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Mes: mayo 2009

“Multitudes inteligentes. La próxima revolución social” de Howard Rheingold

Aquel que se aproxime a Multitudes Inteligentes va encontrarse durante su lectura con cierto regusto a algo que ya sabe, pero que actualmente se denomina de otra manera. Es decir, en este libro nos encontramos con un autor que  propone hechos, actitudes y tecnologías que actualmente se encuentran muy difundidos y establecidos dentro de la Web, así como nuestra actual estrecha relación con las nuevas tecnologías aplicadas en el día a día. Puede que dé la impresión de que Reinhgold se hubiese equivocado a la hora de utilizar los términos que utilizamos actualmente para designar ciertas actitudes o tecnologías, pero somos nosotros los que erramos, porque ni el autor está desencaminado en su exposición de los hechos ni en su definición, ni el lector se encuentra ante un intento de cambiar lo ya establecido.

Más bien al contrario, nos encontramos frente un libro de prospectiva, un texto editado en 2004 que recopila las tendencias de ese año y nos invita a adentrarnos en aquello que va a ser de hecho común en los próximos meses. Sí, el gato al agua puede que se lo llevase O’Reilly fijando el término Web 2.0 en 2005, pero lo descrito por Rheingold, aunque también la señala, va más allá de la web colaborativa y de las herramientas que se derivarían de ella. De este modo, el autor abre su texto contándonos su fascinación al descubrir un cruce muy específico de Tokio (Shibuya), sorprendido por la actividad frenética de los adolescentes aporreando con los pulgares las teclas de sus móviles, así como las nuevas relaciones sociales que son capaces de establecer utilizando esta herramienta. Por supuesto que no se queda ahí, ya que lentamente se desplaza hacia otra tipología de colaboraciones tanto en el mundo físico como en el virtual, deteniéndose incluso en las Redes Sociales tan populares en los últimos dos años.

El título original del libro Smart Mobs, multitudes inteligentes, hace referencia específicamente a las potencialidades que nos brindan las nuevas tecnologías a la hora de expandir nuestra capacidad de análisis de un problema y aportar una solución. Así, por ejemplo, nos comenta el movimiento de ofrecer conexión a internet gratuita a través de WiFi en las principales ciudades norteamericanas, algo que sería tratado de llevar en España por la inicativa FON, y de forma concreta el hecho que durante los días posteriores al 11-S un movimiento colaborativo permitió que en la isla de Manhattan empresas y particulares pudiesen disponer de una conexión a Internet a pesar de las dificultades técnicas que se estaban encontrando tras el caos producido tras los ataques.

Por supuesto que la mirada hacia el futuro no se queda ahí. Rheihgold también nos hace visitar distintos centros tecnológicos donde se estudian las ropas inteligentes, así como la aplicación e integración de las nuevas tecnologías dentro de nuestras vidas diarias más allá de nuestros comportamientos sociales. Obviamente, esto queda un tanto lejano para su aplicación práctica más inmediata, pero teniendo presente el acierto de lo obvio -la red ubicua, la creación de herramientas colaborativas en la Web- el texto Multitudes Inteligentes puede estar preconizando un futuro no tal lejano.

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Mi encuentro casual con una tertulia literaria

A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, era bastante frecuente que los intelectuales y/o literatos o simplemente los leídos se reuniesen en cafeterías o en las propias residencias de alguno para llevar a cabo lo que se denomina Tertulias. En ellas, de las que son herederas las tertulias radiofónicas actuales, se abordaban numerosos temas tanto políticos, científicos como intelectuales en los que los debates podrían derivar en situaciones más o menos tensas, pero de las que se aprendía a ser tolerante y alimentar el sentido crítico tanto por los demás como por uno mismo.

Siempre me he preguntado cómo se desarrollarían las tertulias literarias de principios de siglo, cómo se comportarían los tertulianos y cuáles serían las normas no escritas de las mismas. Afortunadamente, recientemente la casualidad me permitió presenciar una de ellas y aunque las formas, según mi entender, no fueron las más correctas para distintos participantes, imagino que el fondo era el mismo que entonces aprender y reconocer el esfuerzo del resto de los participantes.

