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El descrédito de la memoria en la Sociedad de la Información

Es curiosa la contradicción en la que se sumerge la cacareada Sociedad de la Información con proyección a convertirse en Sociedad del Conocimiento. Disponemos de innumerables fuentes de información, nos ofertan análisis de todo tipo cual mercadillo, podemos hallar puntos de vista completamente transgresores e, incluso, algunos que ningún medio de comunicación se atrevería a publicar ni siquiera señalar. Sin embargo, esta sociedad impactada continuamente por promociones publicitarias, por necesidades sociales, vitales y de consumo completamente conducidas por las cabezas pensantes del marketing de las marcas; cae con demasiada facilidad, tal vez una derivación de su propia obsolescencia, en el olvido.

Porque todas esas informaciones, esos análisis se superan inmediatamente por los nuevos hechos, como si su inmediatez fuese precisamente su condena, debido a que se quedan en la superficie dejando de lado la necesidad de una visión más profunda con mayor perspectiva y sosiego que todo análisis, merecedor de ese nombre, necesita. Puede que se trate de una consecuencia de los tiempos que corren. Nuestra mayor lacra consiste en que el Donde dije digo, dije Diego es demasiado frecuente a todos los niveles, tanto a nivel político como empresarial y/o personal. No importan los insultos a la inteligencia a los que nos tienen demasiado habituados nuestros líderes, nos encontramos con que una sonrisa de maldad puede enterrar a la palabra, como si éstas no tuviesen el peso de antaño. Es obvio que ya no lo tienen.

Los jóvenes no se detienen a aprender a escribir, ni a expresarse, no se les transmite que se trata de una necesidad. Eludimos que el proceso de síntesis que merece todo escrito bien realizado es un seguro para la vida futura, para defender los ideales de cada uno y la integridad de un individuo. Hoy en día, todo parece ir demasiado deprisa, hemos interiorizado completamente el eslogan "consume y muere" y si no puedes consumir: púdrete. No te esfuerces en realizar un esfuerzo intelectual para desarrollar un trabajo para el colegio, plágialo, con un poco de suerte el profesor no se percatará. Si trabajas, si realizas el esfuerzo por ti mismo, es probable que seas el único estúpido que lo haga. Incluso, los actores de teatro dentro de una nueva moda ya no memorizan sus obras, ahora se dedican a leerlas en el escenario, el apuntador se ha convertido en un libro abierto en sus manos, ¿para cuándo grabarán sus voces y las emitirán en Dolby Surround para el patio de butacas ofreciendo tan sólo su presencia a los espectadores que han acudido a verlos a ellos?

La memoria es un valor a la baja en nuestra sociedad, y no podemos salvar siquiera la cotidianeidad. Ya no recordamos los números de teléfono de nuestras amistades, ni sus direcciones postales, para qué hablar de las direcciones de correo electrónico; las tenemos almacenadas en cachivaches electrónicos, desconocemos la cantidad de películas o canciones que poseemos pero que ni siquiera hemos visionado ni escuchado. Consumimos demasiado rápido, somos seres multitarea que saltamos de un lugar a otro ante cualquier hecho que nos desvíe la atención, necesitamos el silencio sepulcral para estudiar, para trabajar o para leer. Precisamos de un símil de burbuja etérea para centrarnos en una sola actividad, sin percatarnos de nuestra culpabilidad inmediata, nuestra atención es demasiado cara y siempre la andan buscando, importunándola.

Anteriormente, disponíamos de un canal televisivo, ahora disponemos de cientos para sortear las promociones publicitarias. Que consigamos atender a un anuncio dentro de ese canal, que captemos su mensaje, es ya una tarea demasiado ardua en una sociedad que busca que se lo den todo hecho y con prontitud, que no parece ser consciente de que el esfuerzo presta su recompensa a quien lo merece, a quien piensa y es consciente de cómo ella se mueve. De este modo, nos percatamos de que la sociedad planteada en 1984 es irrisoria hacia donde nos conducimos, donde la globalidad parece ahuyentar nuestra perspectiva de los hechos, como si la necesidad de estar alineado fuese suficiente para colmar una vida entera y plena, aunque tarde o temprano nos percataremos que nunca es suficiente

Publicado en Cajón de sastre

4 comentarios

  1. Mon Mon

    Genial.

    Me siento muy identificado con lo que dices.
    La información me satura. Que bien sintetizado lo has escrito.

    Y nunca es suficiente…la información actua como una droga… siempre quieres más.

    Saludos

  2. Jorge Jorge

    Lo realmente grave es cómo se están descuidando las habilidades expresivas. Los artilugios electrónicos han aportado un beneficio muy interesante: descargan nuestro cerebro de la improductiva tarea de almacenar datos y le dejan así más espacio para pensar, para aprender, para crear. De todos modos, desaprovechamos el potencial de esos artilugios cuando son una distracción constante. O simplemente cuando no sacamos partido de ese espacio de conocimiento que nos ceden.

  3. Ahora la memoria se utiliza para la clave del ordenador del trabajo, del/los correo/s, del acceso a la plataforma del curso on line que estás haciendo, de las redes sociales en las que estás suscrito, el pin del móvil, el de la cuenta bancaria on line…

  4. Sí, sí. Pero, ¿a que tendemos a utilizar las mismas claves para todo?

Los comentarios están cerrados.