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Año: 2015

Cuando el smartphone casi me lastima el pulgar

thumb_hurt

La culpa puede que fuese mía por viajar. Mientras esperaba en el aeropuerto de Roma la salida de mi vuelo, me percaté que no tenía nada en el móvil para matar las cuatro horas que me esperaban para tomar el avión. No tenía WiFi, ni obviamente datos, y tras comprobarlo, ni un mísero juego con el que matar el tiempo. Sí, llevaba un Kindle pero la espera era demasiado larga para que mi cabeza aguantase cuatro horas seguidas de espera. Así que a mi vuelta, para tratar de evitar el aburrimiento de las esperas de nuevo, me dispuse a instalar algún juego en el teléfono móvil.

Parecía sencillo, buscar un juego, descargarlo y olvidarlo. Sin embargo, al final, acabé medio enganchando a un juego de estrategia que se denomina “Toy Defense.” El juego no es ninguna maravilla gráfica y es bastante sencillo. La mecánica es simple, colocas una suerte de soldados de plástico en modo emboscado, mientras pasan los enemigos. La dificultad estriba en saber colocar tus tropas y su potencia de fuego respectiva.

Lo tuve instalado durante una semana. El lunes pasado, en el autobús, mientras me llevaba al trabajo, me empezaron a dar pequeños espasmos en el pulgar derecho cuando estaba consultando un programa de gestión de RSS. Los tics en el dedo se prolongaron durante todo el día, afectando ocasionalmente algún mensaje de texto que enviaba por Whatsapp (nunca me sentí más torpe a la hora de escribir en un teclado) o incluso en el uso del ratón del ordenador ya que el dedo me movía ocasionalmente el puntero. Me parecía increíble que estuviese aquejado de algún tipo de síntoma relacionado con el uso intensivo de las nuevas tecnologías, pero todo parecía señalarlo.

El síndrome del túnel carpiano me parecía uno de los mayores peligros que como “oficinista”, si se me permite, podía sufrir. La perspectiva de sufrir una lesión en la mano que me incapacitase trabajar me parecía terrible y más teniendo presente que una compañera del periódico en el que trabajé hace unos años lo había sufrió. Afortunadamente, los espasmos se fueron mitigando a lo largo de la jornada y no pude evitar googlear si había algo parecido al episodio que había experimentado.

Por fortuna para mí, la tenosinovitis de estiloides radial o como les gusta llamar a los anglosajones “thumb smartphoneno fue a más (ojo que no soy médico y obviamente los síntomas desaparecieron al día siguiente por lo que esto es simplemente una presunción) y lo solucioné desinstalando y olvidando el jueguecito de marras. Mi pulgar dejó de quejarse a pesar de seguir usando el Whatsapp, Twitter, Facebook, etc. en el teléfono móvil y de forma habitual. Aunque esto me recordó que los hábitos tecnológicos a veces obligan nuestro cuerpo a esforzarse en situaciones para las que no fue necesariamente diseñado. Además de que uno ya va teniendo cierta edad para ocuparse y preocuparse en batir al enemigo virtual de plástico a través de un objeto de metal de cuatro pulgadas y media.

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¿Llegaremos a necesitar una Enciclopedia Galáctica?

Salvando los conocimientos de la raza. La suma del saber humano está por encima de cualquier hombre; de cualquier número de hombres. Con la destrucción de nuestra estructura social, la ciencia se romperá en millones de trozos. Los individuos no conocerán más que facetas sumamente diminutas de lo que hay que saber. Serán inútiles e ineficaces por sí mismos. La ciencia, al no tener sentido, no se transmitirá. Estará perdida a través de generaciones. Pero, si ahora preparamos un sumario gigantesco de todos los conocimientos, nunca se perderán. Las generaciones futuras se basarán en ellos, y no tendrán que volver a descubrirlo por sí mismas. Un milenio hará el trabajo de treinta mil años.

