Usualmente, no soy de aquellos que sufre el miedo al papel en blanco. Ese mal que alguna vez atiere a los escritores profesionales (o no) que se descubren faltos de imaginación, mientras aguardan que su anhelada musa les haga una visita y les permita idear – junto con transmitir – mediante las palabras escritas una historia, una situación, una descripción… No, mi problema no es ese, puesto que hallo relativamente fácil llenar unas líneas, pero me ha sucedido que según voy avanzando en la redacción me invade el miedo y la inseguridad de los advenedizos, asustado de que a nadie le pueda interesar lo que tengo escrito o, mucho peor, que lo que diga sea algo completamente alejado a la realidad.
Comento esto porque ayer comencé dos textos bajo lo que yo denomino escritura automática que, por otro lado, es una forma de la que disponen los escritores bloqueados a la hora de iniciar un texto. La idea es sencilla, coges un papel y comienzas a escribir una sola frase o unos garabatos o unas líneas, con el firme propósito de escribir cualquier otra cosa. A partir de ahí, el solo acto de blandir el bolígrafo y el papel permite el surgimiento de la necesidad de transmitir ideas y de forma simple, pero automática, tu cerebro comienza a trabajar y por ende a escribir. Como bloguer, no puedo permitirme el lujo de escribir en lápiz y papel, puesto que posteriormente hay que transcribirlo absolutamente todo, lo que es una tarea tediosa, y desde luego que en la tarea de composición no se puede enlazar artículos de referencia; por lo que utilizo mi propia técnica para iniciar la escritura que se basa en tratar de lanzar las ideas sobre la pantalla en blanco hasta que, milagrosamente, se reorganizan y engarzan unas con otras otorgándose sentido por sí mismas. Desgraciadamente, esto no sucedió.
Ayer, tenía el firme propósito de escribir un texto sobre Google, no importaba cual de los dos temas que tengo en mente tratase, debía escribir mis ideas sobre ese buscador sucediese lo que sucediese. Pero, a pesar de lanzarme a la redacción de los dos textos, la tarea se me constituyó como imposible, porque las ideas no se enlazaban y el estilo me parecía completamente execrable. En fin que aquellos dos textos acabaron sepultados, borrados y olvidados, mientras me preguntaba porqué mis técnicas, aquellas que me habían servido durante los cuatro años que he publicado frecuentemente en este blog, no me habían servido en esa ocasión. ¿Qué me estaba pasando? ¿Acaso marcaría mi ocaso como bloguer? ¿Estaría viviendo mi decrepitud siendo plenamente consciente de ello?
En aquel momento, la desazón me inundó. Disponía de ideas y deseaba transmitirlas como en cualquier otro momento, pero me resultaba una tarea imposible. De hecho, interiormente creía que, tal como afirmo al principio del texto, lo más probable resutlase que las personas que las leyesen no les encontrarían ni el sentido ni el interés, ¿por qué debería preocuparme de ello? ¿Debería perseguirlas hasta extraerlas y conseguir plasmarlas hasta quedarme exhausto?
¿O más bien debería publicar un texto reflexivo cuando un bloguer se queda bloqueado y descubre que ha sufrido un gatillazo creativo?