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Año: 2013

La privatización de las bibliotecas públicas

Public Library Privatization

La primera impresión puede que sea un oxímoron, algo que por su propia naturaleza es incompatible con el término que le acompaña, sin embargo la corriente de la privatización de bibliotecas públicas está produciéndose con un paso decidido dentro del mundo anglosajón. Tanto es así que la ALA (American Library Association) posee una sección dentro de su web para tratar de explicar el fenómeno de las privatizaciones de las bibliotecas públicas. En ella, se discrimina lo que sería el outsourcing (Externalización de actividades de soporte como la limpieza y el mantenimiento que no son propiamente actividades bibliotecarias) y la privatización propiamente dicha (Abarcando ya tanto la gestión técnica como administrativa de los centros).

 La privatización de las bibliotecas públicas comienza durante la década de los años 90 en Estados Unidos y se afianza durante la siguiente década. Su salto a Europa se produce gracias a las políticas de austeridad y de recortes en las administraciones públicas en las que tras la restricción presupuestaria en servicios y en colecciones comienza a apuntar ya al personal de la biblioteca. El debate sobre las privatizaciones y el prestigio de las empresas que se hacen con las licitaciones es muy vivo en Reino Unido. En este país, las privatizaciones comienzan en 2008 en el municipio de Hounslow con cierta polémica. La resistencia de los trabajadores y de los usuarios ha sido intensa en todos los municipios que han abordado esta nueva política de gestión, sin embargo lentamente nuevos municipios se han ido uniendo a esta corriente.

La empresa John Laing Integrated Services es una de las principales adjudicatarias de estas externalizaciones con contratas con una duración de hasta quince años, pero la adquisición de esta empresa por la empresa de servicios Carillion indica que nos encontramos con una tendencia que se está consolidando y que provoca encendidos debates. Así, el conservador Daniel Hannah se preguntaba: “¿Por qué las bibliotecas deben estar gestionadas por el Estado? ¿No reside nuestra civilización en las estanterías de nuestras casas?” Lo que es evidente es que el cambio de gestión de pública a privada cambia la relación de estas bibliotecas dentro de la sociedad.

En Estados Unidos, se ha tratado de comprobar los cambios que han producido en estas nuevas políticas hasta ahora desconocidas. Sin embargo, los efectos reales no son tan evidentes y todavía se encuentran en discusión lo que excede las pretensiones de esta nota. Sin embargo, si bien algunos usuarios se extrañan de que el personal rote de forma intensa y a pesar de la oposición inicial y los temores incluso de descenso de la calidad del servicio, ésta aparentemente se mantiene y las conclusiones son que las bibliotecas privatizadas funcionan un poco peor que la media, pero simplemente es porque se encuentran en distritos más deprimidos.

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Los bibliotecarios se resistieron a entregar sus registros de usuarios al FBI

Nos sorprendimos cuando en la película Seven el teniente William Somerset obtenía una lista con una serie de usuarios que había pedido en préstamo una serie de libros. De hecho, en la película Sommerset confirma a Mills que el FBI dispone de un registro de libros prohibidos que prestados aleatoriamente no suelen aportar mayores problemas, pero que si se empiezan a solicitar libros muy próximos entre sí, en forma de patrón, los agentes federales acabarán investigando a esa persona. La película rodada en 1995 parecía intuir un hecho que se ampliaría tras la aprobación de la PATRIOT Act tras los atentados del 11S.

En 2004, un tiempo después de la aprobación de la Ley Patriótica (Octubre de 2001), los agentes del FBI empezaron a enviar cartas advirtiendo a los bibliotecarios que iban a recibir una visita de sus agentes. Estas cartas solicitaban a los responsables de la biblioteca la recopilación de información tanto de los préstamos que los usuarios realizaban como de lospatrones de navegación de Internet que podían ser entregados sin necesidad de la orden de un tribunal. Además, se advertía al personal de la biblioteca que no se podía comunicar la recepción de la misiva a ninguna persona, a excepción de abogados o a personas implicadas en la elaboración de los requerimientos de las cartas.

