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La conspiración alfabética

De manera inconsciente, cuando nos disponemos a consultar cierto tipo de documentos –diccionarios, enciclopedias, guías telefónicas…–, damos por hecho que el ordenamiento alfabético y, por tanto, la búsqueda alfabética de un determinado concepto, son los más adecuados en obras con información tan variada y amplia como las mencionadas. Pero en el caso de las enciclopedias, la estructuración de sus contenidos mediante entradas ordenadas alfabéticamente no es algo tan innato como pudiéramos pensar y supuso toda una revolución cuando fue utilizada en L’Encyclopédie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers de Diderot y d’Alembert, en 1758.

Las enciclopedias (del griego enkyklios paideia, "en un círculo de instrucción"), desde la antigüedad, han pretendido dar una determinada visión del mundo recopilando todo el saber humano; pero tras la invención de la imprenta en 1455, en que se desarrolló una industria editorial que impulsó la producción y transmisión del conocimiento, se hicieron cada vez más necesarias para guiar a sus lectores entre el increíble maremágnum de conocimientos ante el que se encontraban.

Hasta el siglo XVII con L’Enciclopédie, el ordenamiento alfabético de los contenidos en las enciclopedias no era habitual, como sí lo es hoy en día, sino un sistema subordinado que servía de apoyo al principal para facilitar la búsqueda. Las enciclopedias en el mundo occidental –ya que otras culturas estructuraban sus conocimientos a veces de forma muy particular–, seguían una organización temática influenciada por su esquema de enseñanza.

La categorización del conocimiento

Las categorías del pensamiento humano no están nunca fijas de una forma definitiva; se hacen, se deshacen y se rehacen incesantemente: cambian con los lugares y los tiempos.

Durkheim

Respecto a la clasificación del conocimiento en Europa hasta comienzos de la Edad Moderna, a la dicotomía básica conocimiento teórico (Scientia) – conocimiento práctico (Ars) le seguía una clasificación en campos,  siendo la metáfora más clara de esa división la del “árbol del conocimiento”, como el Arbor Scientiae de Ramon Llull, que apareció por primera vez aproximadamente por el año 1300. La idea del árbol sugería una distinción entre dominante y subordinado, entre tronco y ramas, siguiendo la metáfora en sentido descendente hasta las raíces y ascendente hasta las ramas, flores y frutos.

El currículo de las universidades europeas también reflejaban (y reflejan) la estructuración del conocimiento, con sus divisiones en disciplinas. Durante la Edad Media, el primer título era la licenciatura, dedicado a una de las “siete artes liberales”, que se dividían en dos secciones: el trivium, dedicada al lenguaje (gramática, lógica y retórica), y la más avanzada, el quadrivium, dedicada a los números (aritmética, geometría, astronomía y música). Y en la práctica, las “tres filosofías”: la ética, la metafísica y la filosofía natural. Una vez obtenido el primer título o grado, se podía optar a una carrera de las tres facultades superiores: teología, derecho y medicina.

Esta organización académica del conocimiento se reflejaba asimismo en el orden de los libros en las bibliotecas, en sus catálogos y bibliografías y, por supuesto, en la ordenación de los conocimientos en las enciclopedias.

Al igual que nuestros conocimientos sobre el mundo que nos rodea aumentaban y se corregían a lo largo del tiempo, la reorganización del currículo fue adoptando diferentes formas y la clasificación de los conocimientos también evolucionó, adaptándose al desarrollo de la ciencia, las nuevas disciplinas y los nuevos enfoques de éstas.

El triunfo del orden alfabético

La organización del conocimiento en las enciclopedias medievales y renacentistas, gracias a su estructura temática tenía la cualidad de permitir una lectura intensiva de éstas, al mostrar claramente los vínculos existentes entre las diferentes disciplinas: estaban  diseñadas más para ser leídas que para ser consultadas. En cambio tenía una clara desventaja para la consulta rápida por parte de los lectores que quisieran investigar temas concretos.

Este problema en la recuperación de la información, junto a la explosión del conocimiento que, como ya he dicho, se produjo gracias a la imprenta, y la inestabilidad de una clasificación temática que variaba con el tiempo y las particularidades de cada cultura, impulsaron a Diderot y d’Alembert la elección del orden alfabético de los artículos o entradas enciclopédicos en su Encyclopédie, estableciéndose los vínculos entre las diferentes disciplinas mediante un elaborado sistema de referencias cruzadas.

El orden alfabético en las enciclopedias no fue un invento de estos dos Ilustrados, sino que ya había sido utilizado por primera vez en el siglo XI en la enciclopedia bizantina conocida como Suda. Esta ordenación alfabética también se reflejó –al igual que antes lo había hecho la ordenación temática– en las bibliotecas, como la de la abadía de San Víctor en París que en a comienzos del siglo XVI fue catalogada alfabéticamente; o las bibliografías, como la Bibliotheca universalis (1545) de Gessner, que siguiendo un orden alfabético pretendía recoger todos los escritores que habían vivido hasta la fecha con sus respectivas obras.

A partir del siglo XVII fue cada vez más frecuente la ordenación alfabética en obras de consulta y también en la catalogación de bibliotecas, como la Biblioteca Bodleyana en Oxford. Ya en el siglo XVIII, las bibliotecas empezaron a catalogar sus fondos por medio de tarjetas, siguiendo un sistema similar al que ha llegado a nuestros días.

El sistema de ordenación alfabético que impulsó la publicación de L’Encyclopédie no fue aceptado rápidamente; pero, poco a poco, se fue imponiendo según se ampliaban los horizontes del conocimiento y con ello cambiaba la visión del mundo: el mundo jerárquico de la enciclopedia temática por una visión individualista e igualitaria.

BURKE, Peter. Historia social del conocimiento: de Gutenberg a Diderot. Barcelona: Paidós, 2002

Publicado en Historia Visto/Leído

3 comentarios

  1. Puede que google sea el inicio de las futuras enciclopedias de internet. De alguna manera es una herramienta rudimentaria a la hora de encontrar aunque no ordene alfabeticamente.
    Apunto el comentario del fundador de Technoraty de hoy mismo en El pais: «Internet es la mayor biblioteca que existe. Google, su mayor bibliotecario, el que encuentra todas las páginas y todas las referencias; pero Google pertenece a un Internet antiguo; el de ahora es más móvil, más social, donde la gente no sólo lee, sino que habla, escribe, fotografía o filma. Es otra forma de usar Internet. Internet ha pasado de ser la gran biblioteca a ser la gran conversación».

  2. Reconozco el poder de Google para localizar información, pero el problema es saber qué información es la que necesitas. No siempre se plantean las preguntas adecuadas, ni se sabe concretamente por dónde empezar. Y esto pasa en Google o cualquie otro buscador, o en una enciclopedia tradicional, en la que no aciertas con la entrada.

    Desde luego Internet es mucho más que Google y que información. Es básicamente comunicación, que después de todo fue la razón de su origen; pero ese valor ahora se potenciado mucho más.

  3. […] Con dicha pretensión, a lo largo de los siglos la enciclopedia ha ido variando su forma y estructura según iba aumentando la información que contenía: primero siguiendo una estructura temática según el árbol de la sabiduría de cada momento, que también variaba; luego, tras la aparición de la imprenta y el crecimiento desmesurado del saber, el modelo temático -que además pecaba de subjetivo- se convirtió en inmanejable y surgió un nuevo modelo basado en el orden alfabético. […]

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