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Categoría: Biblioteconomía

«La Prensa sin Gutenberg. El periodismo en la era digital» de Jean François Fogel y Bruno Patiño

La prensa sin GutenbergNo cabe ya la menor duda que una de las mayores industrias que van a sufrir, y lo están haciendo, los efectos de un mundo interconectado son los medios de comunicación. Las razones son principalmente dos, a saber, la primera es que la información es ubicua en la Red, cualquiera puede convertirse en emisor de informaciones, puede publicarlas y casi publicitarlas a un coste casi irrisorio; y segundo el punto crítico que la Sociedad está adoptando hacia los grandes medios que se convierten en corporaciones impermeables a las necesidades sociales y la imagen que transmiten de cada vez más dependientes a los poderes políticos y económicos.

Jean François Fogel y Bruno Patiño son periodistas que han contemplado desde primera línea la evolución del periodismo en la Red. Ambos han trabajado en puestos de responsabilidad como asesores dentro del diario francés Le Monde desde el año 2000 y han vivido los distintos estadios que los medios de comunicación impresos han ido desarrollando en la Red, desde la creación de su edición electrónica basada en el volcado de los contenidos del diario papel hasta la nueva ola participativa denominado como Periodismo 3.0. En este libro, se nos ofrece, por tanto, una mirada analítica del fenómeno Internet, su impacto y de la necesidad de crear un nuevo periodismo fundamentándose en los nuevos códigos que se desarrollan en ella.

Uno de los ejemplos de la necesidad de adaptar el lenguaje y las formas de la Web se nos ofrece el ejemplo de los inicios de la Televisión. Este medio tuvo que desarrollar su propio lenguaje y savoir-faire como quedó demostrado cuando comenzó a popularizarse en los años 50 del siglo pasado. En aquella época, muchos periodistas radiofónicos comenzaron a trabajar en ella sin excesivo éxito, lo que condujo a la conclusión de que no se puede hacer radio en televisión, así como no se puede hacer un periodismo tradicional dentro Internet.

No nos llevemos a engaño, éste es un libro dedicado a la Prensa, aunque se dan ciertas puntadas al resto de medios, y se centran en ella. Desde la experiencia de los autores, se nos retrata el cambio de la Sociedad en la Red, todos conectados, todos aportando contenidos, convirtiéndose en emisores, con voz propia. Se sitúa a los medios de comunicación dentro de un ámbito donde la cabecera, la marca, no es suficiente para garantizar la audiencia utilizando el subtítulo de la película Alien: "En el espacio, nadie puede oír tus gritos". En el ciberespacio, todas las voces son similares, no distinguiendo las unas de las otras, la audiencia no está garantizada a no ser que tengas algo que decir.

Obviamente, se trata la problemática del modelo de negocio a la que la Prensa se enfrentó durante la transición y que todavía no está claro ni es seguro. El modelo de gratuidad de todos los contenidos, el modelo cerrado (Mediante suscripción) o el modelo mixto (Algunos contenidos gratuitos, otros de pago). Además de añadir, nuevos temores que plantean los nuevos actores todo poderosos en la Red como Google, ya analizados en Googlezon, una ficción que no es descartable y bastante posible en un futuro no tan lejano; son los nuevos quebraderos de cabeza para los responsables de las ediciones digitales de los medios de comunicación impresos.

La Prensa sin Gutenberg [ISBN: 978-84-663-1975-1] es un libro ameno que realiza una revisión de antecedentes sobre lo sucedido a la prensa ante la aparición de nuevos medios y modelos comunicativos, que no muestra temor ante lo novedoso y que, de hecho, ofrece una visión sincera y limpia, sin distorsiones, de lo que ha sucedido en la prensa desde la popularización de Internet. Un libro que también reflexiona sobre los retos que se le plantean al nuevo periodismo en la Red, la evolución que éste ha de realizar, sin tratar de convertirse en un oráculo de lo que nos vendrá. Simplemente, nos ofrecen un inventario de lo que hoy en día nos encontramos y hacia dónde nos podríamos mover en un corto plazo.

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Inteligencia Competitiva & Gestión del Conocimiento

La Inteligencia (Competitiva) se ocupa de captar la información estratégica del exterior de la empresa, con un propósito anticipativo. La Gestión del Conocimiento se orienta, sobre todo, a inventariar y organizar los conocimientos acumulados en el pasado de forma que puedan ser compartidos. Ambos enfoques son complementarios por lo que su fusión es inminente.