Fundación de Isaac Asimov

Parece ser que la realidad siempre puede superar a la ficción. La noticia que anunciaba que se jubilaba el último ingeniero de la misión Voyager podría haber pasado por anecdótica pero tenía mucha más enjundia de lo que podría parecer en un primer momento. Porque no es que se jubile el último ingeniero de una de las más exitosas misiones de la NASA, es que nadie en la NASA es capaz de hacer en 2015 lo que se hacía en 1970. Es decir, el software y la programación del hardware de la sonda Voyager es tan arcaico que nadie se atreve a tocarlo y a pesar de los intentos de intentar “formar” a la inversa a ingenieros jóvenes de hoy en día parece que no ha dado sus frutos teniendo que recurrir a los ya muy jubilados originales ingenieros de la misión.

La noticia me ha parecido fascinante, recordándome que la Humanidad ya olvidó anteriormente saber interpretarse así misma. Así, por ejemplo, el lenguaje egipcio fue completamente olvidado y sólo el descubrimiento de la Piedra de Rosetta pudo ayudar a recuperarlo. También, el famoso fuego griego (del que se inspiró G.R.R. Martin para recrearlo en sus novelas de Juego de Tronos) cuya composición era tan valiosa que se nos olvidó cómo fabricarlo. O simplemente, los iconos de los disquetes en los programas de edición que siempre entendimos que se referían a “Guardar” que pierden su contexto cuando, obviamente, ya son pocos los que los utilizan.

Si estos dos ejemplos parecen anecdóticos, deberíamos preguntarnos: Cuántos conocimientos habrán caído en el olvido. Y no sólo hechos, lugares, sino técnicas y formas de hacer las cosas. Cuántas empresas olvidan técnicas porque sus ingenieros senior se jubilan y son reemplazados por junior.

En la novela de Asimov, breve y muy entretenida, la creación de una Enciclopedia Galáctica es tan sólo una estratagema para evitar el colapso del Imperio. Los científicos habitantes del Términus, encargados de recopilar todo el conocimiento disponible, descubren que sus conocimientos son una ventaja competitiva irrefrenable ante las ansias expansionistas de otros planetas y que no dudarán hacer valer llegado el momento.

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La gamificación no os hará libres

Gamificación

“Technology is neither good nor bad; nor is it neutral.”

Melvin Kranzberg

La revolución que se aproxima respecto a la optimización continua de máquinas mediante la sensorización y la explotación de esos datos mediante el Big Data, no se limita tan sólo, y muy a nuestro pesar, a los artefactos inertes destinados a realizar tareas repetitivas; sino que también se extiende a otros ámbitos como las propias personas. El artículo del New York Times Inside Amazon: Wrestling Big Ideas in a Bruising Workplace publicado el pasado mes de agosto denunciaba la política empresarial desarrollada por Amazon respecto a la productividad de sus trabajadores. El artículo era tan crítico con la empresa que el CEO de Amazon, Jeff Bezos, no tardó en asegurar que no reconocía a su empresa en el texto del Times. Sin embargo, ha servido para iniciar una reflexión sobre la profundidad de los cambios que se nos avecinan y que puede llevarnos a una especie de nuevo taylorismo.

De hecho, Bezos se mostró horrorizado respecto a la descripción de las condiciones laborales descritas en el medio de comunicación de los “amazonians” que es como se define a los trabajadores del gigante americano de la distribución y llegó a asegurar que nadie querría trabajar en una empresa de esas características. En el texto de Jodi Kantor y David Streitfeld se afirma que el nivel de experimentación bajo el que están sujetos los trabajadores llega hasta límites insospechados. Según los periodistas, desde la empresa se incentivaba a que los compañeros fuesen muy críticos y destrozasen las ideas de sus compañeros durante las reuniones, se empujaba a que se trabajasen horas extras, se animaba a enviar correos relacionados con el trabajo por la noche teniendo la certeza de que sería respondido inmediatamente e incluso boicotear el trabajo de los compañeros. La presión dentro de Amazon era tan grande que según el relato de Bo Olson, que trabajó en el departamento de Marketing y libros, no era infrecuente ver a gente llorando por los pasillos o sobre su mesa.

