El autor Philip K. Dick es uno de mis últimos descubrimientos y lentamente me estoy haciendo con su biblioteca a la par que se está convirtiendo en uno de mis autores favoritos. Este hecho es curioso, ya que este autor siempre ha estado presente en distintos frentes aunque me había pasado completamente desapercibido hasta ahora. Al igual que yo, seguramente conoceréis una de las obras más famosas de K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que fue llevada al cine por Ridley Scott a principios de los años 80 con el título de Blade Runner y que, por otro lado, es apasionante. Sin embargo, mi primera adquisición de este autor fue la novela Ubik que me sorprendió gratamente al tratar algunos aspectos que se han retomado en el cine de ciencia-ficción actual como Matrix.
No soy especialmente amigo de los cuentos, por lo visto no me es sencillo llegar a tolerar esas historias cortas apenas pinceladas, que sin embargo pueden llegar a poseer más contenido que un libro de un género mayor como la novela. Cuentos Completos I (ISBN:84-450-7538-1) fue mi segunda adquisición de K. Dick y tras avanzar en su lectura os lo recomiendo sin reservas si realmente os gusta el género de la ciencia-ficción. De este libro, extraigo un breve fragmento de texto del cuento La Calavera en la que aparece una bibliotecaria, con las gafas de rigor, pero que por una vez parece dispuesta a brindar ayuda a un usuario.
Este libro que descansa ahora tan amistosa, firmemente en sus manos es fruto de una de esas casualidades que determinan la vida secreta de los libros más que cualquier planificación. El pintor, dibujante e ilustrador Quint Buchholz se encontraba una tarde en nuestro despacho para mostrarnos sus trabajos, que, como sobrecubierta de muchos de nuestros libros, habían facilitado gracias a su imaginación poética el camino hasta el lector. Extendidas las hojas en el suelo, no fue difícil reconocer el motivo que las unía a todas: el propósito de representar el libro -o sus protoformas: el papel, la máquina de escribir, la pluma- justo en el instante en que éste recibe la historia y la transmite. Independientemente de los autores, Quint había dibujado la peripecia del libro, que va por el mundo recogiendo historias, o repartiéndolas, o haciéndolas enmudecer. Con su peculiar estilo, había dibujado una Historia de la Literatura como sucesión de los motivos necesarios para el nacimiento y la supervivencia de la misma. ¿Qué resultaba más adecuado, pues, que recurrir a unos autores, para que escribieran las historias que yacían implícitas en los dibujos de Quint? 