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Diario El País – 11 de mayo de 2007
Vi en un cementerio este curioso epitafio: Agotado, así, sin más. Me llamó la atención porque se trata de un término procedente del mundo editorial. Los libros se agotan. Eso es al menos lo que dicen los libreros cuando no encuentran el título que les hemos pedido: está agotado. A veces, si te empeñas, puedes encontrar un ejemplar perdido en los anaqueles de otra librería. En ocasiones, la editorial lo reedita, que es como devolverlo a la vida. La resurrección de los muertos. Pero los seres humanos sólo tenemos una oportunidad, en ocasiones media (y eso que estamos encuadernados en piel). Cuando nos morimos (o nos agotamos, como ustedes prefieran), no nos vuelve a encontrar nadie en ningún sitio. Yo disponía hasta ahora de un epitafio que me gustaba mucho (Eso fue todo), pero quizá adopte Agotado, que metafóricamente significa también que estás hecho polvo. Y no está mal para una lápida: Hecho polvo. Real como la muerte misma.
Pero no nos precipitemos. Tenemos toda la vida para elegir el lema de nuestra tumba. Hay otro término, procedente también del sector editorial, muy interesante: descatalogado. Se dice de aquellos libros que, además de agotados, han desaparecido de la nómina del editor. Si estar agotado es bueno, porque significa que el libro se ha vendido, la descatalogación implica un cierto grado de violencia. Sobre un título agotado se mantiene la esperanza de la reedición; sobre un volumen descatalogado, en cambio, no hay horizonte alguno. Hasta al librero se le pone cara de pésame cuando comunica al comprador que el título que solicita está descatalogado. "Busque en internet", añade a modo de consuelo, dando por supuesto que en la red se puede llevar una existencia póstuma.
Con todo, no hay caso peor que el de aquellos libros que desaparecen sin haber llegado a formar parte del catálogo, títulos que el editor publicó por compromiso, o por pena, pero que nunca formaron oficialmente parte de su fondo. Me gusta este epitafio también, Descatalogado: significa que ni siquiera llegaste a vivir de forma suficiente. Que naciste de casualidad (¿quién no?) y te fuiste sin haber llegado a estar del todo. Tomen nota mis deudos. Muchas gracias.
Este Día del Libro os queremos acercar a la obra de la gallega Patricia Castelao que además de trabajar como ilustradora para distintas campañas de promoción de lectura para la administración gallega, también ha trabajado para la realización de largometrajes de animación. Estos son dos de sus trabajos más recientes relacionados con la lectura, los dos preciosos, que nos sirven para disfrutar con vosotros tal día como hoy.

Ilustración para el cartel de la campaña "Leer en Abril 2006", de la Xunta de Galicia

Ilustración para "El calendario de las letras", de la Consellería de Cultura e Deporte de la Xunta de Galicia (2007)
[…] A comienzos de la Edad Media, el problema era la falta de libros, su escasez; hacia el siglo XVI [Tras la invención de la imprenta], su superfluidad. Ya en 1550 un escritor italiano se quejaba de que había "tantos libros que ni siquiera tenemos tiempo de leer los títulos". Los libros eran un bosque en el que, de acuerdo con el reformista Italo Calvino (1509-1564), los lectores podían perderse. Eran un océano en el que los lectores tenían que navegar, o una corriente de materia escrita en la que resultaba difícil no ahogarse.
A medida que los libros se multiplicaban, las bibliotecas tuvieron que ser cada vez más grandes. Y a medida que aumentaba el tamaño de las bibliotecas, se hacía más difícil encontrar un libro determinado en los estantes, de modo que comenzaron a ser necesarios los catálogos. Los que confeccionaban los catálogos tuvieron que decidir si ordenaban la información por temas o por orden alfabético de autores. Desde mediados del siglo XVI, las bibliografías impresas ofrecían información acerca de lo que se había escrito, pero a medida que estas compilaciones se hacían más voluminosas, era cada vez más necesaria la bibliografía por temas.
Los bibliotecarios se enfrentaban también a los problemas de mantener los catálogos al día y estar al tanto de las nuevas publicaicones. Las revistas especializadas daban información acerca de libros nuevos, pero como también la cantidad de estas revisas se multiplicaba, fue preciso buscar otro sitio información acerca de ellas. Puesto que había muchos más libros de los que se podía leer en toda una vida, los lectores necesitaron la ayuda de bibliografías selectas para discriminar entre ellos y, desde finales del siglo XVII, recensiones de las nuevas publicaciones. […]
BRIGGS, Asa; BURKE, Peter. De Gutenberg a Internet: Una historia social de los medios de comunicación. Madrid: Taurus, 2005. Pág 30 – 31
El término Biblio-, que proviene del término griego Biblion y cuyo significado es libro, tiene su origen en la ciudad Biblos que fue en la antigüedad uno de los puertos más importantes en la exportación de papiro. De hecho, biblos significa rollo de papiro y se utiliza para designar el libro de los libros, es decir, la Biblia. Sin embargo, en el lenguaje castellano, hay muchas palabras formadas con esta partícula y, aunque obviamente todas ellas están relacionadas con el mundo del libro, muchas sorprenden por su significado.
- Bibliátrica. Arte de restaurar libros.