Y es que la gestión de Amazon está totalmente gobernada por los datos y se dedica a recopilarlos constantemente. No sólo de sus clientes, donde se detallan los usos y costumbres de los mismos, sino también sobre sus propios empleados. Así, en los almacenes, los trabajadores son monitorizados constantemente para asegurarse de que realizan suficientes pedidos a la hora, mientras que en las oficinas la empresa está desarrollando un algoritmo propio de mejora del desempeño. De hecho, también se invita a enviar feedbacks secretos al jefe de un compañero de otra división a través de la herramienta “Anytime feedback tool.” De este modo, los equipos son ordenados y clasificados. Aquellos miembros que obtienen los peores resultados son despedidos cada año, mientras que los más eficientes puede llegar a ser considerados como promocionales. Lo normal es que todo el mundo compita con todo el mundo para tratar de mantener su puesto de trabajo.

Desde luego que los intentos para cuantificar el trabajo no son nuevos. Las empresas trataron de seguir y cuantificar el trabajo de los sastres a principios del siglo pasado, mientras que actualmente los call-centers siguen el trabajo de sus empleados teniendo en cuenta el uso de la web y del correo electrónico. Pero no ha sido hasta ahora cuando ha llegado la monitorización de los oficinistas y es una tendencia que se ha ido extendiendo los últimos cinco años.

El nuevo taylorismo digital descrito por el New York Times y que también se ha aplicado y abandonado en Microsoft, General Electric o Accenture puede llegar a ser tan contraproducente como el antiguo que inspiró las obras “Un mundo feliz” de Aldous Huxley (1932) y “Tiempos modernos” de Charles Chaplin (1936). Sin embargo, esta práctica del “rank and yank” puede limitar la creatividad en el puesto del trabajo y el rendimiento a largo plazo debido a la falta de compañerismo en los equipos y acabar laminando y quemando a equipos y trabajadores.

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¿Es la Gig Economy realmente una revolución?

Gig Economy

ACLARACIÓN: El término anglosajón Gig corresponde al castellano a concierto o actuación y proviene de la música Jazz. Posiblemente, la palabra más adecuada en España sería bolo que tiene una connotación de una actuación breve y única, que seguramente no tendrá una continuidad larga.

Por lo tanto, el término Gig Economy se refiere, en contraposición a la Sharing Economy, a algo que se hace o se presta con el objetivo de obtener un rédito evaluando a los trabajadores dependiendo de lo que saben, han hecho previamente o poseen.

En la economía, siempre han habido trabajos regulares e irregulares, entendiendo en este caso por irregulares como “esporádicos.” La necesidad de ganarse un dinero extra para compensar o completar un trabajo más extenso ha sido una constante en diversas situaciones. Sin embargo, la posibilidad de conectar la oferta (trabajadores) con la demanda (empleadores) nunca había sido tan sencilla gracias a la tecnología. Además, ya no es necesario negociar el precio a la hora de obtener un trabajo si no se desea, simplemente se ajusta la transacción económica publicándola y basándose la reputación la ponen tus anteriores clientes. Un libre mercado perfecto si se quiere. Es ahí donde se encuentran los intermediarios (empresas basadas en la web o en aplicaciones móviles) que son las grandes impulsoras de lo que se ha venido a llamar la Gig Economy.

Por supuesto que hay distintos trabajos que pueden ser más fácilmente asimilados por estas nuevas empresas nacidas en base a la movilidad. Por ejemplo, trabajos de alta cualificación (programadores, ingenieros, consultores, periodistas, diseñadores, maquetadores, etc.) que siempre se han movido en base a encargos junto a otros de menor cualificación (conductores, limpiadores, cuidadores, etc.). En el primer grupo, se ha encuadrado a los nómadas digitales, aquellos que aparentemente no desean trabajar en sólo un trabajo para una sola empresa, mientras que en el otro simplemente son personas que desean rellenar otros trabajos con ello.

