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Categoría: Libros

El mundo de los libros

Códices illustres

No hace falta ser ningún bibliófilo para apreciar el valor y la belleza de los códices iluminados de la Edad Media. Éstos ejercen sobre nosotros una gran fascinación, sobre todo en una época en que los libros se han convertido en un objeto de consumo y un producto meramente industrial.

Gracias a la editorial Taschen, que celebra el 25ª aniversario de su fundación, he podido conseguir una impresionante recopilación de las obras maestras de la iluminación en una hermosísima (y asequible) edición en castellano. Y, aunque no obtengo ninguna comisión por publicitarlo, me gustaría compartir el descubrimiento de esta obra.

Codices illustres: los manuscritos iluminados más bellos del mundo desde 400 hasta 1600, de Ingo F. Walter y Norbert Wolf, nos introduce en el mundo de la iluminación medieval y presenta 167 de los manuscritos más bellos, importantes y famosos de entre los años 400 y 1600, fecha en la que la pintura de libros alcanzó su punto culminante y el libro impreso comenzó a desplazar paulatinamente al códice escrito a mano; aunque en sus comienzos el libro impreso imitaba a los códices manuscritos.

Entre los 167 manuscritos iluminados que se recogen en esta obra podemos encontrar El Libro de Kells, realizado por monjes celtas sobre el año 800; The Morgan Bible o Biblia de los cruzados, destinada al rey Luis IX de Francia, de aproximadamente 1250; El libro de las maravillas del mundo de Marco Polo o la Divina Comedia de Dante, ambos del siglo XV. Todos estos manuscritos son presentados con reproducciones en gran formato y la información más relevante de cada obra, y completados con la biografía de los miniaturistas que los iluminaron.

Sin duda una hermosa obra ante la que recrearse. ¿Quién la regalará estas Navidades?

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El «hábito» no hace al monje (o qué leemos y por qué)

Según la Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España 2002-2003, los españoles, en una escala del 0 al 10, tienen una media de 5’7 de “interés por la lectura/literatura”. Ante este tipo de datos lo primero que me planteo es: ¿Qué quieren decir con «interés» por la lectura/literatura? A mí puede interesarme mucho la papiroflexia y no saber hacer ni un barquito de papel. Y, una media de interés de 5’7, ¿es un índice bueno o malo? Lo que sí deja claro todo ese cúmulo de datos, es que leemos más libros que hace unos años.

Para lo que no hace falta recurrir a encuestas o estadísticas, es para comprobar que nuestros gustos literarios han cambiado con los tiempos (The times they are a-changin’, como diría Bob Dylan). Seguramente existirán infinidad de factores para ese cambio, pero creo muy factible que el tiempo que dedicamos a la lectura y el lugar dónde leemos haya tenido mucho que ver. La aparición de nuevas formas de ocio nos han obligado a diversificar nuestro tiempo y la lectura ha sido relegada a un segundo plano, perdiendo la batalla frente a nuevos entretenimientos tecnológicos y audiovisuales. Quizá por eso, para muchos el único tiempo reservado a la lectura son los breves momentos en que no están “enganchados” a una pantalla: cuando van en metro.

Teniendo en cuenta el número de lectores que puede contemplarse en sus vagones, el metro se ha convertido en el último reducto de la cultura; y así parecen entenderlo también los que crean iniciativas como la del Bibliometro de Madrid. Para saber qué es lo más leído, ya no es necesario consultar las listas oficiales de libros más vendidos, basta con darse una vuelta por el metro (ese gran barómetro literario) y comprobar qué leen sus pasajeros.

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Libros prohibidos en el Siglo XXI

Los libros como elementos comunicativos del saber y de las ideas de los seres humanos han sido objeto de persecuciones y censuras de todo tipo, desde parciales a totales. Un ejemplo significativo es el que nos dio la Iglesia Católica, hubo un tiempo en el que esta institución dentro de su doctrina moral nos señalaba con severidad lo que no debíamos leer. De hecho, las publicaciones prohibidas eran tan numerosas que la Iglesia tuvo que empezar a componer un listado de todos ellas, recibió el nombre de índice de libros prohibidos – Index Librorum Prohibitorum – que fue mantenido desde 1559 hasta la próxima fecha de 1966 y abandonado definitivamente durante el papado de Pablo IV dentro de los preparativos del Concilio Vaticano II. Con esta recopilación se buscaba la prevención de la lectura de libros o trabajos inmorales que contuvieran errores teológicos, además de evitar la corrupción de los fieles católicos. Pero no sólo se prohibía a sus fieles que leyesen tal o cual libro, incluso, se iba un poco más allá; organizando juicios para que el autor de aquello publicado, y que a la institución considerase inmoral, defendiese sus tesis en un tribunal de justicia de la Santa Inquisición.

