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Categoría: Homo Digitalis

Confesiones de un Homo Digitalis

El efecto madriguera en Internet (y en tu móvil)

No es algo infrecuente. Recibes una notificación en el smartphone y sin que te hayas percatado ya ha pasado una hora. Es como un agujero de gusano en el que nos adentramos y no sabemos qué hay en el otro extremo, una cosa nos lleva a la otra sin que nos demos cuenta realmente del tiempo malgastado. No importa mucho qué plataforma utilices, puede tratarse de Twitter, YouTube, WhatsApp, Facebook o Instagram (por citar unas pocas), una vez te adentras en ellas te es casi imposible salir. Tu cerebro parece desconectarse de la verdadera razón del porqué está ahí y de las cosas más urgentes que te quedan por hacer.

Pero no deberías culparte, estas plataformas están diseñadas para ello, para atraparte en un bucle infinito de tal manera que permanezcas el máximo tiempo posible. Quién negaría que se ha pasado una tarde saltando en Netflix de serie en serie, película en película (bendita reproducción automática de contenidos), para finalmente descubrir que no ha acabado ninguna serie ni ninguna película. Dos horas de tu vida en un vacío donde realmente no has alcanzado a ver nada.

Es lo que en el ámbito anglosajón denominan el efecto madriguera (rabbit hole phenomenon) sobre nuestro comportamiento on-line haciendo referencia y como metáfora a Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll, porque Alicia caía en la madriguera hacia un destino incierto y con muchas cosas extrañas que se encontraba en el camino. Es gracias a la cultura de la distracción creada por el ámbito tecnológico actual. No hace tanto tiempo, podíamos pasar una tarde entera leyendo un libro o viendo una película completamente centrados en esas actividades, actualmente no. Es inevitable que nuestro cerebro busque la recompensa inmediata de una notificación o que de repente recuerde que tiene que buscar eso que es tan urgente, pero que podría esperar hasta el día siguiente.

Puede que seamos conscientes de ello o no lo seamos, que nos frustremos por aquella capacidad de concentración que antes teníamos, sin embargo constantemente caemos en ella. Incluso se podría describir las formas en las que caemos en esas madrigueras: iterativa, exhaustiva y asociativa. Parece que desde luego no importa lo que hagas, finalmente vas a caer en una de ellas.

En el caso de la iterativa, comienzas buscando algo (puede tratarse de información pero también de un producto o un servicio) y acabas buscando en distintas fuentes comparando servicios y productos. En la exhaustiva, buscas algo muy concreto y acabas recopilando información ampliando el alcance de esa búsqueda dentro de un ámbito relacionado. Finalmente, en la asociativa, consultas una fuente de información que te lleva a otra y ésta te lleva a otra, dos horas después estás en un punto que lo que estás consultando no tiene nada que ver con la primera cosa que consultabas.

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La batalla entre las notificaciones y nuestra concentración lectora

No, de momento, no nos hemos hecho ni más vagos ni más tontos debido a la presencia cada vez más ubicua de pantallas en nuestras vidas. Aunque sí que es cierto que estamos cambiando nuestra forma de procesar la información. Una vez que sabemos que tenemos una fuente de información inmensa a nuestro alcance puede que nos apoyemos mucho más en la herramienta para no tratar de retener esos datos en nuestra memoria. Aunque en realidad es algo accesorio, no dejamos de retener información porque Google nos eche una mano de vez en cuando. Sólo debemos recordar que antaño fueron los libros y las enciclopedias los que desempeñaron esa función, pero obviamente no hay nada más rápido que teclear unas teclas y darle al Intro para realizar una búsqueda ante cualquier duda que nos surja. A pesar de todo, nunca dejamos de sumar porque existiesen las calculadoras.

La recepción de mensajes, que ojeemos las redes sociales (con su scroll infinito) y leer trozos de noticias de forma diagonal (tratar de localizar la parte de un texto que sea la que realmente nos interesa) lo que provoca es que nuestra capacidad de procesar la información sea más rápida. No debemos olvidar que hoy leemos más que nunca porque tenemos una acceso ilimitado a fuentes de información textual. Leemos fragmentos de comentarios y noticias de otras personas de forma rápida, fragmentada y apresurada. Se trata de nuevos géneros textuales (entrada, tuits, comentarios…), en nuevos entornos comunicativos (foros, redes sociales…) con sus propias características tratándose de textos en generar breves, poco definidos, interactivos y cooperativos. Es cierto que este tipo de comunicación se acerca más a la oralidad que con la tradición escrita que se da en libros o en los medios de comunicación, pero también lo es que cada vez más se está transformando hacia una comunicación más visual y directa.