En un principio, la Gig Economy podría sonar bien. Un trabajador es más libre, no está atado a un solo empleador y es el trabajo perfecto para aquellos trabajadores de mejores perfiles y mejor preparados. Mientras, el resto de trabajadores deberían decidirse por incorporarse a alguna plantilla de una empresa. Además, los riesgos para aquellos que deciden ir por su cuenta están ahí por lo que debería remunerarseles mejor.

Desde luego que ser empleado te aporta ciertas ventajas como unas vacaciones pagadas, seguridad social, protección frente al desempleo, además de que es más difícil que seas despedido. Pero, como contrapartida, aquellos que trabajan como autoempleados tienen menos seguridades, pero son más independientes y tienen la posibilidad de ganar más dinero (a pesar de que la probabilidad de que sufras un impago sea más alta). Por otro lado, en un mundo tecnificado dispones la oportunidad de ser más adaptable, de poder tratar con distinta gente y tener relaciones laborales con distintos empleadores. Por lo que al fin y al cabo es una experiencia más rica.

Las expectativas respecto a este nuevo modelo económico son muy altas. Una de las empresas más famosas de esa nueva economía es Uber que con 160.000 socios-conductores, que es como los denomina, y sin apenas infraestructura tiene una capitalización bursátil de 40 millardos de dólares. Comparativamente, en el otro extremo podríamos situar a General Motors, con una capacidad productiva de 2,5 millones de automóviles al trimestre y con 216000 trabajadores directos con una capitalización bursátil de 50 millardos de dólares.

Pero, ¿deberían ser los conductores de Uber ser considerados como autoempleados o como trabajadores? Desde luego que hay una larga tradición de empresas que han intentado hacer pasar a trabajadores regulares como contratistas o autoempleados – En España, de todos es bien conocida la figura del falso autónomo -. Sin embargo, una serie de denuncias ha puesto en la picota la definición y la consideración que tiene Uber de sus socios-conductores de si realmente son empleados suyos o no lo son. De momento, la empresa californiana ha sufrido un revés al dictar un juez que realmente lo son, por lo que Uber debería hacerse cargo de sus derechos laborales.

Sin embargo, este tipo de compañías aducen que su modelo de negocio es demasiado nuevo y que sus conductores no quieren ser tratados como trabajadores. Sin embargo, este argumento no es la primera vez que se acude a él, ya que Google declaró lo mismo cuando se le acusó de tratar información de sus usuarios para sus propios fines o cuando Napster afirmó que no podía responsabilizarse de los contenidos que subían sus usuarios. Desde luego que las leyes deberían adaptarse a estos modelos de negocios pero no a costa de dejar sin protección ni a sus trabajadores ni a los usuarios de su servicio, ni mucho menos queriendo competir en desigualdad de condiciones con otras empresas ya establecidas saltándose reglamentaciones de seguridad básicas. Esto sin entrar en la consideración si realmente la remuneración de un trabajador llega para mantener su nivel de ingresos, porque Uber ya ha sufrido sus primeras manifestaciones laborales por cambiar su política de precios sin previo aviso.

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Marc Andreessen, el hombre que vio el futuro

Marc AndreessenA pesar de ser considerado como una de las 100 personas más innovadoras del mundo por la publicación MIT Technology Review, Marc Andreessen prefiere mantener un perfil bajo, aunque podría situarsele a nivel de Elon Musk, Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckerberg o Larry Page, por citar a algunos.

