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Categoría: Homo Digitalis

Confesiones de un Homo Digitalis

¿Es la Gig Economy realmente una revolución?

Gig Economy

ACLARACIÓN: El término anglosajón Gig corresponde al castellano a concierto o actuación y proviene de la música Jazz. Posiblemente, la palabra más adecuada en España sería bolo que tiene una connotación de una actuación breve y única, que seguramente no tendrá una continuidad larga.

Por lo tanto, el término Gig Economy se refiere, en contraposición a la Sharing Economy, a algo que se hace o se presta con el objetivo de obtener un rédito evaluando a los trabajadores dependiendo de lo que saben, han hecho previamente o poseen.

En la economía, siempre han habido trabajos regulares e irregulares, entendiendo en este caso por irregulares como “esporádicos.” La necesidad de ganarse un dinero extra para compensar o completar un trabajo más extenso ha sido una constante en diversas situaciones. Sin embargo, la posibilidad de conectar la oferta (trabajadores) con la demanda (empleadores) nunca había sido tan sencilla gracias a la tecnología. Además, ya no es necesario negociar el precio a la hora de obtener un trabajo si no se desea, simplemente se ajusta la transacción económica publicándola y basándose la reputación la ponen tus anteriores clientes. Un libre mercado perfecto si se quiere. Es ahí donde se encuentran los intermediarios (empresas basadas en la web o en aplicaciones móviles) que son las grandes impulsoras de lo que se ha venido a llamar la Gig Economy.

Por supuesto que hay distintos trabajos que pueden ser más fácilmente asimilados por estas nuevas empresas nacidas en base a la movilidad. Por ejemplo, trabajos de alta cualificación (programadores, ingenieros, consultores, periodistas, diseñadores, maquetadores, etc.) que siempre se han movido en base a encargos junto a otros de menor cualificación (conductores, limpiadores, cuidadores, etc.). En el primer grupo, se ha encuadrado a los nómadas digitales, aquellos que aparentemente no desean trabajar en sólo un trabajo para una sola empresa, mientras que en el otro simplemente son personas que desean rellenar otros trabajos con ello.

En un principio, la Gig Economy podría sonar bien. Un trabajador es más libre, no está atado a un solo empleador y es el trabajo perfecto para aquellos trabajadores de mejores perfiles y mejor preparados. Mientras, el resto de trabajadores deberían decidirse por incorporarse a alguna plantilla de una empresa. Además, los riesgos para aquellos que deciden ir por su cuenta están ahí por lo que debería remunerarseles mejor.

Desde luego que ser empleado te aporta ciertas ventajas como unas vacaciones pagadas, seguridad social, protección frente al desempleo, además de que es más difícil que seas despedido. Pero, como contrapartida, aquellos que trabajan como autoempleados tienen menos seguridades, pero son más independientes y tienen la posibilidad de ganar más dinero (a pesar de que la probabilidad de que sufras un impago sea más alta). Por otro lado, en un mundo tecnificado dispones la oportunidad de ser más adaptable, de poder tratar con distinta gente y tener relaciones laborales con distintos empleadores. Por lo que al fin y al cabo es una experiencia más rica.

Las expectativas respecto a este nuevo modelo económico son muy altas. Una de las empresas más famosas de esa nueva economía es Uber que con 160.000 socios-conductores, que es como los denomina, y sin apenas infraestructura tiene una capitalización bursátil de 40 millardos de dólares. Comparativamente, en el otro extremo podríamos situar a General Motors, con una capacidad productiva de 2,5 millones de automóviles al trimestre y con 216000 trabajadores directos con una capitalización bursátil de 50 millardos de dólares.

Pero, ¿deberían ser los conductores de Uber ser considerados como autoempleados o como trabajadores? Desde luego que hay una larga tradición de empresas que han intentado hacer pasar a trabajadores regulares como contratistas o autoempleados – En España, de todos es bien conocida la figura del falso autónomo -. Sin embargo, una serie de denuncias ha puesto en la picota la definición y la consideración que tiene Uber de sus socios-conductores de si realmente son empleados suyos o no lo son. De momento, la empresa californiana ha sufrido un revés al dictar un juez que realmente lo son, por lo que Uber debería hacerse cargo de sus derechos laborales.