Lo que realmente se resiente es nuestra capacidad de centrarnos en una tarea frente a otros estímulos externos. Por ejemplo, la mayoría de las páginas web no se visionan durante más de diez segundos y menos de una de cada diez permanece abierta más de dos minutos, por lo tanto cuando navegamos lo hacemos de forma interactiva saltando de un sitio a otro. Son las interrupciones lo que merma nuestra capacidad de concentrarnos y lo que nos distingue de los animales. Así como ellos por supervivencia tienen que estar cambiando de prioridades por los estímulos que reciben de forma externa y de manera continua por propia supervivencia, los seres humanos tenemos la capacidad de priorizar los estímulos externos que recibimos. Por lo tanto lo que está en peligro con esta falta de concentración debido a los distintos estímulos, es nuestra capacidad de focalizarnos en sólo una cosa, analizar el entorno, reflexionar y posponer una respuesta a los cambios de éste.

La lectura profunda no se aprende, se entrena. Desde luego que podemos recuperar la paciencia para leer textos complejos. Obviamente, no nos comportamos del mismo modo si lo que estamos haciendo es leer un texto on-line que otro off-line. Encontramos muchos más estímulos en el primero y sabemos que podemos cambiar de actividad con sólo mover un dedo lo que interfiere en la actividad en que estamos realizando en ese momento.

A lo que nos enfrentamos es a una fase de transición, donde se produce mucha desorientación sobre dónde se consolidará nuestro comportamiento como especie y los efectos no sólo económicos y sociales que está llevando Internet en cómo nos relacionamos con el entorno.

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Tu vida pasa en un scroll infinito

Somos unos yonkis de la información y nos hemos convertido en ello sin darnos cuenta. No, en este caso, no me refiero a la infoxicación, si no más bien a nuestra dependencia a las notificaciones de los teléfonos móviles y el cómo consumimos la información en nuestros dispositivos móviles. Todo podría enmarcarse dentro de lo que se ha denominado la economía de la atención que se basaba en que, puesto que mucho del consumo dentro de una plataforma de los usuarios sería prácticamente gratuito, lo único que sería diferencial -desde un punto de vista publicitario y por tanto de ingresos para estas plataformas- es el tiempo que un usuario pasa consumiendo contenidos en esa web/plataforma.

Hay un ejército de expertos cuya función es hacernos caer en esta misma trampa, por lo que tenemos la batalla perdida de antemano. Una de las formas más sencillas de tratar de captar la atención del usuario es mediante la explotación de la vulnerabilidad de la psicología humana. En este ámbito, la dopamina tiene un papel relevante puesto que es una hormona que segrega nuestro cerebro para recompensarnos. Segregamos dopamina en cuanto recibimos un like o un comentario que recibimos en cualquier red social, puesto que esta hormona es una de las encargadas en recompensarnos cuando estamos satisfechos.

Aza Raskin fue el inventor del scroll infinito, una característica muy práctica dentro de las redes sociales a distintos niveles y que han sabido explotar sobremanera. El scroll infinito permite cargar contenidos de manera secuencial una vez has acabados los previos sin una acción necesaria por parte del usuario. Sin embargo, su aplicación tuvo un efecto nocivo y tal como él mismo declara al cerebro de los usuarios no les da tiempo a ponerse al día con sus impulsos así que sólo puedes seguir haciendo scroll. Obviamente, esto hace que el usuario se encuentre constantemente consumiendo contenidos en un bucle infinito y mientras trata de centrarse en lo que está haciendo, se queda atrapado en las redes sociales.

Por si fuese poco, estas plataformas están diseñadas para que volvamos una y otra vez a las mismas para ver qué ha estado sucediendo dentro de ellas. A esto se le denomina FOMO (miedo a perderse algo, del inglés, fear of missing out) y entran en juego las notificaciones que deliberadamente permitimos que nos alcancen hora tras hora. Sencillamente, somos seres sociales y nos gusta estar conectados de forma permanente con las personas que nos rodean. Para bien o para mal.