ESCORSA, Pere; MASPONS, Ramón. De la Vigilancia Tecnológica a la Inteligencia Competitiva. Madrid: Prentice Hall, 2001.

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Las Power Laws de la Bibliometría

En este blog, no vamos a negarlo, no somos expertos en Bibliometría (parte de la cienciometría que aplica métodos matemáticos y estadísticos a toda la literatura de carácter científico y a los autores que la producen, con el objetivo de estudiar y analizar la actividad científica), para eso ya está la troupe de Álvaro Roldán, sin embargo queremos señalaros, como curiosidad nada más, las leyes bibliométricas que reflejan, de nuevo, la existencia de leyes de potencia dentro de esta área de conocimiento. Las leyes de las que vamos a hablar son las leyes de Bradford y la de Lotka, bien conocidas por los bibliómetras pero que pueden pasar desapercibidas para el resto de los bibliotecarios e incluso para los documentalistas.

La ley de Lotka o de la productividad de los autores (1926) afirma que en una determinada especialidad unos pocos autores publican un gran número de artículos mientras que el gran número de autores restantes publica muy poco. Lotka comprobó que el 50% de los trabajos de un área sean publicados por cerca del 10% de los autores totales, un 25% por un 15% de autores y el restante 25% de textos por un 75% de autores.

Mientras que la Ley de Bradford o de dispersión de la literatura científica (1934) exponía que un pequeño número de revista sobre una determinada disciplina reunía la mayor parte de los artículos. De esta manera, una pequeña parte de las publicaciones aunarían la mayor parte del prestigio, concentrando una gran parte de los trabajos más interesantes, mientras que el resto de textos se encontrarían dispersos en publicaciones de diversa índole.

Finalmente, como apunte y cerrar este texto, señalaros  la tercera ley sobre la que se fundamenta la bibliometría es la Ley de Price o del crecimiento exponencial. Según esta ley, el número de publicaciones científicas que hay en el mundo crece de manera exponencial. Dicho crecimiento es tal, que cada 10-15 años la información existente se duplica con un crecimiento exponencial, aunque esto depende en gran medida del área de conocimiento de la que se trate.  Sin embargo, no sólo la literatura científica crece de forma exponencial, sino también lo hace el número de investigadores, por lo que la primera conclusión que obtuvo Price del crecimiento exponencial fue la contemporaneidad de la ciencia. Esto es un porcentaje que nos dice cómo se encuentra la ciencia actual respecto del conjunto de las demás épocas.

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Tecnófilos y tecnófobos en Biblioteconomía

Cada vez más frecuentemente, me encuentro con personas que o bien estudian la carrera de Biblioteconomía y Documentación, o bien conocen a alguien, un hermano/a, un amigo/a; que se está formando en ella. Mi sugerencia durante la conversación, o más bien una de mis preguntas, es si conocen este blog (Sí, el orgullo del bloguer me temo), aunque para ser sincero la mayoría de las ocasiones me contestan negativamente. No me decepciona, me parece sugerente que descubran éste y otros espacios similares si tienen curiosidad, pero lo que me parece grave es que asiduamente, con una frecuencia más de la deseable, se me contesta: "Es que no me/le gustan los ordenadores". A lo que yo respondo: "Ah, tú eres de esos".

Cuando comencé mi carrera universitaria, y por lo visto hoy también podríamos hacerlo, podíamos distinguir dos tipos de estudiantes: Los tecnófobos y los tecnófilos. Si eres del segundo grupo te desvives por el mundo de la tecnología y, por lo visto, esto es cierto ahora y lo era entonces. Para poneros un ejemplo os contaré que por entonces no se ofrecían correos electrónicos desde las universidades  todos los alumnos, al menos en la Universitat de València no lo hacían así, y tenías que solicitar el alta de un correo a través de un departamento. Es decir, tenías que obtener la firma de un responsable para poder disfrutar de una cuenta de correo. Obviamente, algunos llegaban a hacerlo, otros sin embargo nos conformábamos con seguir fuera de Internet (Aunque hoy tenemos hasta 5 cuentas de email) cuando todavía existían servidores Gopher y estos eran moneda corriente en las Universidades.

Se daba la paradoja que mientras unos se dedicaban a rellenar papeles para obtener una cuenta de correo electrónico, otros preferían no acercarse a un ordenador mientras trataban con cabezonería seguir entregando sus trabajos escritos a máquina, considerando que los ordenadores eran para élites, y es que lo eran. En aquella época, los ordenadores eran muy caros. La propia Facultad de Historia, que era donde se nos impartían clases, disponía de una sala de ordenadores muy justa con antiguos Macintosh que fueron a lo largo de tres años cambiados por PCs, aunque el control sobre horarios y usos siempre brilló por su ausencia.