Sin embargo, este tipo de compañías aducen que su modelo de negocio es demasiado nuevo y que sus conductores no quieren ser tratados como trabajadores. Sin embargo, este argumento no es la primera vez que se acude a él, ya que Google declaró lo mismo cuando se le acusó de tratar información de sus usuarios para sus propios fines o cuando Napster afirmó que no podía responsabilizarse de los contenidos que subían sus usuarios. Desde luego que las leyes deberían adaptarse a estos modelos de negocios pero no a costa de dejar sin protección ni a sus trabajadores ni a los usuarios de su servicio, ni mucho menos queriendo competir en desigualdad de condiciones con otras empresas ya establecidas saltándose reglamentaciones de seguridad básicas. Esto sin entrar en la consideración si realmente la remuneración de un trabajador llega para mantener su nivel de ingresos, porque Uber ya ha sufrido sus primeras manifestaciones laborales por cambiar su política de precios sin previo aviso.

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Encadenados a la distracción

Distracciones

Hace unos meses ya describí mi ataque nomofóbico cuando acabé sin teléfono móvil durante unos días tras un accidente. Los anglosajones parecen encantados a la hora de acuñar nuevos términos y hace unas semanas resurgía en los medios de comunicación españoles el término phubbing. Este término se refiere al hecho de ignorar el entorno al prestar más atención a lo que está pasando en el móvil, smartphone u ordenador. El término fue acuñado en 2007 por Alex Heigh y en aquel momento no había tantos smartphones como hoy en día, pero no era infrecuente darse un paseo por las cafeterías universitarias y descubrir que la combinación del ordenador portátil junto al WiFi había destrozado muchas de las charlas alrededor de un café o una cerveza. Ahora, me pregunto si mi ataque nomofóbico de hace un año se debía al miedo a ser ignorado por mis semejantes o por mi imposibilidad de poderles devolver la jugada o por mi incapacidad de poder reclamar su atención.

Más allá de la preocupación de que todos acabemos con dolor de cuello o con una luxación por esa mala costumbre que tenemos de inclinar un poco la cabeza a la hora de consultar nuestros terminales móviles – creo que cuando los metros eran las mayores bibliotecas del mundo no corría esa preocupación -, no es excesivamente difícil situarse en un andén y comprobar que buena parte de los viajeros están consultando sus terminales mientras esperan al tren o cuando ya se encuentran confortablemente sentados en un vagón. Aunque el uso del teléfono móvil durante los tiempos muertos en los viajes no debería ser excesivamente grave, salvo por el hecho de que los viajes en tren nunca fueron tan silenciosos como hoy en día, la táctica de que rellenar los tiempos muertos pueda acabar trasladándose a otros ámbitos puede llegar a ser más preocupante si se da en las reuniones sociales. De hecho, no es difícil encontrarse parejas en cafeterías, mientras se ignoran el uno al otro, embebidos en el mundo que se desarrolla dentro de sus dispositivos móviles.

Parecemos prisioneros de nuestras distracciones, como si hubiésemos perdido nuestra capacidad de concentrarnos en lo que nos rodea. Procastrinamos nuestra realidad del día al día, procastrinamos nuestras relaciones sociales. Parece que es mucho mejor escribir un mensaje y un emoticono que mirarse a los ojos. Los teléfonos móviles nos permiten llevar Internet en nuestros bolsillos y nos encontramos permanentemente conectados con el mundo virtual, pero cada vez más desconectados del real.

Pero no es que nos evadamos de nuestras responsabilidades sociales, nuestro cerebro nos engaña permanentemente en su búsqueda de estímulos y recompensas. Al contrario de lo que podamos creer y desgraciadamente, no somos realmente seres multitarea. La calidad de lo que estamos haciendo desciende según intentamos ocuparnos de dos frentes (una conversación o enviar un mensaje de texto simultáneamente sin ir más lejos) y nos causa más agotamiento que otra cosa. Sí, desde luego que el cerebro es rápido a la hora de cambiar de tarea, pero no es capaz de hacer dos cosas a la vez. Al final, elegimos una tarea placentera a corto plazo por encima de lo que nos dará satisfacción a largo plazo. Sin embargo, parece que estemos encaminados a utilizar la técnica Pomodoro incluso en nuestras relaciones sociales, como si debiésemos educarnos y aprender a concentrarnos con otro tipo de estímulos y tener una recompensa por ello. Nos convertiremos en perros de Pavlov encadenados a los estímulos de la tecnología.