Este Index ejemplariza perfectamente los intentos reiterados de control al que el libro ha estado sometido a lo largo de su Historia y particularmente desde la aparición de la imprenta. En cualquier caso, no debemos olvidar que no han sido las instituciones religiosas las únicas que tratan de ajustar lo que se afirmaba en los textos, sino que coetáneamente también los distintos monarcas del Antiguo Régimen trataron de controlar la edición y publicación de libros a través de los Privilegios reales de Impresión. Así que, más o menos, todo elemento que ostentente el poder, ya se trate de dictaduras o no, u otros elementos próximos a él (organizaciones morales, poderes fácticos, agentes económicos…) han tratado de controlar y limitar la circulación de la información y el desarrollo de nuevas ideas no correspondientes a sus deseos o pareceres.

Desde luego que la censura, el control de la información que se difunde, los comentarios críticos, el pensamiento discordante ya no se limita tan sólo al material impreso, sino que actualmente es Internet y de una forma particular los blogs, con la connivencia de algunas empresas, los que están sufriendo un nuevo tipo de censura.

Pero en la lucha contra la censura, pasada y actual, siempre podemos encontrar a algunos bibliotecarios que nos recuerdan y difunden nuestro derechos a pensar, opinar y creer libremente sin cortapisas. La American Library Association (ALA) dedica la última semana de septiembre a recordar los libros que por diversos motivos han tratado de ser censurados o simplemente prohibidos dentro de los actos que desarrolla en la Banned Books Week. Lo que se persigue es precisamente una contramedida, esta vez desde una perspectiva positiva, publicitar y defender los libros censurados mediante una lista, un índice si se quiere; a la vez que celebrar y reinvidicar la posibilidad tanto del autor como del lector de expresarse libremente. En definitiva, la denfensa de la oportunidad de leer y ser leído.

Los bibliotecarios norteamericanos entienden este acto como una forma de recordar y defender la Primera Enmienda de su Constitución apoyando la libertad de expresión y pensamiento, así como la denuncia de distintos actos para recortarla. Por supuesto que las bibliotecas y los bibliotecarios participan de una forma activa en esta denuncia destacando en sus instalaciones los libros censurados y apremiando a los usuarios a que los lean. Desde luego que se trata de una gran iniciativa que debería tener su reflejo en España como una forma de evitar la alineación del pensamiento.

Vía – Periodistas21

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Bibliofilia vs Bibliomanía

Los bibliófilos creen que uno de los principales pecados de los bibliotecarios consiste en tratar a los libros como simples objetos de análisis técnico. Cuando un bibliotecario dispone de un libro en sus manos, lo que hace es un análisis completo y exhaustivo de sus elementos identificativos siguiendo una serie de reglas preestablecidas, autopsia lo denominan, así que un bibliotecario se apresura a localizar el título, autor, año, editorial… obviando en ocasiones lo que realmente tiene enfrente suyo. Estoy convencido que hay muchos tipos de bibliotecarios, no todos tendrán la actitud de oficinista (o peor, de operario de cadena industrial) antes descrita, aunque si bien es cierto que un bibliotecario no tiene la necesidad de ser un bibliófilo, todos lo somos un poco, bibliófilos claro, al admitir que amamos los libros.

La pregunta que nos debería asaltar ahora es: ¿Y quién no lo hace? ¿Quién se va a atrever a afirmar sin tapujos que los libros son detestables? Seguramente, algún estudiante que se horrioriza ante la materia de estudio, o el libro recomendado por el profesor, pero no se atreverá, por su condición de estudiante, a renegar de ellos (y menos de Google, claro. Santa tecnología). Sin embargo, ahora nos toca puntualizar, puesto que no todo amor por los libros tiene que ser bibliofilia, afortunadamente para nuestro bolsillo, de esta manera, el diccionario de la RAE puntualiza que la bibliofilia consiste en:

Pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos.

Es decir, que yo por precisamente no tener ningún libro raro, aunque curioso admite un espectro amplio de tipos, no soy bibliófilo. De momento, no me ha dado por desprenderme de miles de euros, aunque se trate de un par de miles, por un libro. Sin embargo, los hay que sí lo hacen (o no) creando una fauna dentro de la bibliofilia que, aunque difícil de identificar para el resto de los mortales, es curiosa conocer:

  • Bibliomaníaco. Para definir a éstos, vamos a volver al diccionario, puesto que los define de una manera adecuada, así la bibliomanía consistiría en la Pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse. Es decir, que éstos no los leerían.
  • Bibliopiratas. Esta tipología de bibliófilos no se conformarían con la compra de libros, sino que adquirirían técnicas y tácticas más ruínes para obtener los libros que tanto desean. Así, los bibliopiratas no dudarían en robar un libro para incorporarlo a su biblioteca particular, ya fuese en librerías o en bibliotecas tanto públicas como privadas.
  • Bibliotafio. Es literalmente, sepulcro de libros, por lo que trasladado a la bibliofilia se trataría del bibliófilo que no permite la consulta de la biblioteca ni muestra sus libros guardándolos con celo.

De todos ellos, el más deleznable seguramente es el bibliomaníaco, aunque los bibliopiratas también tienen algunos puntos negros en nuestra cuenta, tipología a la que Umberto Eco ya dedicó un texto. Desde luego que no pienso, ni puedo realmente, extenderme en este tema, ya que pudiendo disfrutar de un texto de un intelectual, para qué esforzarme en igualarlo. Por lo que único que me queda es dejaros con él para que lo disfrutéis.

