Bueno, ¿de qué te sorprendes? No escribo para ti, escribo para mí. Teniendo en cuenta el interés que despierta mi blog, de la escasa audiencia a la que me expongo y a la ambigua libertad en la que me muevo, porqué no debería sentirtme completamente liberado de cualquier barrera autoimpuesta. ¿No es acaso mi espacio? ¿No se trata de mi pequeño medio de comunicación personal? ¿No soy libre de pensar lo que quiera y tratar de expresarlo con las palabras que yo considere convenientes? Pues va a ser que no.
Mi audacia como bloguer podría sustentarse sobre mi convencimiento de que voy a tener razón en cualquier caso, de que si soy consciente de que no la tengo, puede que consiga aglutinar a las suficientes personas para que comulguen conmigo y que en cualquier caso siempre resultaré airoso… O no. Ya son varias las personas a las que conozco que han tenido que retractarse (¿Eso también va por mí?) y admitir que se equivocaron. Y si no lo hicieron o bien tuvieron que cerrar la puerta de lo que era suyo para empezar de nuevo, o simplemente abandonaron, o bien aguantaron estoicamente lo que dijeron de él en otros lugares o en su propio blog.
La escritura, en ocasiones, es engañosa. En la blogosfera, lo es mucho más puesto que no disponemos de un editor que nos advierta: Rebaja esto o, sencillamente, esto no puede ser publicado (A decir verdad, esto sí que es posible en el caso de los blogs grupales). Así que nos exponemos a nuestros propios pensamientos y reflexiones y, como neófitos en esto de la transmisión de ideas, en más de una ocasión acabamos aseverando algo que no es exactamente lo que nosotros queríamos decir o no era algo de lo que deseásemos ofrecer con total rotundidad sino con matices. Pinceladas que, en general, olvidamos dar o que si las damos pudieron ser completamente malinterpretadas.