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Uber, la competencia pura y perfecta se sitúa en el mundo real

uberizacionHace unos años, recogíamos que en Internet se daban las condiciones para que se produjese la competencia pura y perfecta. Esta afirmación se centraba en los medios de comunicación y la facilidad a la hora de publicar un sitio web, el bajo coste de su mantenimiento y la sencillez a la hora de acceder a la competencia. ¿Es posible que esa competencia pura y perfecta se esté trasladando más allá de la información hacia el sector servicios? ¿Es la uberización de la industria la demostración de la hipótesis teórica de Leon Walras?

Sharing economy

Los sistemas de intercambio de bienes y servicios entre particulares han encontrado en Internet la vía para su crecimiento, ya que facilitan las conexiones entre iguales que desean compartir sus posesiones. Haciendo que el compartir sea mucho más sencillo.

El crecimiento de la “economía de la colaboración” podría llegar a suponer una amenaza a distintas industrias ya establecidas. Por lo que las empresas deberían entender y posicionarse dentro de ese marco competitivo, adaptándose y obteniendo nuevas fuentes de ingresos.

Existe una tendencia en la que los consumidores en vez de comprar y poseer productos, están cada vez más interesados en alquilarlos y compartirlos. La filosofía o el modo de vida que se encuentra detrás de la economía colaborativa es el ahorro de recursos creando un modo más eficiente y responsable de consumo. Esto es lo que se ha denominado como consumo colaborativo y las empresas tratan de desarrollar nuevos productos servicios centrándose en esa tendencia.

Los tipos de economía colaborativa pueden ser divididos en tres grupos, según Rachel Botsman y Roo Rogers. El primero de los grupos se fundamenta en los sistemas de producto o servicios que permite a los miembros que pertenecen a él compartir distintos productos que pertenecen a empresas o personas privadas. La segunda tipología se centra en mercados redistribuidos que permite que varios miembros puedan ser copartícipes de la propiedad de un bien. El tercero de ellos son los estilos de vida colaborativos en los que se comparten bienes no tangibles como el tiempo, los conocimientos o espacio y se encuentran apoyados por plataformas tecnológicas.

Existen seis maneras en las que las empresas pueden responder ante el aumento de la economía colaborativa:

  1. Promocionando el uso de un producto más que su posesión.
  2. Apoyando a los usuarios que deseen revender sus productos.
  3. Explotando los recursos y las capacidades infrautilizadas.
  4. Ofertando servicios de mantenimiento y reparación.
  5. Usando el consumo colaborativo para atraer a nuevos clientes.
  6. Desarrollando nuevos modelos de negocio basados en el consumo colaborativo.

Uber, la paradoja de la economía de la colaboración

Uber Inc. es una empresa californiana que desarrolla, gestiona y opera aplicaciones móviles para la gestión de redes de transporte. Básicamente lo que facilita es que un usuario que dispone de un coche particular pueda transportar a otro que no lo tiene en un punto geográfico concreto desde un punto A al B gracias a una transacción económica. Uber no vende tecnología, oferta un servicio basado en tecnología estableciendo una red de transporte propia, lo que corrobora la tendencia de que el software se está revolucionando al mundo. Cada vez más empresas se basan en el software para ofertar sus servicios online, desde películas, a la agricultura a la defensa nacional. En Estados Unidos, muchas empresas de Silicon Valley están provocando disrupciones en cada vez más sectores industriales.

Uber es un mero intermediario haciendo que la demanda y la oferta de transportes urbanos se conecten. Sin embargo, la irrupción de Uber en el sector del transporte no ha estado exenta de polémica siendo los taxistas los mayores damnificados por la aparición de esta plataforma además de otras. Pero, introducirse en un mercado altamente regulado como el del transporte, tratando de ajustar precios y sin someterse a las mismas reglas de mercado y tributarias que el sector tradicional del taxi, ha significado para Uber ser prohibido en distintos países y tener que pleitear en distintos tribunales para que se les permitan operar.

Uber gestiona una red de transporte, sin embargo las barreras de entrada son bajas y la competencia bien puede arrancarle su fuerza de trabajo (trabajadores). De hecho, en EEUU, algunos conductores trabajan indistintamente con Lyft y Uber, por lo que estas empresas se diferencian únicamente en la extensión de la Red, la imagen de marca y el margen que obtienen con una u otra plataforma. Asimismo, los conductores uberizados no suelen dedicarse a tiempo completo al transporte de personas, si no es una manera de ganarse un extrasalarial.