Cuando llegas a una cafetería, lo primero en lo que te fijas es en los huecos (a no ser que alguien te esté esperando) intentando localizar una mesa vacía, sin embargo aquel día me fijé en un nutrido grupo de personas mayores, porque la mediana edad ya estaba más que sobrepasada, que mantenían una cháchara bastante tranquila en un rincón del local. El destino quiso que nos pudiésemos sentar cerca de ellos y mi interés ya despierto me hizo percatarme que no todos se conocían. De hecho, los tertulianos iban llegando, saludándose y presentándose como si algunos no se conociesen. Otra curiosidad es que sólo una mujer se encontraba en la mesa de aquel grupo tan heterogéneo, mientras la camarera tomaba cuenta de los cafés y otras bebidas que el grupo iba a consumir aquella tarde.

Tras una confusión en el pago, diez personas tratando pagar productos que no llegan a los tres euros con billetes al mismo tiempo no es una buena idea, parecía que todos se conjurasen para comenzar la tarea que se habían propuesto aquel día. Así que, mientras se hacía el silencio notas, libretas y bolígrafos, emergían de sus bolsillos dando comienzo a su tertulia particular.

Cruzando conversaciones, trataba de escuchar lo que en la otra mesa se decía, descubriendo que lo que allí se recitaba eran poemas compuestos por los mismos participantes que eran recibidos en silencio y despachados con aplausos. Aplausos que sin duda todos merecían porque si bien la calidad en la entonación y la lectura de los mismos en ocasiones delataban falta de práctica, el esfuerzo de composición y el descaro que había que asumir frente a ese grupo a buen seguro que lo merecían. Por supuesto que mi falta de integración en el grupo, simplemente porque se trataba de una conversación robada, me impedía valorar en su justa medida la calidad de los textos, pero no me cabe la menor duda de que igualmente hubiese bien recibido las composiciones en su mayoría románticas o despechadas por la misma razón.

Sin embargo, no todo fueron buenas maneras y educación en ese grupo. De repente, un hombre entró al local y como una imposición exigió su turno, taconeando mientras uno de los noveles poetas acometía la lectura de uno de los poemas. El resto ante su insistencia le dejó hacer y leyó soberbio como si lo propio fuese mejor que el resto, algo que por desgracia no alcancé a escuchar, abandonando al grupo en cuanto terminó.

No, no acabé la tertulia mientras el humo de los cigarrillos inundaba lentamente la cafetería. Mi falta de educación en ambas mesas era más que evidente, en una por exceso de interés y en otra por la carencia del mismo, así que me disculpé y con urgencia me dispuse a abandonar el lugar consciente de que al final todo esfuerzo tiene su recompensa si alguien es capaz de valorarlo en su justa medida si lo ha compartido.

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La Sociedad de la Ignorancia

[…] La expectativa de una Sociedad del Conocimiento, surgida del desconcierto posmoderno gracias al poder de la tecnología, ha resultado ser en la práctica una Sociedad de la Ignorancia, compuesta por sabios im­potentes, expertos productivos encerrados en sus torres de marfil y masas fascinadas y sumidas en la inmediatez compulsiva de un consumismo alie­nante. Las nuevas formas de comunicación nos permiten ser más eficientes en el dominio de la naturaleza pero como individuos nos están convirtiendo en seres cada vez más ignorantes y más encerrados en las pequeñas esferas que surgen como resultado de las nuevas fuerzas disgregadoras que afec­tan a toda la sociedad. La Sociedad de la Ignorancia es, a fin de cuentas, el estado más avanzado de un sistema capitalista que basa la estabilidad de la sociedad en el progreso, entendido básicamente como crecimiento econó­mico19, pero que una vez satisfechas las necesidades básicas sólo es posible mantener gracias a la existencia de unas masas ahítas, fascinadas y esen­cialmente ignorantes. […]

BREY, Antoni; INNERARITY, Daniel; MAYOS, Gonçal. La Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos. Barcelona: Infonomía, 2009. p.37

