había esforzado terriblemente, lo había intentado hacer bien según el sistema lo había dispuesto. Había realizado los estudios que se habían diseñado para capacitarla profesionalmente, había realizado múltiples becas en empresas relevantes de su sector y había aceptado trabajos mal remunerados esperando ese futuro soñado. Incluso había tenido que rechazar trabajos en empresas, más bien empresarios, que simplemente le tomaban el pelo. Pero no era una derrotista, me dijo que se daba hasta los cuarenta, acababa de cumplir treinta, para tratar de conseguir su sueño. También me contaba que vivía desconectada, sin internet, que no podía ni permitirse un café al día para engancharse a la Wifi y poder consultar ofertas de empleo. Luchaba por una vida tan precaria que despertaba mi más profunda admiración.
Los mileuristas destaparon su realidad social en 2005 en plena bonanza económica, para 2012, tras una crisis devastadora, toda una generación de jóvenes denunciaba que ese sueldo ya constituía casi una quimera. Personalmente, las conversaciones que mantengo no pueden ser más desalentadoras. El lujo ya no es tener un sueldo por cierta cantidad a pesar de que sea insuficiente a todas luces, sino que la fortuna es simplemente tener un contrato.
Adentrándonos en esta década, la segunda del siglo XXI, el futuro idealizado se ha demostrado marchito. Muchos amigos y conocidos siguen perdiendo su trabajo, para reconvertirse en autónomos dependientes de un único cliente, su anterior empresa. Pensándolo, puede que fuesen afortunados, ya que alguno fue despedido sin mediar palabra, sin las gracias por los servicios prestados. Después, descubriría que la semana posterior esa misma empresa le solicitaba que acabase los proyectos que tenía entre manos. “Hay que ser profesional” argüían y mis amigos, buena gente y ante la necesidad, se negaban la evidencia. En ocasiones, nos rebajamos y explotamos nosotros mismos.
No importa a qué te dediques en qué sector te sitúes. La generación Ni-Ni puede que sea un producto de la estadística que esconde una realidad mucho más dura, más difícil de aceptar. Nos equivocamos, nos engañamos. Cuántos dieron el callo en la universidad, en los idiomas, en los másteres imposibles de pagar, en las distintas empresas que no les pagaban porque estaban aprendiendo y acabaron ocultando su brillante pasado para poder acceder a un puesto de reponedor en un supermercado. Cuántos, grandes profesionales, se larvaron una identidad profesional, fueron reconocidos, premiados y aceptados como expertos en una materia a nivel nacional; pero acabaron de bruces en las colas del INEM, aceptando trabajos de media jornada porque no hay nada mejor, porque es lo que hay, porque es lo que te podemos pagar.
Nuestro error será aceptar que esta situación es pasajera, que en algún momento la situación mejorará y que nos irá mejor. Ojalá sea cierto, pero desgraciadamente existen muchos factores y algunos (el esfuerzo, el mérito) ya han huido de nuestras manos.