Hace ya unos meses que se publicó el libro Borges 2.0: From Text to Virtual Worlds en el que su autora Perla Sassón-Henry trataba de realizar un paralelismo entre los mundos imaginados del libro que tenía Jorge Luis Borges con la concepción actual que se tiene de la Red. De este modo, Sassón-Herny contemplaba una predicción de Internet dentro del relato El libro de arena o la Biblioteca de Babel, mientras que los blogs se encontrarían anticipados en el relato Funes el memorioso. Por supuesto que el estudio no se queda sólo en estos tres relatos y señala, además, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius que conjuntaba las posibles visiones de un futuro digital del texto.
Por supuesto que esta idea se contempla desde cierto escepticismo como algo traído por los pelos o sustentado con alfileres, porque tal como se nos recuerda en Papel en blanco:
Borges sería el espíritu poético de Internet si no fuera por un detalle que Sassón-Henry parece haber pasado por alto: su pesimismo. La biblioteca universal que contiene todo el saber humano es ininteligible, y aquellos que tratan de desencriptarla acaban perdidos y dementes. El Aleph que concentra todos los puntos del universo en uno es falso, una ilusión, un juguete: a la omnisciencia no cabemos aspirar. Borges, el mismo Borges que creía tan poco en el tiempo que de joven ya se conocía de viejo, sabía perfectamente a dónde se dirigía la especie humana. Él ya vivía ahí. Pero lo que nos dejó suena a advertencia, porque es la historia de un fracaso.
Sin embargo, tal y como se nos recuerda recientemente en un artículo publicado en El País, La Red que cayó en el olvido, los historiadores están recuperando como primer visionario de la idea de una Red para la gestión de la información y el conocimiento a Paul Otlet considerado como el padre de la Documentación moderna. De este modo, Otlet en 1934 concibió la idea de un mundo interconectado en el que «cualquier persona desde su sillón será capaz de contemplar el conjunto de la creación».
En 1895, Otlet comenzó su tarea, junto a Henri La Fontaine, de intentar crear una bibliografía maestra (Mundaneum) que recogiera todo el conocimiento publicado del mundo. Los dos hombres se pusieron a coleccionar datos sobre todos los libros que se habían publicado en la historia, junto con una inmensa colección de artículos de revistas y periódicos, fotografías, carteles y todo tipo de objetos impresos coleccionables. De este modo, de una forma completamente analógica y utilizando fichas, empezaron a crear una inmensa base de datos en papel que contuvo en su momento de apogeo unos 12 millones de registros.
Sin embargo, a medida que el proyecto avanzaba, Otlet se percató de que el Mundaneum se comenzaba a ahogar debido al volumen excesivo de papel, por lo que concibió que fuesen las máquinas las que se encargasen de la sobrecarga de información proponiendo la eliminación del papel en sí. Así pues, comenzó a escribir sobre esa posibilidad de almacenamiento electrónico detallando sus ideas en su libro Monde (1934) donde explicaba su visión de un «cerebro mecánico y colectivo» que acogería toda la información del mundo, accesible rápidamente a través de una red global de telecomunicaciones.