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Dementia Novella

Recientemente, os comentaba que iniciaba, posteriormente me percaté de que reiniciaba, la lectura de la novela La Gran Pesquisa de Tom Sharpe. Sin haber finalizado este libro por segunda vez, os puedo comentar que la trama aborda el mundo editorial anglosajón desde un punto de vista completamente irónico, como no podría ser de otra forma teniendo presente este autor, y uno de sus personajes principales, Fresnic un agente literario, en un determinado momento dado define la Dementia Novella o Bibliomanía como la necesidad imperiosa que tiene una persona por ver su trabajo publicado. Por supuesto que Sharpe se medio inventa el término, cruzándolo con la bibliomanía, siendo consciente de que muchos autores que todavía no han publicado sus historias lo único que desean es comprobar cómo su obra es finalmente impresa, aunque obviamente el criterio de los agentes literarios y de las propias editoriales choquen de manera frontal con las aspiraciones de los autores.

La Gran Pesquisa data de mediados de los años 70 del siglo pasado, así que Sharpe puede que hubiese cambiado la trama si escribiese su novela hoy en día. Las nuevas tecnologías favorecen que esa Dementia, si se quiere así, se vea reducida en primer lugar porque existen distintas herramientas de publicación on-line que favorecen una publicación sencilla y barata. Por otro lado, los autores siempre que dispongan un poco de constancia pueden conseguir alcanzar un público que aunque limitado pueda colmar sus necesidades.

También hay que señalar que los propios escritores publicados contemplan esta posibilidad destinada a autores menores o gente sin apenas nada que aportar, una visión un tanto injusta porque al fin y al cabo no todo el mundo puede llegar a ser accesible a un público generalista – incluso el nacimiento de la Web 2.0 y los blogs se la denominó como la “Revolución de los Idiotas”-, sin embargo los propios editores buscan llenar su fondo con títulos que a pesar de que vendan poco puedan aportar calidad a su catálogo.

Me gustaría saber cuál es la opinión de los escritores sobre la autoedición, ahora tan sencilla a través de la Web a través de Lulu o Bubok, cuando una persona disponiendo de un simple editor de textos (dejemos a un lado el software de maquetación QuarkXpress o Indesign) y un poco de paciencia puede maquetar su obra y poder contemplarla en papel, repartirla entre sus allegados, si se quiere, o incluso simplemente darse una satisfacción tras un “pequeño” esfuerzo del que se siente orgulloso.

Son muchos los aprendices de escritor que se enfrentan día a día a la hoja en blanco digital o rellenan sus libretas y toman apuntes constantemente cuando la musa los visita; muchos los que aspiran al sí quiero de sus editores, pero como todo son muy pocos los escritores que conseguirán subsistir con su creaciones. Sin embargo, el negocio del aprendizaje narrativo subsiste, al igual que nos encontramos escritores noveles a cada rincón, también podemos hallar cursos y libros que se publican para favorecer la búsqueda de las mejores técnicas de redacción. De hecho, los propios escritores tratan de ayudar a los aprendices dándoles consejos o explicando sus técnicas, Juan José Millás los retaba cada semana en el programa La Ventana en la Cadena Ser proponiendo la composición de cuentos; publicando libros sobre su técnica, Stephen King es uno de los escritores que conozco que más lo hace; o simplemente los libros sin finalizar nos dan muchas pistas de la composición literaria, El Último Magnate de F. Scott Fitzgerald es un buen ejemplo de ello.

Dementia Novella? Puede ser que sí, pero al igual que la novela murió desde hace años, la necesidad de comunicar e imaginar del ser humano no se ha reducido ni un ápice a lo largo de la historia. Soñar es gratis y escribir, de momento, también.

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Los libros perdidos de mis estanterías

Ayer terminé de leer un libro de aquellos que mis compañeras de trabajo sólo creerían que podría habérmelo comprado yo. Pero no os preocupéis sobre esta incógnita porque tiene merecida una reseña y en breve me dispondré a redactarla, por lo que el misterio durará bien poco. El hecho es que en mi intento de sortear mis lecturas de profesión, si se quiere, con las de placer, que cada vez me tocan menos, me lancé hacia mis estanterías, donde se agrupan en batiburrillo los libros leídos junto aquellos adquiridos que aguardan su suerte.