Nacido en 1971, fue fundador de Mosaic (1993), el primer navegador gráfico de la World Wide Web creada por Tim Berners-Lee. El desarrollo de Mosaic fue una apuesta de Andreseen consciente que el sistema desarrollado en el CERN era superior al Gopher u otros protocolos tempranos de Internet como el FTP que en aquel entonces eran los más populares. El éxito de Mosaic fue arrollador y sobre sus cimientos constituyó la empresa Netscape, que salió a bolsa en 1995, y que fue adquirida por AOL unos años más tardes. Pero tampoco se quedó quieto tras la venta y creó un servicio de hosting denominado LoudCloud (1999) junto a Ben Horowitz que acabarían vendiendo a HP en 2007. Posteriormente, ya con una fortuna personal de 600 millones de dólares, crearía la empresa de Venture Capital Andreessen-Horowitz que actualmente se la considera como una de las VC más importantes de Silicon Valley. Tanto es así que fueron “early investor” en empresas como Facebook, Twitter, Groupon o Airbnb.

Andreessen tiene un pensamiento que podría considerarse como particular, pero muy apegado a la mentalidad del valle. Así considera que los productos y los servicios tecnológicos eliminarán ciertos comportamientos que considera primitivos como pagar en efectivo, ingerir comida cocinada o que la realidad aumentada mejorará nuestra experiencia con el mundo que nos rodea. Sin embargo, este pensamiento que nos podría parecer un tanto excéntrico, le ha conducido a anticiparse a distintas evoluciones en cómo interactuamos dentro de la Red.

Las principales ideas de Andreesen han sido:

  1. Todo el mundo accederá a la Web (estará conectado). Esta idea proviene de 1992, cuando se encontraba desarrollando Mosaic y promocionaba las conexiones a través de dial-up. Su visión crítica de entonces partía de las asunciones por parte de las empresas de telecomunicaciones a la hora de ofrecer el producto. Estas eran en primer lugar que creían que no funcionaría, que la conexión era demasiado lenta, resultaba demasiado cara y que la gente no sería lo suficientemente inteligente para usarla (los consumidores no sabrían qué hacer con ella). El éxito de Mosaic favoreció un aumento de la demanda de este tipo de servicios que consecuentemente mejoraron la oferta. No sólo eso, las personas no sólo se convirtieron en consumidores si no que también en productores.
  2. El navegador será el sistema operativo. Hoy en día con Chrome OS comercializado nos podría sorprender que se cuestionase esa afirmación, pero en 1999 podría resultar chocante. Muchas de las aplicaciones que usamos en la actualidad se encuentran en la Red y sus operaciones son ejecutadas en servidores. Es posible que la gente considere que la Web es un lugar donde buscar información o comprar/vender cosas, sin embargo es un lugar donde se accede a aplicaciones.
  3. Las empresas basadas en la Web se encontrarán en el Cloud (Nube). Andreessen contemplaba el software en una utility, es decir, se transformaba en un servicio barato y accesible como es la distribución eléctrica.
  4. Todo será social. En 2004, lanza Ning que se trataba de un servicio que permitía a grupos de gente crear sus propias apps y redes sociales. Aunque no fue un éxito, el término social se convirtió en ubicuo. Posteriormente, Andreessen invertiría en Facebook, Groupon o Instagram.
  5. El software se está comiendo al mundo. Aunque creamos que Amazon es una tienda, en realidad, es una empresa de software. En 2001, el gigante de Internet llegó a un acuerdo con la empresa editora Borders para la distribución de libros electrónicos. En aquel momento, Borders consideraba a ese formato como irrelevante o no estratégico. Por otro lado, siguiendo la afirmación de Andreessen innumerables sectores se están viendo convertidos en plataformas.

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La batalla contra la publicidad se convierte en una guerra entre distintos keyplayers

Ad-blocker

La batalla contra la publicidad que podría considerarse intrusiva y que arruinaba la experiencia de navegación por Internet empezó pronto. En 2003, Google alivió a muchos internautas cuando lanzó su Toolbar con la capacidad de bloquear los molestos Pop-Ups publicitarios. Esta característica de bloqueo fue integrada y adoptada por muchos navegadores como una opción por defecto. Sin embargo, la publicidad encontró otras vías para continuar expandiéndose y con ello degradando la navegación en Internet.

