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Paul Auster: «El arte es inútil»

Puede parecer que el discurso del escritor Paul Auster en el acto de entrega del Premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2006 se encuentra fuera de la temática de esta bitácora. Sin embargo, no es así. Primero porque hace una reflexión sobre el ser humano y su necesidad de la creatividad, del uso del lenguaje como medio comunicativo; y segundo, porque a pesar de la aparente inutilidad de la escritura y del resto de las artes, es precisamente su futilidad lo que hace al ser humano lo que es.

Podría decirse que nuestro trabajo, el día a día de los que mantenemos este blog, caerá en saco roto. Qué duda nos cabe a nosotros. Lo hemos oído muchas veces, ¿una bitácora para qué? Es bastante probable que tengan razón, pero de momento no podríamos hacer otra cosa que semanalmente publicar, al menos, un texto. Así que como bloguers que no buscan más gloria que la aventura de mantener este pequeño espacio dentro de Internet, suscribimos el texto de Auster, aunque sea desde un punto de vista completamente pequeño comparado a su figura y al de resto de las artes.

No sé por qué me dedico a esto. Si lo supiera, probablemente no tendría necesidad de hacerlo. Lo único que puedo decir, y de eso estoy completamente seguro, es que he sentido tal necesidad desde los primeros tiempos de mi adolescencia. Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe?, salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.

Esa necesidad de hacer, de crear, de inventar es sin duda un impulso humano fundamental. Pero ¿con qué objeto? ¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?

En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente inútil.

La narrativa, sin embargo, se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansia con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar? Los cuentos de hadas suelen ser crueles y violentos, describen decapitaciones, canibalismo, transformaciones grotescas y encantamientos maléficos.

Cualquiera pensaría que esos elementos llenarían de espanto a un crío; pero lo que el niño experimenta a través de esos cuentos es precisamente un encuentro fortuito con sus propios miedos y angustias interiores, en un entorno en el que está perfectamente a salvo y protegido. Tal es la magia de los relatos: pueden transportarnos a las profundidades del infierno, pero en realidad son inofensivos.

Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más. Durante años, en todos los países del mundo occidental, se han publicado numerosos artículos que lamentan el hecho de que se leen cada vez menos libros, de que hemos entrado en lo que algunos llaman la "era posliteraria". Puede que sea cierto, pero de todos modos no ha disminuido por eso la universal avidez por el relato. Al fin y al cabo, la novela no es el único venero de historias. El cine, la televisión y hasta los tebeos producen obras de ficción en cantidades industriales, y el público continúa tragándoselas con gran pasión. Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten "en la página impresa o en la pantalla de televisión", resultaría imposible imaginar la vida sin ellas.

De todos modos, en lo que respecta al estado de la novela, al futuro de la novela, me siento bastante optimista. Hablar de cantidad no sirve de nada cuando nos referimos a los libros; porque no hay más que un lector, sólo un lector en todas y cada una de las veces. Lo que explica el particular influjo de la novela, y por qué, en mi opinión, nunca desaparecerá como forma literaria. La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad. Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento.

Nunca he querido trabajar en otra cosa.

Publicado en Visto/Leído

4 comentarios

  1. Le contaré una cosa:
    Cuando nació mi hija, una amiga le/nos regaló un libro flotador. En puridad, fue su primer libro.

    Sin embargo, hoy ha tenido su primer libro elegido por ella.

    Hemos llegado a las cinco, como todos los días cuando acaba el colegio y le hemos dado la merienda. Al cuarto de hora tenía esa cosa llamada gymjazz, como actividad extraescolar, pero en ese entreacto estupendo y maravilloso, me dice:

    – Papi, alcánzame la mochila.

    Se la doy y saca un libro de ella. Un libro elegido por ella, de la biblioteca del colegio. Sin que nadie le dijera nada. Libremente.

    Su primer libro. Al que no le ha dado ninguna importancia.

    Para nosotros, sus padres, escritores lo dos, ha sido emocionante. La hemos besado y arrullado y estrujado y he puesto un sms a toda la familia y amigos íntimos.

    Llámeme exagerado. O cursi. Pero siempre he pensado que leer por uno mismo, es pensar por uno mismo. Algo importantísimo para mí.

    Los libros son cruciales. Todos los libros.
    Un saludo

  2. Gabriela Nuñez. Gabriela Nuñez.

    No comparto su opinión respecto al arte, sé que no existe una definición exacta de esta palabra, que tanto se reproduce en nuestras voces ignorantes.

    Claro, el arte jamás va a impedir que la bala penetre en el cuerpo de la víctima, pero estoy segura que para más de una persona, será lo que motive a detenerla.

    El arte estímula la plenitud, y no es eso lo que todos queremos?

    Gracias por el espacio.

  3. matias matias

    un amigo me dio este link para ahondar en el funcionalismo del arte , comparto opiniones y otras no , pero aquellas con las que disiento tambien tienen su fundamento , que le da vida a la verdad que se esconde detras de nuestras teorias mas mundanas.

    muchos exitos y que la veracidad inunde nuestros sentidos

  4. Fabián Fabián

    El arte es inutil y siempre lo será, lo aborresco por gastar dinero en cosas inutiles como esas. Prefiero empeñarme en buscar nuevas tecnologías o curas para enfermedades que en perder mi tiempo en esas porquerias.

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