Al final, se ha hecho tan bien el trabajo de tenernos enganchados que los propios desarrolladores de sistemas operativos para teléfonos móviles se han preocupado por nuestro bienestar digital. De esta manera, podremos saber para nuestro sonrojo o sorpresa, cuánto tiempo al día destinamos a nuestros terminales y si así lo deseamos apartar nuestra vista de nuestro terminal… Hasta la próxima notificación, claro.

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De los soportes a la multiplataforma y a los monopolios

Hace unos días, escuchando un podcast sobre series, los tertulianos rememoraban con nostalgia sobre aquellos tiempos cuando se compraban packs enteros de temporadas en DVD. Esto me hizo rememorar cuánto tiempo había pasado desde que yo no había comprado una película en DVD (mucho) y cómo ha cambiado el consumo de la cultura en los últimos años. Es curioso como en estas fechas, en las que muchos andamos a la búsqueda de algún regalo, la opción del CD o del DVD hayan caído en el cuasi-olvido (por fortuna el formato libro aguanta estoicamente todavía). Netflix, la plataforma facilitadora de este gran cambio en el consumo audiovisual, no sólo ha cambiado el canal mediante el cual consumimos este tipo de contenidos, sino también el soporte sobre el cual lo hacemos. Me sorprende todavía que en la carrera de las pulgadas en los salones de la casa (de aquellos que dispongan alguno), finalmente acabemos en el metro consumiendo nuestras series preferidas a través de una pantalla de 5 pulgadas.

Respecto a la música, la melonamía ha quedado desbaratada. Ya no es necesaria la acumulación de nuestros discos favoritos. Sólo necesitas un pago mensual y tienes a tu alcance de casi todo lo que se ha distribuido comercialmente en la historia de la música. Spotify también ha establecido cómo debe ser la relación con la música y lo mejor de todo es que a final de año nos puede susurrar qué es lo que hemos escuchado durante el año. En mi caso, al consultar cuáles habían sido mis escuchas durante 2019, me llevé la sorpresa de que sólo había escuchado 150 canciones.

Precisamente, uno de los aspectos sobre lo que más se incide respecto a las plataformas de streaming de música es que nos gusta escuchar la música en modo bucle. Es decir, que realmente la mayoría de nosotros no necesita estar suscrito a una plataforma como Spotify puesto que tendemos a escuchar lo mismo todo el tiempo por lo que la adquisición más que la suscripción tiene más sentido. Podría decirse que en mi caso tienen toda la razón.

Y, ¿los libros? De momento, las ventas aguantan si bien es cierto que el consumo en libros no es comparable a la accesibilidad de la televisión o de la música. El lector de libros es alguien que gusta del soporte y si bien Amazon con sus Kindles ha tratado de romper el ecosistema editorial, el libro tradicional aguanta el envite bastante bien. Es cierto que el libro electrónico aporta nuevas herramientas que el libro tradicional no puede aportar, sin embargo la sorpresa proviene de un soporte que sabe aguantar el envite.

Internet, la movilidad, la miniaturización de los dispositivos y el aumento de sus capacidades ha transformado completamente el ecosistema de distribución de la cultura. En cualquier momento y en cualquier lugar, dispones de acceso a bibliotecas, mediatecas y fonotecas infinitas. Es cierto que la ha hecho mucho más accesible y más ubicua, pero concentrándola en muy pocos actores con el peligro que ello conlleva respecto a los propios requerimientos que podrían establecerse en un futuro respecto al acceso de los mismos. Además, al mismo tiempo, presenta una problemática relevante puesto que este acceso sólo podrá estar al alcance de aquellos que puedan pagarlo (dispositivo, conexión y distribución). Si bien es cierto que el acceso es relativamente barato puesto que las plataformas de distribución tienen como objetivo llegar a un público masivo, existe un peligro de exclusión y de acceso a esa cultura.

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¿Pagar por tener amigos?

En la película Familia de Fernando León de Aranoa, Santiago, el principal personaje de mediana edad, contrata a un elenco de actores para que se hagan pasar por su familia para evitarse el trago celebrar el día de su cumpleaños en la más absoluta soledad. Esta trama de una persona solitaria que parece despertar de un letargo en el que no acepta su aislamiento social podría parecernos chocante o absurda cuanto menos, aunque como suele suceder la ficción planteada por este largometraje siempre puede ser superada por la realidad.