No voy a negar que hubieron siempre los tecnófobos en esta carrera. Singularmente se trata de gente de letras que acudía a la Biblioteconomía como último baluarte del mundo seguro del libro, allí donde la tecnología podía ser prescindible, donde el papel no sería jamás maltratado ni minusvalorado frente a las nuevas corrientes tecnológicas de comunicación. Allí podrían encontrarse seguros, imaginando un mundo cerrado y hermético donde la impermeabilidad y la introspección constituirían un máximo exponente, pero obviamente todos nos equivocábamos.

En 1997, la informática asomaba con fuerza en el mundo bibliotecario. Eran las asignaturas más duras y los profesores que trataban de impartir sus clases a personas que apenas podían concebir lo que era un bit o un baudio. La simple visión de las fórmulas matemáticas les aterrorizaban cuando aparecían en el encerado, provocando suspiros y quejidos que obligaban a los profesores, todos santos por su paciencia, a sonreír a invitar a no asustarse. La fórmula matemática era necesaria para la explicación, pero, se aseveraba, sería la única que aparecería y no saldría en el examen. Alivio en la sala.

Sin embargo, las fórmulas siguen apareciendo año tras año, aumentando su complejidad y cuerpo. Porque la base matemática sigue siendo fundamental para el desarrollo de muchas de las áreas que abarcan el mundo de la Documentación y la Biblioteconomía y han llegado para quedarse. La estadística es la base de la Bibliometría y la Cienciometría, pero también de los estudios de usuarios, las auditorías informativas y de cómo cuadrar las cuentas de un departamento o una biblioteca. La Ciencia debe asomarse constantemente en los planes de estudios en las asignaturas de la Biblioteconomía y los alumnos cargar con ello, puesto que las Matemáticas también rigen su área de conocimiento y son completamente necesarias.

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Once pecados en la Gestión del Conocimiento

  1. No definir suficentemente lo que se entiende por conocimiento o no explicar de forma clara el propósito de la empresa.
  2. Poner énfasis en el almacenamiento de conocimientos en detrimento de su flujo.
  3. Considerar el conocimiento como algo externo a las mentes de los miembros de la organización.
  4. No comprender que el propósito de la Gestión del Conocimiento es conseguir que éste sea compartido.
  5. Prestar poca atención al conocimiento tácito
  6. Separar los conocimientos de su uso.
  7. Menospreciar el pensamiento.
  8. Dar más importancia al pasado y al presente que al futuro.
  9. No dar la suficiente importancia a la experimentación.
  10. Sustituir el contacto humano por el contacto tecnológico.
  11. Intentar desarrollar medidas directas del conocimiento.

FAHEY, L. PRUSAK, L. The eleven deadliest sins of Knowledge Management. California Management Review, Vol.40, Nº 3 1996.

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La biblioteconomía no consiste tan sólo en conservar

Desde la profesionalización de la figura de bibliotecario, los primeros planes de estudio de España datan de principios de los años noventa del siglo pasado, el colectivo de los profesionales de la información se muestra cada vez más receloso ante los nombramientos de los directores de la Biblioteca Nacional. Un cargo muy visible para la sociedad y, por ello, muy goloso para cualquiera con ciertas aspiraciones. Retrospectivamente, este puesto había sido ocupado tradicionalmente por personas ilustradas e ilustres, a saber, filósofos, pensadores y catedráticos de universidades pero también por escritores; sin embargo, la designación de personas con sólo este bagaje es algo que ya comienza a ser fuertemente cuestionado. De hecho, ante la dimisión de Rosa Regàs, los foros dedicados a la biblioteconomía echaron humo sobre la conveniencia de la designación de una persona con un perfil más técnico, acorde con los años que estamos viviendo.

Es de todos bien sabido que el rol del bibliotecario está evolucionando de una forma decisiva en los últimos tiempos, consciente de que tiene que ir un poco más allá que el simple hecho de adquirir, colocar y servir libros u otros materiales. Por lo que es necesario que el nuevo bibliotecario adopte una actitud proactiva ante la sociedad en la que vive para dotarle de un mayor servicio como un punto de acceso a la cultura y la información.