Cartel Anti-Patriot ActLos bibliotecarios respondieron poniendo carteles en las bibliotecas (Imagen) que anunciaban «El FBI no estuvo aquí (Estén atentos a la retirada de este cartel)» a forma tanto de advertencia como de protesta. Kari Hanson, directora de la Bridgeview Public Library de Chicago recibió una visita de los agentes del FBI. Le requirieron información sobre una persona, aunque dentro de sus registros no aparecía como usuaria de su biblioteca. Hanson mostró su disconformidad con la medida asegurando que «los patrones de la información son sacrosantos. No es el asunto de nadie lo que tú lees».

Esta resistencia en forma de advertencia en sus centros, que algunos han definido como naïf, muestran el compromiso de los bibliotecarios con sus usuarios. Hecho del que las grandes compañías tecnológicas no pueden alardear frente a los requerimientos de la NSA (National Surveillance Agency) que sólo han reaccionado tras el destape de las prácticas de la agencia por su ex-agente Edward Snowden.

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Los drones que reparten libros de biblioteca

Aunque el término Drone tiene una connotación bastante negativa debido a su amplio uso dentro del ejército de los Estados Unidos, actualmente estos pequeños vehículos aéreos están encontrando infinidad de usos desde el reparto de pizzas, al envío de salvavidas, la grabación de vídeos… Y ahora el envío de libros de texto.

La Universidad de Sydney (Australia) ha alcanzado un acuerdo con la empresa Zookal para el envío de libros de su biblioteca a través de drones. La solicitud se puede realizar a través de una App de un dispositivo móvil y, entre otras funcionalidades, se podrá seguir el recorrido del libro en la misma. El proyecto tiene que disponer todavía del visto bueno de la autoridad de aviación civil australiana (Civil Aviation Safety AuthorityCASA).

Aunque no existe una regulación sobre su uso en muchos países occidentales, en el caso australiano es distinto ya que introdujo la regulación sobre el uso de drones en 2002. Los bomberos de Melbourne ya los utiliza en situaciones de emergencia y son uno de los 56 operadores que tienen licencia de uso. Respecto al envío de libros de la Universidad de Sydney, hasta marzo de 2014 no habrá una resolución al respecto, pero de aprobarse se trataría del primer servicio comercial que realiza reparto de paquetes mediante este sistema.

Por otro lado, el ahorro de costes parece interesante. Desde Zookal se asegura que el envío de libros con drones se calcula en $3, mientras que usando un servicio de paquetería tradicional el coste es de $30 aproximadamente. Por otro lado, el envío se realiza en unos minutos respecto a las horas con las que se tarda con un servicio de mensajería.

zookal

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Las enfermedades de la información no son para tanto

Las enfermedades relacionadas con la información han sido ya retratadas aquí en diversas ocasiones. La infoxicación (information overload en inglés), que llegó al extremo de ser tema principal de un anuncio de una marca automovilística, ha sido analizado aquí desde su propia definición, sus razones, cómo evitarla, su evolución durante la Web 2.0, desde un punto de vista filosófico, la propuesta de poner un impuesto sobre ella e, incluso, desde un lejano siglo XVI.

A la infoxicación y a la infomanía, se les trata de unir ahora la infobesidad, aunque en realidad se trata de un sinónimo de infoxicación, mucho más centrado en el trabajo diario y la cantidad de correos electrónicos que los trabajadores deben de contestar. Obviamente, tratar de reducir la infoxicación al uso del correo electrónico parece actualmente completamente ridículo cuando sólo nuestro teléfono móvil nos requiere atención las 24 horas del día a través de las distintas aplicaciones que tengamos instaladas y sus notificaciones.

Sin embargo, algunos estudios aseguran que la infoxicación no es un problema para algunas personas. De hecho, según un estudio de la Universidad de Michigan, Taming the Information Tide: Perceptions of Information Overload in the American Home, muchos usuarios de redes sociales no sienten que esa sobreinformación sea una carga, sino que se trata más bien de un refuerzo de su libertad de opción. El estudio, que hace referencia a distintos soportes informativos pasando por la televisión o el social media (este último no sale muy bien parado), afirma que esa ansiedad por tantas opciones informativas aumenta según decrecen las habilidades de uso en las Nuevas Tecnologías. El texto asevera que sólo uno de los individuos acabó hiperventilando (síntoma de ansiedad) ante la cantidad de opciones informativas a las que tuvo que hacer frente en un momento determinado.