La tendencia Friendship as a service ha sido considerada por la empresa Frogdesign como una de las tendencias de 2016. Así, una persona podría pagar a otra persona que no conoce absolutamente de nada para que sea o se comporte como su amigo para compartir alguna cerveza o café, le acompañe a algún concierto o a la visita a alguna exposición. Este planteamiento no es algo completamente nuevo, ya en 2010 los medios de comunicación se hacían eco de la web Rentafriend, aunque puede llegar a sorprendernos, ya que pagar a alguien para ser nuestro amigo no entraría dentro de la definición de “amistad.” Sin embargo, la utilización de este tipo de servicios parece que no es algo que sea residual ya que en Reino Unido 80.000 personas los utilizan.

Esta tendencia nacida en Japón, parece haber llamado la atención de algunas aplicaciones de mensajería de teléfonos móviles como WeChat. Estas aplicaciones estarían interesadas en el desarrollo de esta idea dentro de sus ecosistemas dando un paso más en la uberización de nuestra estructura socioeconómica.

Desde luego que la amistad puede parecernos algo que es imposible mercantilizar, aunque sí puede serlo la compañía de otra persona a pesar de que sea algo completamente extraño. Un actor puede plantarnos una sonrisa durante unas horas (las que nos podamos permitir claro está), aunque por supuesto que la necesidad de una retroalimentación dentro de ese aspecto de la sociabilización humana es insustituible de momento.

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Cuando el smartphone casi me lastima el pulgar

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La culpa puede que fuese mía por viajar. Mientras esperaba en el aeropuerto de Roma la salida de mi vuelo, me percaté que no tenía nada en el móvil para matar las cuatro horas que me esperaban para tomar el avión. No tenía WiFi, ni obviamente datos, y tras comprobarlo, ni un mísero juego con el que matar el tiempo. Sí, llevaba un Kindle pero la espera era demasiado larga para que mi cabeza aguantase cuatro horas seguidas de espera. Así que a mi vuelta, para tratar de evitar el aburrimiento de las esperas de nuevo, me dispuse a instalar algún juego en el teléfono móvil.

Parecía sencillo, buscar un juego, descargarlo y olvidarlo. Sin embargo, al final, acabé medio enganchando a un juego de estrategia que se denomina “Toy Defense.” El juego no es ninguna maravilla gráfica y es bastante sencillo. La mecánica es simple, colocas una suerte de soldados de plástico en modo emboscado, mientras pasan los enemigos. La dificultad estriba en saber colocar tus tropas y su potencia de fuego respectiva.

Lo tuve instalado durante una semana. El lunes pasado, en el autobús, mientras me llevaba al trabajo, me empezaron a dar pequeños espasmos en el pulgar derecho cuando estaba consultando un programa de gestión de RSS. Los tics en el dedo se prolongaron durante todo el día, afectando ocasionalmente algún mensaje de texto que enviaba por Whatsapp (nunca me sentí más torpe a la hora de escribir en un teclado) o incluso en el uso del ratón del ordenador ya que el dedo me movía ocasionalmente el puntero. Me parecía increíble que estuviese aquejado de algún tipo de síntoma relacionado con el uso intensivo de las nuevas tecnologías, pero todo parecía señalarlo.

El síndrome del túnel carpiano me parecía uno de los mayores peligros que como “oficinista”, si se me permite, podía sufrir. La perspectiva de sufrir una lesión en la mano que me incapacitase trabajar me parecía terrible y más teniendo presente que una compañera del periódico en el que trabajé hace unos años lo había sufrió. Afortunadamente, los espasmos se fueron mitigando a lo largo de la jornada y no pude evitar googlear si había algo parecido al episodio que había experimentado.