Tal vez por ello, Uber también ha demostrado un lado oscuro más allá de los beneficios a la hora de mejorar la oferta de transporte urbano. En Estados Unidos, se considera que Uber funciona bastante bien, la aplicación no tiene bugs, los coches que ofrecen el servicio se encuentran limpios, los conductores son educados y llegan con relativa rapidez, sin embargo su comportamiento corporativo no ha sido tan limpio:

  • Coacciones a los conductores para que se incluyesen dentro del servicio low cost UberX que es menos rentable para ellos.
  • No ser sincero respecto a los beneficios económicos que se obtienen al conducir para ellos.
  • Extender rumores sobre la competencia cuando está en búsqueda de financiación (Lyft). Puede que la práctica sea común en EEUU, pero no se la considera ética.
  • Fijación de precios predatorias en las horas pico. En Nueva York, distintos conductores de UberX protestaron por la agresiva política de precios que hacía que los trayectos fuesen más baratos que los taxis, pero a costa del margen de los conductores.
  • No comprobar los antecedentes de sus conductores con la suficiente diligencia.
  • Ser poco permeable a las críticas. Un alto cargo sugirió la investigación y la publicación de la vida de los periodistas que los criticasen.

La Uberización de la economía

Uber es un ejemplo de la traslación del mundo interconectado de Internet con el mundo físico. Así como los medios tuvieron que enfrentarse a esa competencia pura y perfecta, cada vez más sectores se enfrentan a ese hecho. Uber es uno, aunque otras empresas como Airbnb también tienen que lidiar con la legislación y los grandes operadores ya establecidos en el sector.

Cuando sólo se necesitan plataformas para conectar oferta y demanda, cualquier actor puede introducirse en el mercado usando los terminales móviles. Amazon Home Services es uno de los ejemplos más significativos. Ofertado en 41 estados de EEUU, Amazon ofrece la opción de contratar un fontanero, un jardinero, un electricista, un limpiador o un profesor de refuerzo para los niños, de actividad extraescolar como guitarra o incluso profesor de gimnasio.

La uberización económica, término acuñado por Nassim Nicholas Taleb, supondrá la gradual desaparición de los tradicionales puestos de trabajo en tareas que serán asignadas a personas justo cuando sean necesitadas con salarios que se establecerán dependiendo de la oferta y la demanda, con el rendimiento de los trabajadores constantemente medidos, revisados y sometidos a la satisfacción del cliente final.

Todo será susceptible de ser uberizado. La cuestión será si se hace con la suficiente seguridad y en beneficio público y social. El mercado laboral, las relaciones entre oferta y demanda de empleo, entre empresario y trabajador se transformarán en algo completamente diferente en el que más formado o el que disponga de mayores recursos podrá trabajar.

Una imagen que no se aleja en exceso a esas camionetas que de madrugada se acercan a un punto determinado de las ciudades y que recogen a los temporeros dependiendo de su aspecto físico y salud para trabajar en el campo. La desintermediación y deshumanización de la fuerza laboral del siglo XIX en el XXI.

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El RSS ha muerto… ¿Lo podemos enterrar ya?

Son las 7.30 de la mañana. Mientras espero en la parada del Metro, me uno al ritual de los pasajeros que aguardan la llegada del próximo tren. Deberíamos llamarnos “los cabizbajos”, la inmesa mayoría tenemos la mirada clavada en el teléfono móvil. Absortos, ajenos a lo que pasa alrededor.

Es posible que mis próximos compañeros de viaje no sigan ni de lejos mi dieta informativa, más preocupados por otros menesteres seguramente más interesantes como Whatsapps y Facebooks. Personalmente, primero, me dirijo al diario El País, posteriormente a mi lector de RSS –Feedly tras la muerte de Google Reader- y posteriormente me paseo por Twitter.

Al RSS se le ha matado tantas veces que parece destinado a desaparecer sólo por insistencia. Desde el anuncio de cierre de Bloglines en 2010, aunque al final no sucedió y fue rescatado in extremis, ya se preconizaba la muerte de ese sistema de difusión de la información. Han pasado cuatro años y las hecatombes sobre el RSS se han ido sucediendo. Desde el abandono del sistema publicitario de Feedburner por parte de Google (en realidad una lenta agonía puesto que no recibe una actualización desde hace años), la ocultación que hace Twitter de sus RSS, el ya comentado cierre de Google Reader que supuso todo un terremoto dentro de la Web y el surgimiento de otras alternativas como Feedly que han tratado con relativo éxito y algún que otro problema rellenar el hueco dejado por Google.

