Hace ya dos meses que no escribo en El Documentalista Enredado por algunas de las razones que Marcos tan acertadamente ha descrito. Y, aunque no creo que pierda mi estatus de autora de este blog por mi falta de participación, creo que ya es hora de volver “a casa” como buena hija pródiga, aunque en este caso en Semana Santa.
Estas fechas en las que nos encontramos, además de ser las más indicadas (al parecer) para ver en televisión películas bíblicas y de romanos, también lo son para recordar uno de los hallazgos arqueológicos más importantes del siglo XX: Los manuscritos del Mar Muerto.
Cuando el pasado verano me encontraba en el Museo Arqueológico de Jordania en la ciudad de Amman, frente a las vitrinas que contenían algunos de los manuscritos encontrados en las cercanías del Mar Muerto, ninguno de mis compañeros de viaje podía comprender mi emoción al contemplar aquellos documentos que, entre tantas maravillas, apenas llamaban la atención.
En aquel momento, yo apenas conocía su importancia religiosa por lo que, aunque intuía que estaba ante algo de gran valor, el contenido de estos manuscritos me interesaba más bien poco y lo mismo me habrían fascinado si se hubiera tratado de recetas de cocina: lo que realmente me emocionaba era contemplar el mismo hecho de la escritura recogida en documentos datados entre los siglos III a. de C. y el siglo I.
Fueron posteriores lecturas las que me llevaron a descubrir la trascendencia de estos documentos y su sorprendente descubrimiento, producido de forma fortuita como tantos otros.