Por fortuna para mí, la tenosinovitis de estiloides radial o como les gusta llamar a los anglosajones “thumb smartphoneno fue a más (ojo que no soy médico y obviamente los síntomas desaparecieron al día siguiente por lo que esto es simplemente una presunción) y lo solucioné desinstalando y olvidando el jueguecito de marras. Mi pulgar dejó de quejarse a pesar de seguir usando el Whatsapp, Twitter, Facebook, etc. en el teléfono móvil y de forma habitual. Aunque esto me recordó que los hábitos tecnológicos a veces obligan nuestro cuerpo a esforzarse en situaciones para las que no fue necesariamente diseñado. Además de que uno ya va teniendo cierta edad para ocuparse y preocuparse en batir al enemigo virtual de plástico a través de un objeto de metal de cuatro pulgadas y media.

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La gamificación no os hará libres

Gamificación

“Technology is neither good nor bad; nor is it neutral.”

Melvin Kranzberg

La revolución que se aproxima respecto a la optimización continua de máquinas mediante la sensorización y la explotación de esos datos mediante el Big Data, no se limita tan sólo, y muy a nuestro pesar, a los artefactos inertes destinados a realizar tareas repetitivas; sino que también se extiende a otros ámbitos como las propias personas. El artículo del New York Times Inside Amazon: Wrestling Big Ideas in a Bruising Workplace publicado el pasado mes de agosto denunciaba la política empresarial desarrollada por Amazon respecto a la productividad de sus trabajadores. El artículo era tan crítico con la empresa que el CEO de Amazon, Jeff Bezos, no tardó en asegurar que no reconocía a su empresa en el texto del Times. Sin embargo, ha servido para iniciar una reflexión sobre la profundidad de los cambios que se nos avecinan y que puede llevarnos a una especie de nuevo taylorismo.

De hecho, Bezos se mostró horrorizado respecto a la descripción de las condiciones laborales descritas en el medio de comunicación de los “amazonians” que es como se define a los trabajadores del gigante americano de la distribución y llegó a asegurar que nadie querría trabajar en una empresa de esas características. En el texto de Jodi Kantor y David Streitfeld se afirma que el nivel de experimentación bajo el que están sujetos los trabajadores llega hasta límites insospechados. Según los periodistas, desde la empresa se incentivaba a que los compañeros fuesen muy críticos y destrozasen las ideas de sus compañeros durante las reuniones, se empujaba a que se trabajasen horas extras, se animaba a enviar correos relacionados con el trabajo por la noche teniendo la certeza de que sería respondido inmediatamente e incluso boicotear el trabajo de los compañeros. La presión dentro de Amazon era tan grande que según el relato de Bo Olson, que trabajó en el departamento de Marketing y libros, no era infrecuente ver a gente llorando por los pasillos o sobre su mesa.

Y es que la gestión de Amazon está totalmente gobernada por los datos y se dedica a recopilarlos constantemente. No sólo de sus clientes, donde se detallan los usos y costumbres de los mismos, sino también sobre sus propios empleados. Así, en los almacenes, los trabajadores son monitorizados constantemente para asegurarse de que realizan suficientes pedidos a la hora, mientras que en las oficinas la empresa está desarrollando un algoritmo propio de mejora del desempeño. De hecho, también se invita a enviar feedbacks secretos al jefe de un compañero de otra división a través de la herramienta “Anytime feedback tool.” De este modo, los equipos son ordenados y clasificados. Aquellos miembros que obtienen los peores resultados son despedidos cada año, mientras que los más eficientes puede llegar a ser considerados como promocionales. Lo normal es que todo el mundo compita con todo el mundo para tratar de mantener su puesto de trabajo.

Desde luego que los intentos para cuantificar el trabajo no son nuevos. Las empresas trataron de seguir y cuantificar el trabajo de los sastres a principios del siglo pasado, mientras que actualmente los call-centers siguen el trabajo de sus empleados teniendo en cuenta el uso de la web y del correo electrónico. Pero no ha sido hasta ahora cuando ha llegado la monitorización de los oficinistas y es una tendencia que se ha ido extendiendo los últimos cinco años.

El nuevo taylorismo digital descrito por el New York Times y que también se ha aplicado y abandonado en Microsoft, General Electric o Accenture puede llegar a ser tan contraproducente como el antiguo que inspiró las obras “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (1932) y “Tiempos modernos” de Charles Chaplin (1936). Sin embargo, esta práctica del “rank and yank” puede limitar la creatividad en el puesto del trabajo y el rendimiento a largo plazo debido a la falta de compañerismo en los equipos y acabar laminando y quemando a equipos y trabajadores.

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