Pero no nos dejemos engañar. Al RSS cada vez le amartillan más clavos en el ataúd. Los propios sitios web más interesados en las visitas que en la influencia que puedan llegar a tener -¡ay!, las métricas- y Google que lentamente va cerrando puertas a su entorno vallado, por ejemplo en YouTube, (lo que es lícito claro). Admitámoslo, el RSS está destinado a las élites, a los profesionales que se encargan muy mucho de escoger lo que leen y cuándo lo leen. Desgraciadamente, nadie va a gastar recursos para un puñado de personas que saben lo que quieren y cuándo lo quieren, sin interferencias.

Habrá gente que asegura que cada vez acude menos a su lector de feeds, que prefiere otras vías de comunicación como Twitter o Facebook. Por supuesto, claro que sí. Es la manera de no sentirse culpable por no poder leerlo todo, de no sentirse infoxicado ante tal cantidad de información o simplemente porque se ahorra una preocupación menos. Twitter es más inmediato, más rápido, más social y más sencillo. Pero no es eso. No es lo que buscamos. No queremos dejar ser informados al azar, queremos saber y sólo pudiendo elegir las fuentes de información, filtrando esa información (ahora lo llaman curación) y también compartiéndola

Si vamos a matar al RSS hagámoslo, pero que parezca un accidente. Seguramente más de uno llorará por él.

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De iPhone a un Android de gama media-baja… No importa

iphone-money

Apple está preocupada porque las ventas del iPhone se encuentran estancadas. Mientras comienzan los rumores sobre el tamaño de la pantalla, el grosor del terminal y el hardware del que dispondrá en nuevo iPhone 6; desde la compañía de Cupertino afirman que sus competidores han mejorado el hardware de sus dispositivos y el ecosistema de sus aplicaciones lo que ha laminado la ventaja competitiva de Apple. Además, consideran que los terminales de bajo coste pero con buenas especificaciones también les están arañando cuota de mercado frente a sus terminales baratos como el iPhone 4s.

Hace dos años y medio yo poseía un iPhone 4s. He hablado con muchos usuarios medios y lo consideraban como “lo mejor”, sin duda repeterían. Aunque algunos han tenido que acudir a la segunda mano para poder permitirse uno. En mi caso, tras dos años de uso intensivo, comencé a sentir que el smartphone comenzaba a quedárseme pequeño y desfasado.

A finales del verano pasado, Apple estaba a punto de anunciar el nuevo iPhone 5s, mientras que se rumoreaba insistentemente sobre un nuevo iPhone barato, así que decidí esperar un poco hasta comprobar cuál era nuevo terminal de Apple. Sin embargo, un hecho se cruzó en mi camino antes de la presentación de la compañía de la manzana. Google rebajó el precio de sus Nexus 4 ante la inminencia de la salida del Nexus 5. No me lo pensé y adquirir uno como posible reemplazo de mi iPhone. Sin embargo, no tardaría en descubrir que Android todavía no estaba listo. A pesar de leer referencias de personas que habían pasado de un iPhone a un Nexus satisfactoriamente, no era mi caso. Guardé el Nexus en un cajón y esperé a que se presentase el nuevo iPhone. Lo hicieron y sentí cierta decepción ya que era un producto inalcanzable.

Modelo iPhone Precio modelo menor capacidad ($) Precio siguiente modelo ($)
Primera generación (2007) 499 (4 Gigabytes) 599 (8 Gb)
3G (2008) 499 (8 Gb) 599 (16 Gb)
3Gs (2009) 599 (16 GB) 699 (32 Gb)
4 (2010) 599 (16 GB) 699 (32 Gb)
4S (2011) 649 (16 GB) 749 (32 Gb)
5 (2012) 649 (16 GB) 749 (32 Gb)
5s (2013) 649 (16 GB) 749 (32 Gb)

En la tabla superior, se muestra la evolución del precio de venta al público de terminales libres en el momento de su lanzamiento. Los precios están en dólares, sin embargo, en Europa la conversión se hacía directamente a euros. Es decir, si un modelo se lanzaba en EEUU a un precio de $599, se vendía a €599. Esto obviamente molestaba a los usuarios europeos del iPhone, ya que los teléfonos adquiridos en el Viejo Continente eran más caros comparativamente que al otro lado del Atlántico. De hecho, si hoy en día quisiésemos adquirir un terminal iPhone 5s en la Apple Store deberíamos abonar €699 que al cambio a día de hoy son $958 (Hablamos de precio final con impuestos incluidos).