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Cómo convertir una biblioteca en un lugar de juegos (y de lectura)

La empresa de diseño española Playoffice nos propone un divertido sistema para convertir cualquier biblioteca particular en lugar de juegos y de lectura para los más pequeños. El sistema es tan simple como la colocación de una red a cierta altura donde los niños puedan encontrarse más cómodos para desarrollar sus actividades. Claro que el concepto, denominado Reading Net, requiere de bibliotecas personales de cierta envergadura para poder ser llevado a la práctica.

Reading Net

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La Library of Congress como unidad de medida

La unidad mínima de información es un bit, un unidad que indefectiblemente sólo puede representar dos cosas un uno o un cero. Sin embargo, cuánta información hay actualmente hay disponible en Internet es casi una quimera poder representarla o calcularla. Se cree que en el año 2016 la cantidad de información que se creará en la Web ascenderá a los 7,9 zettabytes (Un zettabyte corresponde a 1021 bytes), una cantidad que difícilmente podemos imaginar a no ser que recurramos a algo más tangible.

Existen distintas referencias para tratar de aproximarnos a las unidades de medida de información tangibles y para que podamos hacernos idea de estas magnitudes realizando extrapolaciones. Los ejemplos más habituales hasta el momento son un libro específico (El Quijote es el más usado en España, aunque la Biblia entera se podría representar en 5 megabytes), nuestro cada vez más olvidado CD-Rom que corresponderían a 650 megabytes (Un megabyte son 106 bytes), a colecciones de libros como enciclopedias (La Britannica sólo necesitaría de dos CD-Roms) o a bibliotecas enteras como la Library of Congress (LoC) de Washington. Y aquí es cuando empiezan los problemas.

Sin embargo, el uso de una unidad no-estandarizada como la Biblioteca del Congreso americana enciende debates sobre cuánta información alberga. Una de las cifras más bajas sitúan esta cantidad de información en 10 terabytes de toda su colección impresa como se afirma desde la Universidad de California en Berkeley y que tiene su origen en el artículo de Michael Lesk (1997), How Much Information Is There In the World? Sin embargo esta cantidad está en continua revisión ya que se cree que se encuentra infravalorado ya que sólo su archivo de la Web alcanza la cantidad de 385 terabytes (Un terabyte son 1012), mientras que desde la propia Library of Congress se aseguraba en septiembre de 2012 que el total de la información que albergaba se acercaba a 27 petabytes. Desde la LoC, han tratado de recoger citas en las que se da este dato como referencia, mientras que en el texto se asegura que el volumen de información de la biblioteca a marzo de 2012 es de 3 petabytes (Un petabyte son 1015 bytes).

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Un hashtag de Twitter como un servicio de atención de usuarios

Muchos usuarios de biblioteca son tímidos y no se atreven a acercarse al mostrador de la biblioteca y consultar a los bibliotecarios para resolver sus dudas. Algunos de ellos llegan al extremo y sufren el denominado síndrome de la ansiedad en la biblioteca. Esta ansiedad se produce cuando el usuario tiende a ocultar su falta de habilidades a la hora de recuperar información y se lleva estudiando desde la década de los años 80.

La Web y su infinidad de recursos son unos rivales formidables para las bibliotecas, pero esto no quiere decir que las unidades de información no puedan adaptar las nuevas herramientas y sus usos y poder, de esta forma, ayudar a sus usuarios más tímidos y más distantes geográficamente.

Uno de estos ejemplos lo encontramos en el Banco de Inglaterra que, valiéndose de Twitter, ha definido un hashtag (#askBoE) mediante el cual se puede lanzar cualquier cuestión. Señalar que las preguntas que se le hacen no van tan sólo a cuestiones relacionadas con cualquier dato que recoge el Banco y que puede ser fácilmente recuperable a través de la Web, sino que los usuarios van un poco más allá y también se centran en preguntas muy concretas y que se derivan de análisis económicos.

Por ejemplo:

El hashtag del BoE

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