Al contrario que los medios tradicionales, que tenían distintas maneras de financiarse (publicidad, espacios por palabras, suscripciones y subvenciones), en la Web las vías de financiación se reducen (publicidad o suscripción) lo que no deja muchas alternativas a los medios que generan contenidos. Debemos de considerar que Google es una agencia de publicidad gigante y fue su manera de monetizar su buscador y poder sobrevivir desarrollando un modelo de negocio viable.

En 2007, la batalla contra la publicidad dio su siguiente paso. Mozilla Firefox ya permitía la inclusión de addons a su navegador y uno de los que comenzaba a despuntar entre los usuarios más avanzados era Adblock Plus. La polémica estuvo servida con el bloqueo en algunas de las webs de aquellos usuarios que usasen ese navegador específicamente porque no había manera de discernir quiénes usaban el bloqueador de anuncios y quiénes no. Desde entonces, el uso de este addon, que ya puede instalarse en otros navegadores como Chrome, no ha tenido mucha repercusión. En primer lugar, porque era un producto que usaban tan sólo usuarios con un perfil más técnico y tecnológico y, en segundo, porque comenzaba a surgir un mercado mucho más importante que el navegador del ordenador: el móvil.

Actualmente, navegar por Internet a través del móvil puede convertirse en un verdadero un suplicio. Primero porque muchas páginas web no están optimizadas para dar una experiencia acorde a nuestras pequeñas pantallas y, segundo, la cantidad de publicidad se mantiene, con lo que el usuario debe estar intentado pelearse con las pequeñas aspas de cierre publicitario que con un puntero de ratón sería fácilmente conseguible, pero no así cuando tenemos que usar nuestros dedos. Por otro lado, existe una publicidad totalmente engorrosa que en cuanto se carga la página te redirige a otra en la que te dice que “su móvil es inseguro descárguese este programa”, “su Whatsapp está desaprovechado, descárguese este complemento”. En ocasiones, es imposible salir de estas promociones publicitarias y acabas odiando al responsable de publicidad de ciertos medios de comunicación. ¿Solución? Uso de navegadores alternativos como, de nuevo, Mozilla Firefox que puede aliviar este conjunto de prácticas y favorecer mucho la navegación.

¿Qué está sucediendo? Se está incrementando el uso de estos bloqueadores publicitarios de forma exponencial alcanzando ya los 200 millones de usuarios suponiendo ya hasta un quinto de los posibles ingresos publicitarios. La reacción ante los usuarios que usan los bloqueadores pasa desde la hostil, bloqueando a los usuarios que los tienen instalado, hasta la educativa pidiéndoles que los desactiven en su dominio. Hasta ahora, los dos mercados, el de escritorio y el de móvil, se diferenciaban y el que realmente crecía era el móvil alcanzando actualmente los 69 billones de dólares. Donde se perdían el grueso de los ingresos por bloqueadores no importaba en exceso, ya que donde se crecía y mucho era en el mercado móvil, sin embargo distintas tendencias están poniendo en riesgo ese crecimiento.

En primer lugar, tal y como ya se ha señalado, el uso de los bloqueadores está creciendo. Personalmente, los uso aunque permite que se me provea de publicidad “respetuosa”. Esta opción tiene un debate interesante soterrado. Adblock Plus te permite o bloquear toda la publicidad o mostrarte sólo publicidad respetuosa. ¿Quién decide qué es publicidad respetuosa? Adblock Plus y su empresa desarrolladora Eyeo que están encantados que se les pague por ello. Esto ha sido denunciado como una especie de chantaje hacia los anunciantes y llevado a los tribunales alemanes que han dictaminado que el modelo de negocio de Eyeo es legal.

En segundo lugar, los propios navegadores comienzan a implementar esta característica. Por ejemplo, Apple ya ha integrado la posibilidad de bloquear la publicidad en su navegador Safari. Es decir, todo el ecosistema iOS y MacOS podrán bloquear la publicidad, aunque donde más duele es el segmento de los dispositivos móviles de Apple. Algunos han señalado que Apple está preparándose para tratar de rentabilizar su plataforma de noticias Apple News, casi toda la publicidad en el ecosistema de Apple pasaría por, sí, Apple.