Tras el lanzamiento de los nuevos terminales de Apple, ni siquiera me pude contentar con adquirir un iPhone 5 ya que dejaron de comercializarlos y precisamente ese modelo fue sustituido por los terminales de plástico, pero de colorines, 5c que, desde luego, no eran para mí. Como modelo de la gama más baja se quedaba el iPhone 4s con un precio de €399. Además, el lanzamiento de iOS 7 apretó un poco más a mi vetusto terminal, lo que me hizo percatarme de que el cambio comenzaba a ser necesario. Para más inri, a mi iPhone se le estropeó la batería justo cuando cumplió dos años. Sentí que la tan cacareada obsolescencia programada me abrazaba.

Así pues, tenía en mis manos un terminal viejo y obsoleto que no podía cambiar puesto que me parecía obsceno el precio de un terminal nuevo iPhone. La subvención de terminales en España por parte de las compañías telefónicas desapareció y ni se le espera. Además, las alternativas Android no me satisfacían, mientras que el sistema operativo del Nexus me resultaba deficiente en comparación con iOS con cuelgues y ralentizaciones injustificables. Sin embargo, afortunadamente todo cambió con Android KitKat.

La actualización limpia de KitKat mejoró lo suficiente el comportamiento del terminal Nexus, por lo que empecé a percatarme de que el cambio era posible. Además, la batería me permitía usar el teléfono con una carga diaria lo que personalmente me parecía suficiente y que con el iPhone hacía meses que ya no podía realizar.

Para entonces, no había vuelta atrás. Desgraciadamente, el Nexus acabó roto por mi torpeza y no dudé en cambiarlo por un terminal mucho más barato, el Moto G que hasta ahora me ha funcionado impecablemente.

Actualmente, Apple tiene en España una cuota de mercado del 4,8%, una cifra que se considera baja atendiendo a la situación de países vecinos de la Unión Europea donde alcanza hasta el 10%. No es difícil verlos por las calles, sin embargo son en su mayoría modelos antiguos 4s o 5. Personalmente, no creo que Apple tenga fácil remontar las ventas en la situación económica en la que se encuentra el país, la política de precios de la que siempre ha hecho gala y mucho menos con las alternativas baratas y muy satisfactorias que se están lanzando últimamente. Claro que Apple no hace teléfonos basura, pero desdeñar la gama baja puede ser un error que les salga caro. Aunque, claro, Android es para los pobres.

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La nomofobia, el síndrome que ya padeces sin que seas consciente

Nexus con la pantalla rotaEn un cierto concurso televisivo, a unas chicas jóvenes se les devolvía su teléfono móvil del cual se les había desprovisto durante semanas con el efecto inmediato de que no podían contener las lágrimas entre gritos de “¡mi móvil!”. En aquel momento, contemplé la escena con cierta incredulidad e incluso con cierto desdén, considerándola simplemente ridícula. No podía creer que un dispositivo de unos 100 gramos pudiese producir tal efecto en las personas, aunque es posible que al haber crecido sin móvil (eran inaccesibles para la gente corriente) me provocase cierto sesgo. Puede que hoy en día el mayor castigo al que se le pueda someter a un adolescente es arrebatarle el teléfono móvil. Castigo actualizado de aquel “encerrado en tu cuarto” en una suerte de rechazo y aislamiento social ante actitudes punitivas. Sin embargo, no era consciente de que el desconsuelo de las adolescentes del concurso era un síndrome que todos sufrimos aunque no nos hayamos percatado de él.

Nomofobia (no-mobile-phone-phobia) es el término con el que se han preocupado para designar un síndrome de estos días: el miedo irracional sin salir de casa sin teléfono móvil. Sin embargo, yo trataría de extenderlo, como miedo irracional a no tener teléfono móvil, aunque las razones vayan más allá del no tener al usar.

Hace unos días sufrí un accidente mediante el cual perdí mi teléfono móvil. No lo perdí, realmente, simplemente quedó completamente inhábil. Estaba encendido, pero por el golpe no podía interactuar con él, la pantalla táctil estaba rota. No podía apagarlo, no podía responder llamadas, no podía extraer la información que se hallaba en él. Era un objeto completamente inane. Lo dejé en casa siendo consciente que no habría manera de repararlo en un breve período de tiempo y la tarde del día siguiente compré otro.