Sin embargo, en esta ocasión me he percatado de algo que hasta ahora no me había sucedido. Es justo comentaros que hace tiempo que no adquiero libros de forma compulsiva, es decir, no visito una librería ni dejo que mi mirada se pasee por las cubiertas de los libros, casi siempre, de bolsillo expuestos. La economía apremia ahora y también lo hacía entonces, cuando dejé esa costumbre tan sana, de tal modo que el último libro que compré considerando que sería el único en mucho tiempo fue Las uvas de la ira del que ya he dado cuenta. Ahora me percato de que tal vez el futuro me hacía un guiño.

Así pues, al mismo tiempo que he ido apartándome de las lecturas relajadas y del género de la novela, me alejé también de las librerías e inconscientemente de mis estanterías hasta que volví a ellas y parece que dos años hayan resultado dos décadas. Repasando los títulos que atesoran, me he percatado de que muchos de los volúmenes que desfilan sobre ellas son unos desconocidos para mi… O puede ser que no. Es decir, me he encontrado frente a una situación que hasta ahora no había encarado, el momento que no recuerdas si un libro lo has leído ya o simplemente te está esperando a que lo hagas.

Por supuesto que no sucede con todos, algunos sé que ya están leídos, otros que merecerían una segunda lectura, pero ese gran conjunto de páginas de Tom Wolfe, por cierto tengo tres títulos de este autor incluyendo La hoguera de las vanidades, no sé si ya fue leído cierto verano o si fue comenzado y abandonado con la misma rapidez. Porque soy de la condición de los que creen que no hay necesidad de engullir todo lo que redacte un escritor por mucho que los críticos literarios insistan sobre ello.

Finalmente, me he decidido por La gran pesquisa de Tom Sharpe sin saber a ciencia cierta si ya lo leí, aunque las aventuras de Blott soy consciente de que ya las viví. En cualquier caso, esta situación que me da un toque de atención sobre mi madurez, aunque podría haber sido peor. Podría haber comprado un libro que ya había leído, que tenía en casa y que no me gustó. Pero eso lo dejo para, tal vez, dentro de diez años más y puede que para entonces os pueda detallar el título del libro que me compré dos veces.

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“Libros (2)” de Mario Benedetti

Quiero quedarme en medio de los libros
vibrar con Roque Dalton con Vallejo y Quiroga
ser una de sus páginas
la más inolvidable
y desde allí juzgar al pobre mundo
no pretendo que nadie me encuaderne
quiero pensar en rústica
con las pupilas verdes de la memoria franca
en el breviario de la noche en vilo mi abecedario de los sentimientos
sabe posarse en mis queridos nombres
me siento cómodo entre tantas hojas
con adverbios que son revelaciones
sílabas que me piden un socorro
adjetivos que parecen juguetes
quiero quedarme en medio de los libros
en ellos he aprendido a dar mis pasos
a convivir con mañas y soplidos vitales
a comprender lo que crearon otros
y a ser por fin
este poco que soy.

En homenaje a uno de nuestros poetas favoritos.

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¡Que paren las rotativas! ¿Es éste el fin de la prensa?

Cuando descubres que alguien intenta hacer una tira cómica sobre la crisis de los medios de comunicación, te percatas de que la situación es más grave y desesperada de lo que podría parecer. El debate sobre el futuro de la prensa es muy intenso dentro de los medios en estos días, de hecho hay quien asevera que conocía que se podría llegar a esta situación y que se lamenta de no haber hecho nada. Pero mientras los EREs salpican a distintos grupos de comunicación, la crisis que se vive hoy en día en las redacciones no puede ser igualada a ninguna a las anteriormente contempladas, provocando cierta rabia e indignación en los profesionales del sector, puede que desnudando poco a poco las miserias del periodismo y descubriéndonos que no todo reluce dentro de ella.

Han sido distintos las voces que advertían a los periodistas que su trabajo iba cayendo en el descrédito dentro de una población cada vez más impregnada de lo que verdaderamente debe ser una sociedad post-industrial. En el libro, We the media de Dan Gillmor trataba de apuntalar las razones del nacimiento de la Web 2.0 y del Social Media basándose en la posición crítica adoptada por una parte de la sociedad frente al descrédito de los grupos mediáticos alumbrando una nueva forma de crear noticias. Finalmente, aquello quedó en aguas de borrajas, no pudiendo trasladar los puntuales casos de éxito a otros países.

