Según me voy adentrando dentro del universo Facebook, más me parece un caos completo, relleno de notas lanzadas al azar sin ton ni son, de fotografías de personas que no conozco, mientras que me encuentro con otras cosas que no debería hallar o que me localizan sin que yo lo haya deseado.
Porque no podemos sustraernos a ser cazados dentro de esta Red Social, condenados a descubrirnos en nuestros deslices, por los errores de otros o, más torpemente, de los nuestros. Hay personas que huyen de añadir a su Facebook a sus hermanos o hermanas, como si ese acto consciente evitase lo inevitable, que agregando a sus primos o amigos comunes, tiendan un puente para que el hermano negado descubra la atareada vida social que su hermano trata de ocultar.
Y qué decir de aquel conocido del que no queremos profundizar en su vida, huyendo de él como de la peste ante su antipatía, o los viejos amigos que dejaron de serlo por nuestro azaroso destino y que siguen conectados a nosotros por un pequeño enlace a otro amigo de toda la vida. Por supuesto que un capítulo aparte merecerían nuestras compañeras sentimentales, unidos a nosotros y a nuestras vidas (o viceversa) por el hilo fino de esta web que nos condena a cargar con nuestro pasado como si fuésemos Sísifo, cuando anteriormente «pasar página» era tarea de unos cuentos días sin saber los unos de los otros.
Somos emperadores desnudos, inconscientes en la mayoría de los casos, que ejercemos un lento striptease emocional y personal, haciéndonos fans de actores, series, películas, personajes, músicos, artistas, instituciones, diarios, páginas webs, fenómenos y «fenomenas» a los que invitamos a otros a unirse con la mera publicación en nuestro perfil. Al fin y al cabo, todo es un engaño porque no tiene más valor declararse fan de Supercoco que de Mafalda, de El Padrino, o el más escatológico Tony Montana «Scarface», que de House M.D. Todas nuestras aficiones centralizadas en un mismo sitio web, expuestos quizá al escrutinio y reprobación de nuestros amigos, familiares y conocidos; declarándonos culpables sin quererlo o aparentando justo lo que no somos conscientemente.
Pero Facebook, cual Ariadna, va tejiendo nuestras redes, condenándonos a nuestros comentarios sobre el trabajo y nuestras aficiones, declarándonos «allí estuve yo e hice esto», como si nuestra vida expuesta fuese una necesidad en esta Web 2.0, ya que en la Internet ubicua, la transparencia personal, más allá de la empresarial, fuese más una obligación que una necesidad. Sin embargo, caemos en nuestra propia trampa, impulsados por nuestra necesidad de estar comunicados, unidos en comunidad con nuestras amistades y amigos, sintiéndonos una parte de algo como si nuestro perfil fuese nuestra vida y nuestra actividad dentro de él parte de nuestras relaciones sociales construidas como si un castillo de naipes se tratase, destinados a sucumbir sobre su propio peso.
A pesar de todo, esta Red Social creada por universitarios, construida como un tablón de comunicaciones personal hacia el mundo, también persigue otros fines como es el confundirnos para que utilicemos justo lo que ella desea. Es su fin e idiosincrasia después de todo, la rentabilización de su uso más allá del músculo del tráfico que le generamos y el ofrecerle nuestras vidas a cambio de muy poco. Las aplicaciones acceden a nuestros datos personales, Facebook se reserva el derecho de uso de nuestras fotografías y vídeos, mientras nosotros lo deseamos tratando de alcanzar Eldorado de una nueva interacción social más expansiva o al menos graciosa. Al mismo tiempo, se nos invita a realizar un test sobre algo, tal vez nuestra inteligencia, y acabamos fuera de esta Red Social rellenando casillas hasta percatarnos que el test estaba en el extrarradio y que nos hemos desplazado a un sitio web que pagó a Facebook para engañarnos.
Sin embargo, los confundidos somos nosotros, expuestos e inocentes; aceptando la corriente de la cual no podemos huir pero en la que tal vez no debiésemos estar. Deconstruyendo nuestras vidas para encajarlas dentro del universo Facebook construido bajo el caos más absoluto que extrae nuestra información para ir completando nuestro perfil siendo ofrecido a técnicos de marketing. Tal vez seamos unos insensatos, ovejas en un rebaño que nos arrastra, para simplemente tratar de sacarnos los cuartos o, al menos, dejarnos comprometidos en un aprieto.
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