El día siguiente sucedió con normalidad, habiendo abandonado aquel teléfono completamente inútil en casa. No, no sufrí ni sudores ni espasmos fríos por esa ausencia en el bolsillo. Habiendo decidido qué tipo de teléfono quería comprar, acudí a una gran superficie y adquirí otro terminal. Lo curioso es que mientras esperaba el metro en la estación sentí la necesidad de sacarlo de la caja y guardarlo en el bolsillo. Era un sentimiento irracional ya que ese teléfono no tenía tarjeta SIM por lo que no podía usarlo, pero aún así lo guardé en el bolsillo donde solía colocar el estropeado. Durante todo el trayecto lo llevé apagado hasta llegar a mi casa donde ya allí pude colocarle la tarjeta SIM y usarlo. En aquel momento, consideré mi comportamiento completamente ridículo, pero simplemente no pude evitarlo.

Mi extrañeza me llevó a comentárselo a una de mis hermanas. Me quedé sorprendido por lo que me ella me contó. Mi hermana se había cambiado de compañía telefónica recientemente, pero con cierta torpeza de manera que estuvo hasta cinco días sin poder usar el teléfono móvil. Sin embargo, me confesó que durante ese período de tiempo había sentido la necesidad irracional de llevarse el teléfono, completamente inhábil, con ella en el bolsillo.

Cuáles son las razones últimas de llevar un dispositivo apagado en el bolsillo, sin poder utilizarlo es algo que no llego a entender. Dentro de la irracionalidad consciente del acto en sí, no supimos refrenarnos. Podría ser por sentirnos de alguna manera conectados a nuestros conocidos, aunque fuese literalmente imposible hacerlo. La nomofobia está en nuestras vidas y nunca llegamos a saberlo.

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La sociedad sobreestimulada

Nuestra sociedad sobreestimulada se basa en arquetipos que muchos no podremos alcanzar. Los anuncios constantes en la Web, en la TV, la presión de nuestras redes sociales en el móvil, los mensajes instantáneos requieren nuestra atención constantemente en un ciclo cercano a las 24 horas del día. La segunda pantalla es una de las consecuencias evidentes de esa necesidad de estar haciendo otra cosa, en vez de concentrarse en una tarea primaria. El problema deviene cuando ese contenido tiene que entrar en competición con otros servicios en los que el usuario está más activo y, por lo tanto, se convierte en accesorio. Cuando, además, tiene que competir con otros contenidos multimedia y con otros soportes que tratan de completarlo, ese contenido se deprecia en valía y por añadidura puede que no lo hagan precisamente ni mejor ni más único.

Por supuesto que esta evasión del objetivo primario, que requiere un esfuerzo intelectual mayor y de estos requerimientos continuos de atención por parte de los dispositivos móviles, va en detrimento de otras actividades más necesarias y perentorias que estar comprobando constantemente si se ha recibido alguna alerta. El desempeño de las tareas laborales podría ser una de ellas, pero existen otras víctimas colaterales de esta sobreexcitación que son los niños.

Los niños deben enfrentarse durante una serie de horas en el colegio al trabajo tranquilo y reposado que, se supone, se da en una clase. Un trabajo de absorción de conocimientos en muchos casos difícil y necesario. Sin embargo, cuando están fuera del colegio, los niños reciben estímulos de forma desenfrenada en forma de videojuegos, TV o móviles. Estos elementos dentro de nuestra sociedad están centrados en el individuo, en el Ego, aunque se pueda interactuar con otros. Por el contrario, las clases se destinan a un colectivo sin posibilidad de cambiar de canal, enfrentándose en muchas ocasiones a una simple pizarra. No hay maestro que pueda competir con un videojuego y además dividirse por cada niño, a pesar de que muchos de ellos lo intenten.

Los adultos también perdemos la capacidad de concentrarnos en las tareas buscando el alivio inmediato del móvil o de la última actualidad en nuestro sitio de noticias. Puede que Google no nos llegue a hacer más tontos, simplemente se trata de un proceso de adaptación a una nueva realidad social. Nos consideramos multitarea, aunque realmente tal concepto no pueda ser posible, pero perdemos otras capacidades como la de leer textos largos. Cabe recordar que la tecnología no es neutral, cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.

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