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Mes: septiembre 2012

No se trata de cómo huele el papel

He de confesar que he disfrutado terriblemente de las conversaciones derivadas tras la adquisición de mi libro electrónico. En muchas de ellas, en las que tengo que admitir que no he sido capaz de convencer, me he enfrentado con enfervorecidos defensores del libro tradicional, verdaderos amantes del tacto, olor y de las sensaciones que sólo puede provocar cuando abres ese conjunto de hojas encoladas o encordadas en tus manos. Sólo me cabe admitir que en el fondo, lo entiendo.

El formato libro nos ha acompañado durante más de 1000 años, hemos crecido aprendiendo a leer con ellos, adquiriendo nuestros conocimientos tras pasar horas y horas frente a ellos bajo la luz de una bombilla. Nos hemos entretenido, enfadado, asustado, sorprendido con incontables novelas. La constatación de que involucionamos hacia la tableta, de que esos tesoros no podrán ser mostrados en nuestras estanterías nunca más, enclaustrados en ficheros electrónicos, puede llevarnos a una consternación inicial, una fase de negación. “El papel no va a morir”.

Sin embargo, no se trata de cómo huele el papel. Se trata de cómo se consume la literatura y desde luego que el trasvase de lectores desde el papel hacia lo digital es irrefrenable. Habrá quien intentará mantener el ecosistema del libro, confiando ingenuamente en que los lectores no se percatarán de los beneficios posibles del libro digital. Sin embargo, el cambio es inevitable. En España, el boca a boca y las tasas de adopción se acelerarán durante este fin de año propiciadas sobre todo por el desembarco de gigante norteamericano Amazon.

En el sector cultural, las reglas del juego han cambiado terriblemente en la última década y de forma dramática. Nunca hasta ahora el acceso a la cultura había sido tan sencillo. El sector musical fue el primero en sufrir en sus propias carnes y se equivocó. El sector audiovisual ha intentado no errar el tiro, desarrollando alternativas que no terminan de cuajar del todo. En cuanto al sector impreso, desde el punto de vista de la Prensa se encamina hacia un destino incierto, mientras que el editorial, en España, desarrolló un modelo de negocio digital ineficiente e incómodo.

El problema de los creadores de contenidos es que las empresas que se están quedando con el control sobre la distribución de la Cultura son empresas tecnológicas. Empresas despreocupadas por el contenido, ocupadas por que el continente se venda y el reparto de beneficios. Y el continente es simplemente un fichero, la venta de una solución tecnológica. Ése es el peligro y el drama. La concentración de soluciones en una especie de monopolio globalizado en que tan sólo dos o tres empresas dispongan el 80% del mercado.

Por supuesto que esto está sucediendo ahora. No es algo inamovible, habrá que ir escribiéndolo día tras día. Pero la perspectiva me parece apasionante y el debate de qué si el formato digital se impondrá lo descubriremos en un corto plazo de tiempo.

Personalmente, no creo que el papel muera. El libro en papel disfrutará de su nicho de mercado, que quedará para el coleccionismo como es el vinilo para los melómanos.

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Revisando las cloacas de Internet

Desgraciadamente, para nuestra sociedad, no todas las profesiones son iguales aunque se traten para el bien común. De hecho, se considera que hay profesiones que son dignas de elogio como el médico o el profesor; mientras que existen otras profesiones que aparentemente no son tan agradables y que se asume que alguien debería irremediablemente hacer como son el caso de enterrador o pocero. Internet es un fiel reflejo de nuestra sociedad, en ocasiones a nuestro pesar, y por supuesto que también existen trabajos que alguien debe de realizar seguramente a su pesar.

Una de ellas, aunque resulte sorprendente, podría ser revisor de aplicaciones en la App Store de Apple. En ella, distintos ingenieros informáticos se dedican a revisar una a una las aplicaciones que se envían para su distribución dentro de la App Store. El drama de estos informáticos consiste en que Apple sigue una política férrea en cuanto a las aplicaciones destinadas a la pornografía y esto en ocasiones no es tenido cuenta por los desarrolladores que incansablemente lanzan aplicaciones de este tipo para su revisión. El resultado es la denuncia de Mike Lee, antiguo ingeniero senior de Apple, respecto al trabajo que realizan los revisores que tienen que estar filtrando continuamente aplicaciones dedicadas a los genitales masculinos.

Desde luego que existen trabajos aún peores, aunque parezcan igual de inocentes. Como, por ejemplo, revisor de resultados de Google. He de señalar que esta situación la viví personalmente, cuando trabajé durante unos meses como Quality Rater para Google. Mi trabajo consistía en revisar los resultados que ofrecía el algoritmo ante distintas consultas y, en ocasiones, los resultados eran bastante desagradables. Debo decir que en ese momento no eran tan duros, ni siquiera se acercaban al relato que un subcontratado de Google denunció hace unas semanas.