En tercer lugar, algunas operadoras móviles ya tienen implementada en sus servidores la posibilidad de bloquear la publicidad apuntando directamente a Google, AOL o Yahoo. Esto puede interpretarse como una forma de presionar a Google para que reparta sus ingresos publicitarios, lo que denominan como “la bomba”, ya que no interfiere en los anuncios “in the feed” de empresas como Twitter o Facebook. Las operadoras consideran injusto tener que realizar inversiones en sus redes para que el dinero publicitario se lo lleve otro. Aunque Google aduce que desarrollar servicios de mensajería, correo electrónico, apps y streaming también requiere de grandes inversiones monetarias. Además, activando la bomba, los operadores móviles podrían ofrecer como un producto premium el servicio móvil sin publicidad (actualmente la publicidad puede consumir entre el 10-50% de los planes de datos de los clientes de telefonía móvil) como actualmente está realizando Amazon con sus Kindles.

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Un libro nunca se debe tirar a la basura

'Would you know how to repair this old book?'

Por extraño que pueda parecer, existe cierto pudor cuando vemos un libro en un cubo de la basura. Incluso si se tratase de la memoria anual de una empresa, lo que puede resultar lo más soporífero del mundo y que desde luego no despertará nuestro interés, tan sólo su visión nos produce un cierto halo de tristeza. Sorprendentemente, el libro, esas hojas encoladas o cosidas, todavía representa el máximo símbolo cultural y aún hoy recibe nuestros máximos respetos.

Es probable que sea una herencia de la posguerra, al menos en España, cuando de todo faltaba y cuando la educación era completamente necesaria para salir adelante. Por supuesto que el libro como objeto albergaba todo lo bueno de ese futuro brillante que nos prometía salir de un pasado negro de hambre y de autarquía. El libro representa una victoria frente a la pobreza y el respeto que se le tiene se extiende a muchos niveles.

Cuando leemos, abandonar un libro ya comenzado, a pesar del tedio que nos pueda provocar, nos enfrenta a una derrota intelectual. No poder superar lo que otros ya batieron y que nosotros desarmados no podemos salvar. Siempre intenté acabar todos los libros que empecé, sin embargo algunos acabaron con mi paciencia por la estulticia de sus personajes, los tropezones continuos en las mismas piedras que, posteriormente, la vida me pondría a mí.

Pero nunca he tirado un libro a la basura. Algunos libros los he encontrado insignificantes para mí, que no merecen el espacio que ocupan y he intentado encontrarles otro acomodo. Los liberé a través de bookcrossing confiando que sus futuros lectores disfrutarían mucho más que yo con ellos. Pero nunca los he tirado, ni los he llevado a la biblioteca consciente de que es un centro que debe gestionarse convenientemente. No todos los libros tienen cabida en sus cuatro paredes puesto que todo espacio es limitado y tiene un coste. Todo libro que se deposite en ellas podría impedir que otros materiales más valiosos y necesarios las ocupasen. Por otro lado, tampoco es necesario tener a las bibliotecas llenas de desechos que nadie quiso. No se trata de convertirlas en unos vertederos culturales donde llevamos lo que ya no queremos y que por vergüenza no queremos tirar. No, las bibliotecas no tienen esa función.

Pero el libro como objeto todavía es intocable. Máximo representante del conocimiento humano y todavía venerado y respetado a pesar de sus contrapartidas digitales. Que, sinceramente, me resultan mucho más aburridas e insulsas porque dentro de ellas todos los libros pesan lo mismo, tienen el mismo tipo de letra, el mismo color de las páginas y el mismo olor. Ese tipo de libros de plástico y silicio poseen sus propias ventajas pero cuando los contemplemos en la lejanía, en algún contenedor para su reciclaje, pensaremos que se trata de un trasto tecnológico obsoleto que merece pasar a mejor vida. Algo que no consideraríamos con el viejo libro de papel.

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