“Tomé un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme “Guerra y paz” en veinte minutos. Creo que decía algo de Rusia”
Woody Allen
Desde la pandemia que utilizo una aplicación de seguimiento de lectura y especie de red social de lectores denominada Goodreads. En ella, echo a faltar muchas cosas, pero en el fondo me parece divertida porque compruebo de forma fehaciente que cada año es imposible cumplir los objetivos que me propuse al inicio. Sí, dentro del campo de la lectura, ese compromiso intelectual que uno adquiere con uno mismo, no podría fallar dentro de las promesas aparcadas en espera de un tiempo mejor. Podría hacerme trampas al solitario y esos 20 libros como objetivo que me marco cubrirlos con novelas cortas, fotolibros o novelas gráficas, pero desgraciadamente realmente leo lo que me apetece leer y no son precisamente libros cortos. A esto también hay que añadir cuándo apetece leer y la gran competición que tiene la lectura frente a otros formatos.
Leyendo el artículo What’s Happening to Reading? de Joshua Rothman en The NewYorker, descubro que no estoy tan solo en esa pelea diaria con la lectura (más bien pelea con el día a día). El artículo describe cómo los índices de lectura han bajado y en la búsqueda de las razones, podríamos situar a las redes sociales entre otras. Pasar del denominado en el texto paréntesis de Gutenberg (cuando el ecosistema impreso imperaba en la transmisión de la información) al paréntesis de Zuckerberg (esa transmisión se ha hecho más líquida y conversacional), me ha provocado cierta estupefacción (sin restarle realidad), pero me ha impactado aún más el descubrir que hay personas que ya piensan que escriben para que las IAs las lean, más que un ser humano.
Zuckerberg no está solo. Hoy las opciones se multiplican y todo el mundo lleva un pequeño televisor y ordenador en el bolsillo. Estamos tan hiperconectados con otras personas que a veces se nos olvida que también está bien conectar con uno mismo. Los interludios deben sen rellenados con música, podcasts, chats, móviles… Olvidamos que los momentos de sosiego también son importantes, así como los momentos de silencio. No hay nada más silencioso e introspectivo que la lectura.
Hubo un tiempo que se consideró al metro, la mayor biblioteca ambulante del mundo. Hoy en día, puede que deberíamos cambiar esa acepción. Lectores todavía existen dentro de ese ecosistema cíclico y atareado, los hay que cargan con sus ebooks, los hay (y los considero la resistencia) que todavía cargan con sus libros impresos y los hay que tratan de ponerse al día de la actualidad diaria en los interludios de intercambiador de línea a intercambiador (entre los que me incluyo) con el móvil, pero el contenido que más se consume es el audiovisual. Las nucas torcidas de los trenes, los autobuses, los aviones consumen vídeos de distintas plataformas, YouTube, TikTok, Instagram… Es una batalla perdida frente al algoritmo.
La lectura nunca fue cómoda. Solitaria, densa, demandante de tiempo y concentración, nos pone frente a un espejo. Entiendo los audiolibros, pero no son una solución. El audiolibro es interpretado, se añade una pátina del recitador frente al autor. Es una forma de evitar ese momento con nosotros mismos, siempre acompañados. En breve, el recitador ya no será un actor/actriz. Esa voz será la misma, con el característico acento que te comentará un vídeo de YouTube o te leerá Tolstoi son los mismos dejes. Por supuesto que le pediremos que lea más rápido, que evite esos “adornos estilísticos” que define a la literatura, que se centre en la trama, que haga un resumen. En 20 minutos, habremos podido haber leído “Guerra y Paz” y nos sentiremos plenos en cierta medida.
Comentarios