En su evolución, los blogs, aquellos sitios web que abordarían aquellos temas que los medios desechaban centrándose en las nanoaudiencias, eran abandonados lentamente por sus impulsores -Jason Calcanis fundador de Weblogs Inc. vendió su compañía y finalmente abandonó la blogosfera en favor del microblogging favoreciendo el anuncio de la desaparición de la blogosfera-, sustituyendo aquellos por nuevas palabras, nuevos conceptos, nuevas formas de hacer negocio en la Web con la participación de sus usuarios.

Hoy en día, los medios de comunicación impresos se enfrentan al dilema del prisionero ante su futuro. Por un lado, son conscientes de que deben permanecer en la Red, mientras que por otro saben que no pueden ofrecer gratis en la web lo que venden en papel. En realidad, todo se reduce a los márgenes de beneficio, la venta de periódicos sufraga el papel, la tinta y la distribución del periódico físico, mientras que la venta de publicidad sostiene el resto; sin embargo actualmente en la Red la publicidad no genera los suficientes ingresos como para mantener toda la infraestructura del medio de comunicación. Las soluciones han sido distintas dependiendo de la situación de cada uno. Algunos han apostado por el papel, mientras que otros simplemente han abandonado el papel en favor de la Web, otros por la convergencia; el éxito de unos u otros se comprobará a medio plazo, no cabe duda.

Google ha sido señalado como el mayor de todos los males por los medios. Según la consideración de los directivos de los medios, el buscador utiliza la información que la prensa genera para la creación de varios productos sin que ellos reciban su correspondiente contrapartida. Hay que señalar que la posición del gigange nunca ha sido desdeñosa respecto a la información digital ni hacia los medios, obviamente, sí lo ha sido respecto al producto en papel.

La información es cara de producir. Una de las acusaciones que se ha lanzado a la Web 2.0 es su falta de información respecto a la opinión. Es cierto, la valoración y los puntos de vista son mayoría en la Web, junto a la republicación de informaciones y distribución de notas de prensa. Puede que haya poco valor añadido en aquello publicado en la Web 2.0, ¿pero no era precisamente eso lo que hacían los medios impresos gratuitos? ¿Publicar fundamentalmente aquello distribuido por las agencias de prensa?

En cualquier caso, a pesar de que la competencia esté a un clic, la marca, la cabecera, se mantiene como punto de referencia para el lector. La creación de comunidades gracias a la Web 2.0 y tomar partido de otras sinergias como informaciones que los periodistas del medio no cubren es un buen punto de partida. Pero hay que tener en cuenta que en la Web, al contrario de lo que sucede en el mundo físico, todo es medible. El comportamiento del usuario, qué páginas se leen, su segmentación, qué publicidad ha funcionado, cuál no, qué posición dentro de la página atrae más la atención, etc. Dicen que en la web no vemos la publicidad, la eliminamos inconscientemente, ¿a caso no sucede también a la hora de leer el periódico impreso? Las agencias de publicidad lo saben y pueden exigir resultados y, por lo tanto, las tasas de conversión ser más reducidas en el mundo digital. Por otra parte, la mayoría del pastel publicitario se lo ha llevado otro, creando una infraestructura y tecnología formidable y que trató de saltar al mundo analógico, para después abandonarlo en tiempos de crisis.

Es difícil que los medios dejen de considerar la idea de cobrar por sus contenidos, llevan 200 años haciéndolo, y buscarán la manera de conseguirlo aunque se trate de otro tipo de soportes (Kindle o Adobe Air). Pero, de lo que no cabe duda, es que son éstas tierras muy complicadas y algunos ya lo intentaron antes, descubriendo su fracaso y desdiciéndose en el camino, sin embargo este bache económico será sobrepasado y serán aquellos los que hayan encontrado la forma de financiarse sin pasar por la caja de Google, los que apuesten por las nuevas ideas y la innovación, que sepan gestionar su producto dentro de un mercado terriblemente competitivo, además de mantener sus audiencias y su impacto dentro de la sociedad los que sobrevivirán. No, los periodistas no desaparecerán, ni sus empresas editoras, ni los medios sólo el soporte a la hora de transmitir el mensaje.

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