Andrés Trapiello, del que ya hemos recogido algunos textos que encontramos interesantes en esta web, dedicaba en la revista Magazine del pasado 23 de septiembre en un texto titulado Las tres erres una reflexión sobre todo lo sucedido respecto a la dimisión de la anterior directora de la Biblioteca Nacional, en mi opinión sin mucho atino. La visión de una biblioteca del siglo XIX no puede ser aplicado al XXI.

[…] Da igual quién dirija la Biblioteca Nacional, mujer o varón, de izquierdas o de derechas. Los enemigos del libros son tres erres en todo tiempo, de paz o de guerra, y en todo régimen político: robos, ratones y ruidos. La literatura se hace a menudo con ruido, con robos o plagios, con pequeños o grandes monstruos, incluso con rap, pero los libros sólo pueden conservarse con sosiego y cuidados extremos. Lo más progresista en una biblioteca, en un museo, es ser un gran conservador. Todo lo demás, si alguien es mujer, de izquierdas, o tiene diecisiete nietos, sale sobrando, son ganas de hablar y… hacer visible al político […]

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Los directores de la Biblioteca Nacional de España

En el decreto de fundación se establecía que el Director General debía ser el confesor del Rey que delegaba para la dirección de los trabajos en el Bibliotecario Mayor. Así sucede entre 1712 y 1761. Los Directores Generales de este período fueron:

1712-1715 : Pedro Robinet
1715 : Esteban Lecompaseur
1715-1723 : Guillermo Daubenton
1723-1724 : Gabriel Bermúdez
1724 : Juan Morín
1724-1726 : Gabriel Bermúdez
1726-1743 : Guillermo Clarke
1743-1747 : Jaime Antonio Febre
1751 : Francisco Rávago
1755-1761 : Manuel Quintano Bonifaz

Y los Bibliotecarios Mayores fueron:

1712-1714 : Gabriel Álvarez de Toledo
1715-1735 : Juan Ferreras
1735-1751 : Blas Antonio Nasarre y Ferriz
1751-1783 : Juan Manuel de Santander

En 1761, con las Constituciones redactadas por Juan Manuel de Santander, se inicia una nueva etapa en la que el Bibliotecario Mayor ejerce como director de la Biblioteca Real. Los directores de este período fueron:

1783-1794 : Francisco Pérez Bayer
1794-1799 : Pedro Luis Blanco
1799-1800 : Antonio Vargas y Laguna
1800-1808 : Pedro de Silva
1808-1811 : Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón
1811-1812 : Leandro Fernández de Moratín
1812-1813 : Paulino Bonifaz (en ausencia de Moratín)
1813-1814 : Juan Crisóstomo Ramírez Alamanzón
1814-1820 : Juan de Escoiquiz
1820-1833 : Francisco Antonio González
1833-1834 : Diego Clemencín
1834-1840 : Joaquín María Patiño
1840-1843 : Martín de los Heros
1843-1847 : Eugenio Tapia
1847-1854 : Manuel Bretón de los Herreros
1854-1861 : Agustín Durán

En 1856 aparece la figura del Director de la Biblioteca Nacional, así denominada desde 1836, en sustitución de la denominación de Bibliotecario Mayor.

1862-1875 : Juan Eugenio Hartzenbusch
1875-1883 : Cayetano Rosell y López
1884-1898 : Manuel Tamayo y Baus
1898-1912 : Marcelino Menéndez Pelayo
1912-1930 : Francisco Rodríguez Marín
1930-1936 : Miguel Jerónimo Artigas Ferrando
1936-1939 : Tomás Navarro Tomás
1939-1948 : Miguel Jerónimo Artigas Ferrando
1948-1957 : Luis Morales Oliver
1958-1960 : Cesáreo Goicoechea Romano
1961-1967 : Miguel Bordonau Más
1967-1974 : Guillermo Guastavino Gallent
1975-1984 : Hipólito Escolar Sobrino
1986-1990 : Juan Pablo Fusi Aizpurúa
1990-1991 : Alicia Girón García
1991-1994 : Carmen Lacambra Montero
1994-1996 : Carlos Ortega Bayón
1996-2000 : Luis Alberto de Cuenca y Prado
2000-2001 : Jon Juaristi Linacero
2001-2004 : Luis Racionero Grau
2004-2007 : Rosa Regàs Pagès
2007 – 2010: Milagros del Corral Beltrán

El 5 de mayo de 2010, el gobierno de España decide democionar el cargo de Director General de la Biblioteca a Subdirector.

2010 – : Vacante

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