Él tuvo que enfrentarse a escenas de decapitaciones, zoofilia o pederastia. Escenas que empezaron a turbarle tan profundamente que necesitó asistencia psicológica y finalmente fue despedido a los nueve meses. Estos infames contenidos deben ser dados de baja a las 24 horas de su denuncia, pero obviamente se generan continuamente y, por lo visto, en YouTube es aún peor.

Por lo visto, la miseria humana también alcanza las herramientas que utilizamos todos los días de forma casi inconsciente.

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“Steve Jobs” de Walter Isaacson

Parece observarnos desde la portada, con la mirada divertida e inteligente, dedicándonos una sonrisa entretenida, casi pícara. Esta fotografía emula a un retrato que ya le harían en su primera etapa en Apple. En aquella, mucho más joven, con el flequillo característico de aquellos que no tienen nada que perder gracias a su juventud, su mirada es mucho más penetrante, más inquisitiva, más pura. En la segunda fotografía, canoso, con alopecia y con una barba cuidadosamente descuidada; su aspecto es mucho más relajado, parece que ya ha vivido suficiente para haber encontrado su camino, para haberlo cambiado todo y con intención de seguir intentándolo.

El autor, Walter Isaacson, fue invitado por Jobs a componer su biografía para tratar de explicar a sus hijos cómo había construido un imperio tecnológico y el porqué de no haber pasado bastante tiempo con ellos. Isaacson trata reconstruir una personalidad nada sencilla y con múltiples aristas que nace ya marcada desde su nacimiento por su abandono y una búsqueda interior en su juventud que no dio especial resultado, ya que él mismo abandonó a su primera hija, Lisa. Es, por tanto, una biografía oficial marcada por la decisión de Jobs de contar su propia historia, de facilitar el acceso del periodista a sus seres queridos, a sus colegas de trabajo y a sus enemigos más acérrimos. Según cuenta Isaacson, en sus últimos momentos, Jobs le confesó que esperaría a que pasase un año antes de leerla, para que no se enfadarse tanto.

De Steve Jobs nos quedará el recuerdo de sus presentaciones, sus zapatillas, sus vaqueros y su jersey negro. Esas keynotes que solía adobar con el famoso y mágico “Y una cosa más” que empezó a desvanecerse a finales de su última etapa en Apple debido a las filtraciones y descuidos. En su última etapa, Jobs no se sacaría un nuevo conejo de la chistera, pero creó una cultura de entender la tecnología y los objetos que nos rodean que seguirá evolucionando en los años venideros tanto dentro de Apple como fuera de ella. Durante el tiempo que estuvo en activo cambió varias industrias (Informática, musical y cinematográfica con Pixar) con su visión particular del desarrollo y la capacidad de la tecnología disponible barriendo a los competidores que trataban de seguir su ritmo.

Su intensa personalidad se desprende en cada una de las páginas del libro de Isaacson. Su “campo de distorsión de la realidad” impulsaba a sus colegas a llegar a límites insospechados, de hecho, según admitía el equipo desarrollador del Macintosh, “llegamos tan lejos porque no sabíamos que no podía hacerse”. Jobs les exprimía hasta las últimas consecuencias, para él todo o “era una basura o era genial”, no había términos intermedios. Esa audacia, ese comportamiento blanco o negro, lo pagó caro tras ser despedido de Apple justo después de la presentación del Macintosh, y posteriormente su obcecación su propia vida al no querer enfrentarse al cáncer y buscar otras alternativas.

 Isaacson nos presenta a un personaje sin concesiones. En un estilo periodístico, claro y directo, establece una estructura narrativa en la que prevalece el desarrollo profesional de Jobs más que el personal. Sus colaboradores y sus detractores se suceden apoyando la visión de Jobs y a pesar de la divergencia de puntos de vista, confirmando que a pesar de las agrias discusiones, todos concluyen que Jobs solía tener razón.

No acabó sus estudios, no fue un programador, fue una persona sensible y amante de la tecnología que trataba de hacer lo complejo sencillo, que un objeto no necesitase más que un momento para ser comprendido y usado. Isaacson se enfrenta al reto de condensar una vida difícil y una personalidad extraordinaria en 744 páginas y tratar de hacerlo ameno. Lo consigue. Desde luego que se trata de un retrato amable de una vida apasionante y contradictoria, de un ser iracundo y mentiroso en ocasiones, pero que en sus últimos momentos trató de dejarlo todo listo y hacer las paces consigo mismo.

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