Antes de comenzar, tal vez deberíamos hacer una diferenciación clara para que no nos equivoquemos. Vaya por delante que bibliófagos hay muchos y de distintas categorías, no importa mucho si devoran a Eric Hobsbawm o a Orson Scott Card por poner dos extremos, son personas que simplemente tienen un libro entre manos y lo devoran sin miramientos. Son insaciables, uno detrás de otro, sin importar la cantidad ni cuántos han consumido anteriormente, sin considerar si deberían darse un respiro para tratar de asimilar todo lo anterior o simplemente descansar la mente.
Pero la bibliofagia bien entendida, esa que significa literalmente comer papel en forma de libro, es bastante infrecuente, incluso en la literatura. Seguramente, todo puede deberse a que el papel, compuesto de celulosa, no puede ser digerido por los seres humanos, como entra sale, además de secar la lengua y dejar un sabor un tanto peculiar que hasta el momento el papel tiene.
Sin embargo, la bibliofagia, aunque escasa en la literatura, puede ser recogida como un elemento destructor o para la adquisición del conocimiento. En el primer extremo, nos encontraríamos con un personaje de ficción que decide destruir un libro aunque suponga su muerte inmediata. Estamos hablando del venerable hermano Jorge de Burgos que aparece en el libro El Nombre de la Rosa y en el que decide ingerir el libro supuestamente perdido, además de envenenado, “La Estética” de Aristóteles para que su conocimiento no se propague más allá de la biblioteca de la abadía.
Pero, en ocasiones, el acto de comerse un libro puede dar efectos completamente contrarios al deseado. Por ejemplo, el personaje Francis Dolarhyde de la novela y película El Dragón Rojo decide destruir una acuarela que le tenía obsesionado consumiéndola en el museo donde es custodiada. Pero el acto destructor se revuelve en su contra y aquello que quería destruir acaba venciéndole, obviamente de forma psicológica, convirtiéndose él en verdadero Dragón Rojo. Es decir, en un psicópata asesino sin excesivos escrúpulos y una dentadura peculiar, además de tatuaje en la espalda.
Más allá de la ficción, nadie trataría de comerse un libro completo, a no ser que se lo ordenasen, y si incluso la orden proviene de instancias superiores junto con aseveraciones un tanto deliciosas ¿quién podría negarse? Desde luego, que este extremo lo encontramos en los textos religiosos tal y como recoge Fernando Báez en su Historia universal de la destrucción de libros. Concretamente del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Mas tú, hijo de hombre, oye lo que yo te hablo; no seas rebelde como la casa rebelde; abre tu boca, y come lo que yo te doy. Y miré, y he aquí una mano extendida hacia mí, y en ella había un rollo de libro. Y lo extendió delante de mí, y estaba escrito por delante y por detrás; y había escritas en él endechas y lamentaciones y ayes.
Me dijo: Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oyeran.
Más o menos, siguiendo la misma estructura narrativa, ¿quién se negaría a comerse un libro si lo que se avecina es el fin del mundo?
El ángel con el librito
Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces.
Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas. Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas.
La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre.
Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes.
El hecho de comerse un libro, de devorarlo físicamente tiene unas reminiscencias casi Freudianas de intento de eliminación total (casi de metabolización para convertirlo en heces inútiles) o, en el otro polo en convertirlo en píldora, veneno o pócima que nos haga entender el mundo y las alegorías en el papel escrito.
Está relacionado con los biblioclastas en su primer término, quizás en menos grado.
Los libros, los libreros, loa autores son seres que se preguntan sobre el mundo y, en el fondo y aunque sea en negativo, promueven un comentario a la distopía. AHí está el peligro del libro, su veneno latente.
No hay género que no esconda para el poder establecido o para el que pueda estarlo un a pizca de pimienta o de dinamita porque, en general, los libros hacen pensar y eso, como sabemos, es muy peligroso.
Por eso la destrucción de libros es un clásico tanto para eliminar su contenido como para modificar mediante la ignorancia y la oscuridad el funcionamiento del ser humano.
Tiene algo, otra vez, de Freudiano el quemar libros, hechos con las manos y con el cerebro: actividades plenamente humanas, mediante el fuego (típico) o cualquier otro medio.
De alguna manera la voluntad del escritor de perpetuar y perpetuarse en el pensamiento se está negando mediante la acción abrasadora y natural del fuego. (aunque es una aporía baladí, el fuego fue atizado por otra mano).
Perdón por lo largo pero es que me interesó el asunto. Incluso hace tiempo lo traté en mi blog (bibloclastas).
Jorge de Burgos guardaba la Segunda Poética de Aristóteles, no la Estética.
Alex, el dato sobre el libro lo he extraído del artículo «Naturalmente, Umberto Eco»
http://www.elpais.es/articulo/elpepiautval/20051021elpval_7/Tes/
Y dice así:
“[…]
Pero del censo de todos los personajes que poblaban aquella novela, recuerdo con emoción a Jorge de Burgos, un bibliotecario ciego, severísimo, circunspecto, contrario a la risa, guardián del saber heredado. Era, otra vez, un homenaje malvado y cariñoso: a Jorge Luis Borges, claro, el vate ciego, el bibliotecario invidente, el hombre que ya tenía todos los libros leídos y que se alzaba frente a la vulgaridad y la repetición chabacana, frente al esquema rutinario. Borges siempre amó la parodia, la cita, la repetición deliberada y la erudición apócrifa. Jorge de Burgos, no: simplemente no podía soportar que el libro perdido de la Estética de Aristóteles viniera a dar razones a quienes se levantaban contra la gravedad impostada y el poder.
[…]”
Y gracias bonhamled por tu comentario, muy interesante.
Pues mira esto:
http://www.liceus.com/cgi-bin/gui/04/Eco.asp
[…]El nombre de la Rosa hace referencia al libro perdido de la Poética de Aristóteles. Se supone que este libro hace referencia al sentido del humor. Pasando por Freud, haciendo una parada en Eugenio y derivando en Joyce, el humor parece ser (perdonen que haga mi propia definición) una «paradoja en sí misma que revela los aspectos más salvajes del inconsciente humano». En este mi refrito freudiano, el hombre se encuentra ante el esclavismo de las viejas leyes (silogismo, causa-efecto, etc…) enfrentado a las nuevas tendencias de la filosofía lingüística (de las que Eco es el nuevo abanderado).[…]
Un par de cosas:
1. Me equivoqué. No es la Segunda Poética, sino el segundo tomo de la Poética de Aristóteles, libro del que no hay pruebas que alguna vez existiera.
2. No me fío de los artículos periodísticos. Los periodistas escriben demasiado rápido, y la presura en la escritura conduce a la tergiversación.
Qué fem amb les escombraries?…
Potser la bibliofàgia no és tan dolenta, al capdavall……
[…] Por otro lado, más allá de un único libro, el acceso a la información también está restringido en esta biblioteca. Sólo el bibliotecario y su ayudante tienen acceso garantizado a los fondos, mientras que Jorge gracias a su veteranía y su liderazgo, además de conocer los secretos de toda la abadía, tienen acceso a los documentos originales. Guillermo de Baskerville durante sus indagaciones se percata que todo el misterio se resume en la posesión de un libro, un libro del que desconoce casi todo, pero del que es consciente que o mata o se mata por él. La obtención de distintas claves, la investigación para descubrir cómo se accede a la biblioteca para evitar el candado del bibliotecario, sirven para aumentar los grados de interés sobre esta historia hasta el desastre final, cuando Jorge acaba con el libro tratando sin conseguirlo de envenenar a Guillermo y a su novicio Adso después. […]