- Bibliofilia. Pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos.
- Bibliofiliana. Conjunto de pensamientos, anécdotas, dichos, etcétera referentes al libro.
- Bibliofobia. Miedo irracional y enfermizo a los libros
- Bibliognosta. Conocedor de libros.
- Bibliografía (O Bibliografología). Relación de libros o escritos referentes a una materia determinada.
- Bibliomanía. Pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse. Es decir, que éstos no los leerían.
- Bibliometría. Aplicación de los métodos estadísticos y matemáticos para definir los procesos de la comunicación escrita, la naturaleza y el desarrollo de las disciplinas científicas mediante técnicas de recuento y análisis de la comunicación.
- Bibliopea. Arte de hacer un libro
- Bibliopege. Encuadernador de libros.
- Bibliopepsia. Propensión a la lectura apresurada, fragmentada y sin aprovechamiento
- Bibliopiratas. Esta tipología de bibliófilos no se conformarían con la compra de libros, sino que adquirirían técnicas y tácticas más ruines para obtener los libros que tanto desean. Así, los bibliopiratas no dudarían en robar un libro para incorporarlo a su biblioteca particular, ya fuese en librerías o en bibliotecas tanto públicas como privadas.
- Bibliópola. Librero.
- Bibliósofo. Secretario o tenedor de libros
- Biblioteca. Local donde se tiene un considerable número de libros ordenados para su consulta o lectura.
- Bibliotecario, ria. Persona encargada de una biblioteca.
- Biblioteconomía (O bibliotecología). Disciplina encargada de la organización y administración de las bibliotecas.
- Bibliotafio. Es literalmente, sepulcro de libros, por lo que trasladado a la bibliofilia se trataría del bibliófilo que no permite la consulta de la biblioteca ni muestra sus libros guardándolos con celo.
- Bibliótata. Persona indiferente a los libros que posee.
Fuentes:
GALLUD JARDIEL, Enrique. Libro de libros. Valencia: Denes, 2005
Artículos en El Documentalista Enredado
Diccionarios:
Andrés Rábago "El Roto", que publica todos los días en el diario El País, siempre suele sintetizar verdades como puños en sus estupendos chistes, aunque él prefiere decir que hace sátira no humor. En ocasiones, vienen apoyados con textos, en otras no son necesarios puesto que la imagen que nos muestra tiene la suficiente fuerza como para que entendamos su crítica. En este caso, el humorista pone en boca de los libros lo que muchos opinan sobre algunos de ellos.
El escritor Juan Cueto publicaba el pasado 24 de diciembre en el suplemento dominical EPS, un artículo de opinión con el título Pecado de Gutenberg en el que realiza una reflexión personal sobre la evolución del libro y la lectura hasta nuestros días.
Esto que usted está haciendo ahora mismo, leer en solitario y en silencio, es algo muy moderno y que apenas tiene dos siglos de tradición. No lo olvidemos a la hora de acusar a las hiperindividualistas máquinas digitales de ser los nuevos ángeles exterminadores del humanismo. Y es que la verdadera revolución del libro no ocurrió con el nacimiento de la nueva tecnología llamada imprenta, como es tópico mid-cult; sucedió dos siglos y pico más tarde, cuando la lectura dejó de practicarse en voz alta y en público y se transformó en algo muy individual y silencioso.
Por tanto, que conste que en el origen del libro moderno no fue la famosa máquina de Gutenberg, sino aquella posterior mutación de la lectura ocurrida en la Ilustración y que impuso para siempre la técnica de leer en silencio y en privado. Es cierto que desde el Siglo de las Luces hay gentes que todavía siguen empecinadas en leer en voz alta y en público, como los niños, los políticos y esos autores que castigan a sus parejas con la lectura de las galeradas, fuente de tantos divorcios entre humanistas. Pero el libro, tal y como hoy lo entendemos y defendemos, nació de un invento más tardío y radical que el de Gutenberg, la también artificial e hiperindividualista necesidad de leer en voz baja, en rigurosa intimidad y completamente aislados de los ruidos sociales y familiares, como ocurre ahora con el iPod.
El escritor y editor Enrique Murillo publicaba el pasado 11 de diciembre de 2006 en el diario El País un artículo de opinión sobre el futuro del libro. Virtudes de un vejestorio es una defensa del libro como producto construido a lo largo de los siglos y que apenas ha variado en su formato y que a pesar de las múltiples acometidas en forma de digitalización un estupendo vehículo para la difusión de la cultura.
No hay congreso de editores ni feria de tecnología en donde no se anuncie, desde hace unos años, la muerte del libro, ese vejestorio, en su forma tradicional, y su sustitución por artilugios de nueva generación. Durante los congresos profesionales, los editores hemos tenido que escuchar numerosas conferencias en las que, so pretexto de darnos información acerca de las tecnologías más avanzadas, sucesivos directores comerciales de ésta o aquella empresa (llámense Microsoft, Sony o lo que sea) nos vendían, con una elocuente perorata en tono de predicador, el Séptimo o Noveno Advenimiento, dicho de otro modo el triunfo definitivo del así llamado "libro" electrónico. Un invento que, por cierto, a estas alturas ya ha vivido varios avatares, todos ellos definitivos, aunque a la postre acabe resultando que no lo son tanto.