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El libro imaginado por Frank Herbert

Nunca he sabido explicar mi pasión por Dune, pero lo cierto es que, desde que a los 14 años descubrí esta novela de ciencia-ficción de Frank Herbert, no ha pasado uno solo en el que no la haya leído al menos una vez (normalmente esta lectura suele ir acompañada de otra en la que releo los pasajes que más me gustan). Quizá porque tengo más tiempo para saborearla, o quizá porque el relato transcurre en un planeta desértico, donde el calor, el agua y la sed rigen la vida y la muerte, me gusta leer esta novela sobre todo en verano. Este año no iba ser la excepción y esta vez, en su lectura, he intentado ver algo más que la historia que narra, he querido descubrir la concepción que Herbert tenía sobre el futuro del libro cuando escribió Dune en 1966.

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El libro en «Las Ciudades Oscuras»

En ocasiones, tengo la impresión de que los bibliotecarios y documentalistas nos sentimos inseguros con nuestra profesión, seguramente por lo menospreciados que han sido siempre los bibliotecarios en nuestra sociedad, y por lo difícil que resulta hacer entender a los demás qué es ser documentalista. Quizá es por eso por lo que nos gusta buscar referentes en el mundo del cine, de la literatura o incluso del cómic, que reflejen cómo somos o, más bien, cómo nos ven.

Catuxa ya nos presentó un interesante artículo sobre "La biblioteca en la narrativa y el cine", y Yavannna insiste en que conozcamos lo último en cuanto a imagen bibliotecaria / documentalista en cómics y juegos de rol. Incluso Marcos no ha podido resistirse a mostrar la visión que Ibáñez tiene de las bibliotecarias: una mujer de mediana edad, desgarbada, con moño y carácter huraño, que espera mucho del nivel cultural de sus usuarios. Y yo no voy a ser menos.

En esta ocasión voy a proponeros la lectura de los cómics que componen la saga "Las ciudades oscuras", ganadora del premio Angoulême a Mejor Serie, y en la que el mundo del libro, de la documentación, y del papel en general, tiene una especial importancia en la trama de muchas de las historias que narra. Esta colección está realizada por el escritor francés Benoît Peeters y por el ilustrador belga François Schuiten, cuyo interés por la literatura, los libros y las bibliotecas puede verse en muchos de sus trabajos.

Peteers, nos relata historias inusuales que transcurren en un universo paralelo tremendamente cercano al nuestro, y fantásticamente ilustrado por Schuiten. En estas ciudades oscuras los avances científicos, que recuerdan al universo de Jules Verne, chocan con una estética modernista, en la que los dirigibles vuelan sobre edificios que podría haber diseñado el arquitecto, también belga, Victor Horta a principios del siglo XX.

En "Brüsel", la primera historia de la serie, podemos ver un archivo administrativo en el que, cuando el sistema informático falla, el último recurso es acudir al viejo archivo en papel, que se muestra caótico y desorganizado, y dónde es imposible encontrar nada. En "La frontera invisible", la última publicada, nos encontramos en esta ocasión frente a un gigantesco complejo cartográfico, en el que también los viejos mapas en papel se convierten en la única fuente fidedigna en un sistema en el que la informatización vuelve a crear el caos.

Pero la obra de esta serie que más puede llamar vuestra atención, ya sólo por el título, es "El archivista", que más que un cómic es un libro de texto donde las ilustraciones sirven para hacer una recapitulación sobre todo el universo de "Las ciudades oscuras". En ella, un archivista destinado a la sección de mitos y leyendas, es el encargado de comprobar la veracidad de la existencia de dichas ciudades, estudiando para ello la numerosa documentación existente, y que poco a poco inunda su pequeño despacho.

Todos estos álbumes, y las ilustraciones que contienen, nos muestran un universo en el que el libro, las bibliotecas y todo lo que esto conlleva, tienen un papel fundamental en una sociedad en la que la tecnología sin control lleva a la destrucción de la sociedad.

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Las bibliotecas invisibles o fantasmas

Recientemente ya hablamos del Necronomicón como uno de los libros más famosos que han sido inventados, literalmente, por un autor y que los bibliotecarios juguetones no pudieron evitar trasladar a sus catálogos. Pero siguiendo lo publicado por la revista Muy Interesante, hoy deseo trasladaros a las verdaderas bibliotecas invisibles, que es el término aceptado en castellano, aunque yo prefiera el término de fantasma puesto que no existen realmente.

Tal como señaló Vanesa, Javier ya nos hizo una pequeña introducción de qué eran exactamente las bibliotecas invisibles y nos ofreció un enlace en el que se recogían libros inventados por los escritores, además de algunos artículos muy interesantes en torno al tema (Invisible Library). La definición que nos aportaba era:

La biblioteca invisible es una colección de libros que sólo aparecen en otros libros. En el catálogo de la biblioteca encontrareis libros imaginarios, pseudobiblias […] y todo tipo de libros no escritos, no leídos, no publicados y no encontrados.

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